XI
Cuatro extrañas figuras convergieron en el lugar de encuentro en el que habían quedado. Eran exactamente las siete menos cuarto de la tarde y estaba oscureciendo.
Un cochambroso carruaje estaba apostado a su espera para llevarlas al lugar que la abuela había concertado con el harapiento cochero.
¿Y si tiene pulgas?
Te aguantas dictaminó Mere.
Es que me salen ronchones con las pulgas...
¡Por Dios, Jules! Estaremos demasiado ocupadas para controlar si una diminuta pulga te muerde el trasero.
Vale refunfuño esta mientras seguía murmujeando acerca de lo sucio que estaría el carro y de las múltiples enfermedades que podían pillar en contacto con sustancias indeseables y pegajosas.
La abuela se estaba alterando por momentos. La idea que hace unas horas sonaba audaz, estaba perdiendo fuelle a marchas forzadas. ¿Y si a alguien se le ocurría ir a la tienda o la policía la seguía controlando? La imagen de las tres jóvenes entre rejas le heló la sangre.
Hijas, ¿y si lo dejamos para cuando vuelvan los hombres?
La pregunta no recibió contestación. Las miradas y gestos elocuentes fueron más que explícitos.
Muy bien. Calculo que llegaréis a la tienda pasadas las siete, de noche. El cochero esperará hasta las siete y media en la calle perpendicular a la tienda, saliendo a la derecha, por tanto, tendréis una media hora larga para buscar la famosa libreta.
¿Y si no logramos dar con ella?
Volvéis de todos modos, hayáis encontrado o no lo que buscamos las muecas indicaban que no estaban demasiado convencidas. No hay otra opción ya que no tendréis otra forma de volver a casa. Mere, promete que serás sensata.
Sí, abuela.
¡Mere! O lo juras o me uno a vosotras.
Ya no puedes. Esta vestida de forma inadecuada para asaltar tiendas, abuela esa mirada penetrante de su abuela la estaba poniendo nerviosa. Lo prometo ¿contenta?
Ni por asomo. Jules, tendrás que controlar a ambas.
¿Yo? Pero si siempre me ignoran.
Pues en esta ocasión si tienes que arrastrarlas de los pelos, lo haces, aunque les arranques unos cuantos mechones.
El brillo malévolo de los negros ojos de Jules preocupó a Mere. Su amiga, sin duda, estaba poseída.
El abrazo apretujado de su abuela indicaba a las claras el grado de inquietud que sentía, pero a pesar de ello y con cierta anticipación, subieron al desvencijado carromato. Jules, tapándose la nariz como si alguna pulga fuera a saltar e invadir sus vías respiratorias.
La previsión de oscuridad se cumplió al dedillo. Era noche cerrada y no circulaba un alma por la calle, por lo que apenas tardaron en llegar al destino. Las mejores condiciones para un asalto.
Julia echó mano del juego de llaves y tras pelear con la cerradura, con dedos temblorosos, entraron en la revuelta tienda.