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Se despidieron de la abuela con un apretujado abrazo que hizo que la pequeña daga se le apelotonara entre los ya de por si desbordados pechos, hincándose en la tierna carne, rábanos. Tras escuchar los finales y atropellados consejos, se cubrieron con los abrigos y ascendieron al carruaje que conducía Williams, siempre alerta al más mínimo peligro dirigido a su señora, como si ella fuera una figurilla de endeble porcelana.

Cualquier día tendría que comentarle que era bastante más resistente de lo que aparentaba y que no necesitaba seguirle todos los pasos como si de su sombra se tratara, pero intuía que esa actitud era un reflejo de la obsesión de su señor esposo por su seguridad. A ello se unía el hecho de que conocía a Williams de toda la vida y este siempre había sufrido de cierta debilidad por ella, desde jovencita.

Lo dejaría estar. Si el hombre era feliz guardándola del peligro, no iba a ser ella quien gruñera por ello.

Jules, ¿llevas armas?

Su amiga se sonrojó.

Un pequeño cuchillo que me ha dejado tu hermano

¿Cuál de ellos?

Pequeñito, labrado y puede que de plata.

No, ¿cuál de mis hermanos?

El más descarado, entrometido y metete y cotilla...

Jared.

Cruzaron miradas y lanzaron unas risillas propias de compinches.

No tardó la oscuridad en nublar sus miradas.

¿Y si se pone agresiva? indagó Jules no me veo capaz de herir a alguien. No sé, Mere, soy capaz de desmayarme

Jules, no digas bobadas. Eres mucho más fuerte y valiente de lo que crees, ¿o tengo que recordarte la furia con la que peleaste en la tienda de Norris? O las broncas a Jared...

Los redondos ojos se iluminaron.

Cierto, qué diantre.

La disminución en la velocidad del coche de caballos indicaba que estaban llegando a la casa. Tan pronto paró el carruaje Williams las ayudó a descender y les anunció que estaría de guardia en los alrededores, por lo que Mere prefirió no indagar.

Debían estar al tanto de la llegada de los invitados ya que no les dio tiempo a llamar a la entrada principal antes de que la tallada puerta se abriera dando paso a la madrastra de Julia, ocultando parcialmente tras de sí la pelirroja figura que permanecía quieta a su espalda.

La emperifollada mujer se asemejaba a un gallo debido a unas extrañas plumas colocadas sobre el moño aposentado en lo alto de su cabeza. Ni intentándolo podía Mere apartar la vista de tal cresta. Toda ella iba en consonancia, las plumas, los múltiples colgantes, collares y anillos que rodeaban todos sus miembros ocasionando que sus deditos pareciesen rollizas morcillas, la colorada carofla y los encajes que bordeaban el ruedo, mangas y cuello del estrambótico vestido a rayas, cola incluida. Quizá esperara atraer a los espíritus con tanto perifollo.

Entraron con cautela, traspasando el umbral, y se desprendieron de sus abrigos, recibiendo una mirada desaprobadora de la estruendosa señora.

Pasad niñas, únicamente falta por llegar la señora Saxton y la viuda Haningham, pero dudo que tarden en aparecer.

Un ligero alivio se adentró en sus inquietas mentes. La marquesa había llegado y junto con ella formarían el pelotón de recibimiento, implacables, terribles y amedrentadas.

Se dio unos golpecitos en la parte delantera del vestido. Ahí seguía el bulto, la daga. Le angustiaba que se le escurriera hacia abajo.

Mere no podía explicarlo ya que en otras ocasiones, no muy acertadas la verdad, había coincidido con Selena Saxton. No negaba que le parecía una muñequita pomposa y estirada, pero de eso a que fuera una desquiciada pervertida había una gran distancia y lo que hacía que su mente rebosara de alarma era la simple idea, grabada en su calenturiento cerebro, de que la mujer que a no mucho tardar iba a sentarse cerca de ella en la recargada y oscura salita, podía ser un desquiciada asesina en potencia.

Le cogió fobia desde que la conoció y le llamó lo de la rana. Se negaba a repetirlo. ¡A ella! que no le había hecho nada.

¿Y si se encelaba con ella? Ay Dios...

¿Y por qué demonios tenían que estar en penumbra? La iluminación era mínima y en el centro de la sala, ubicada en la planta baja, tras traspasar una doble puerta algo descascarillada, habían colocado una mesa redonda de mediano tamaño cubierta con una oscura tela de raso. En su centro, una bola de cristal.

De aquí para allá como una rodante peonza pululaba una mujer de lo más extraña. La Madame no llevaba un vestido que pudiera denominarse de corte clásico, sino que vestía una hermosa falda que parecía de suave seda estampada y una blusa de color rojizo, de largas mangas vaporosas. Mostraba los hombros al ser el cuello de la blusa de corte amplio, de hombro a hombro. Pero lo más llamativo era, sin duda, el turbante que cubría su cabello, que continuamente recolocaba ya que se le escurría hacia delante tapándole las cejas. Mere casi soltó una risilla.

Ocupando una de las posiciones en la mesa estaba la marquesa, a la que Mere saludó con un suave sonrisa, recibiendo otra, acogedora, de vuelta. Junto a ella se encontraba una de las mujeres más maliciosas de la ciudad, Patricia Grey, famosa por haber destrozado más compromisos con sus dañinas insinuaciones que el propio desamor. Una bruja de armas tomar y Mere la aborrecía.

Tomad asiento la voz que parecía masculina, sorprendiéndolas, surgió de la repintada boca de la Madame.

Siguieron las instrucciones, sentándose Mere junto a la bruja y Jules al lado de la marquesa para cubrir todas las posiciones. Quedaban cuatro puestos libres y calculando erráticamente Mere esperaba que la Madame se sentara en el lugar donde estaba colocado un colorido pañuelo, junto a Jules.

Si junto a la Madame se sentaba la madrastra de Julia, quedarían esta, Haningham y Saxton para ocupar los restantes lugares.

Seguía elucubrando cuando se escuchó el timbre de la puerta y se percibieron los pasos que raudos acudían a la entrada. En ese momento se incorporó a la reunión una sofocada Julia, quien le lanzó un gesto afirmativo a Mere.

Había conseguido introducir a los hombres en la sala adyacente. Algo iba bien, al menos.

Mere escuchó el suspiro de sosiego de Jules. Se miraban las unas a las otras mientras las recién llegadas, al parecer, se entretenían con el discurso de bienvenida de la cotorra anfitriona, pero los pasos y voces en seguida se acercaron.

Sus ojos cayeron como un imán en la impresionante cabellera dorada de la melenas. Era algo que no podía evitar, instintivo.

Si pudiera, se la arrancaría de cuajo. Mal bicho.

Y tenían tanta razón, era hermosa la condenada, el polo opuesto a la marquesa, pero a cual más hermosa. Donde la marquesa era salvaje, Selena Saxton era comedida, una belleza para impresionar, para seducir e impactar, no para tocar, rozar o disfrutar por miedo a congelarse uno.

Su rostro no mostraba ni una arruga asociada a la edad. Mere alzó uno de sus dedos y acarició su principio de patas de gallo en la comisura del ojo. ¡Qué demonios! Daban carácter.

En cuanto los fríos ojos azules se trabaron en ella, se estrecharon con lo que parecía ira, pura y concentrada rabia.

Vaya, la señorita Evers.

La señora Aitor, en realidad.

Claro, ¿cómo se me pudo pasar tal cambio de estado? Pobre hombre, casarse tan precipitadamente...

Mere frunció los labios, intentó serenarse y recordar que la daga era para un caso extremo, muy extremo.

Supo que esa noche iban a terminar mal. Uno de esos presentimientos que todo el mundo solía acertar menos ella, pero en esta ocasión...

Bueno, bueno... la oportuna intervención de la Madame Pompas, o Pompones o como diantre se llamara, aclaró algo la tensión si les parece podrían tomar asiento, aunque con tanta tensión no sé yo si los espíritus querrán visitarnos o huirán a la carrera runruneó al final.

La predicción se cumplió al dedillo. El corrillo seguía un orden inquietante, la marquesa, Jules, la Madame, la anfitriona de la fiesta, Haningham, Julia, la melenas, ella y Patricia Grey.

Dense las manos, queridas.

¡Ni en un millón de años! ¿Para qué diantre tenían que enlazar las manos? Gracias a los cielos fue Julia quien salvó momentáneamente la horrorosa situación.

¿Y no podría adelantarnos antes de comenzar lo que va a ocurrir?

Pero, querida parecía atónita esto ha de seguir su curso espiritual, no es como una carrera de caballos.

Pues no se puede decir que falten caballos en la reunión mucho había tardado en meter baza la mujer más dañina, mala y resbalosa situada junto a Jules.

Ya estaba montada.

Esta vez no iba a callarse y dejar que humillaran a Julia, sobre todo sabiendo quién ocupaba la habitación contigua y mucho menos, tras observar que esos hermosos ojos ocultos bajo un resplandeciente mechón rojo, brillaban con apuro.

Delante de ella no permitiría que hicieran sufrir a sus amigos. Antes muerta. Así que se lanzó con todo su arsenal.

Ya lo sabemos, querida Patricia, pero no se preocupe y tranquila, tampoco es que sobresalga tanto su dentadura, solo un poquito, nada más; y si evita los relinchos al reír, nadie se asustará demasiado. Al fin y al cabo, todas la conocemos ¿verdad queridas? esbozó la sonrisa más inocente de su repertorio.

La palidez que se adueñó de la cara que momentos antes rezumaba de satisfacción llegó a preocupar a Mere, hasta que por su mente pasaron las imágenes de Julia llorando una y otra vez tras sufrir insultos y humillaciones.

Estaba tan hastiada de estas mujeres que disfrutaban causando dolor ajeno, que su paciencia se había agotado y punto. Miró fijamente a la mujer, sentada a su derecha, que seguía pálida y muda. Traumatizada.

Nos entendemos ¿verdad querida? Como comprenderá Julia es una de mis mejores amigas y si no hay provocación, no responderé como una fiera. ¡Anda! Quizá lo que tengamos aparte de algún caballo, sean un par de leonas hambrientas.

La miraban atónitas. Todas.

La marquesa apretando los labios como intentando refrenar una descarada risa, Julia con los ojos como inmensas cazoletas, al igual que Jules y las demás, aterradas, observándola como si esperaran que le fueran a crecer un par de cuernos en plena frente.

¡Bien! Ojalá les hubiera metido algo de miedo en el cuerpo, sobre todo a la melenas...

Amor entre acertijos
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