Bartolo S. Ortiz Henríquez fue un hombre bueno (literalmente).
Lo conocí en los años setenta. Era gerente general de la Editorial Planeta en Chile.
Bartolo se hizo a sí mismo.
Empezó vendiendo ollas por la cordillera. Empezó vendiendo ollas por la cordillera.

Bartolo. (Foto: Blanca).
Vio tanto en la vida que terminó por no creer en casi nada.
Caminaba con la cabeza baja, como los sabios.
En noviembre de 2011 viajé a Chile, con el propósito de presentar Caná. Caballo de Troya 9.
Bartolo nos acompañó desde el primer momento, como siempre.
Y bromeamos acerca del peso del libro…
Le pedí que lo pesara, por curiosidad.
Lo hizo en la editorial: 1353 gramos.
Y tomé nota de la anécdota.
El 14 de noviembre, lunes, celebramos un almuerzo de despedida. Todo había ido bien. Esa tarde regresábamos a España.
Y sucedió algo que me sobresaltó.
Nada más sentarme recibí un flash…
Vi a Bartolo, muerto. Le quedaba poco.
No dije nada a nadie, naturalmente. Podía ser otra paranoia…
Y la comida continuó.
Yo estaba angustiado…
A los postres oí la «voz» que me habita:
—Haz el pacto con Bartolo…
Me costó decidirme.
Finalmente, utilizando la excusa del libro que tenía en preparación (Pactos y señales), medio en broma, le propuse el pacto.
—El primero de los dos que muera —expliqué— deberá avisar al que se quede…, suponiendo que haya algo después de la muerte.
A Bartolo no le gustaba el «negocio» de la muerte y trató de escurrirse.
Esbozó una sonrisa lejana —muy típica en él— e intentó cambiar de tema.
Insistí:
—Sólo se trata de una broma —mentí—. Es un juego…
Por último, no sé si por complacerme o quizá para zanjar el asunto, Bartolo dijo que sí; de acuerdo.
Nos dimos la mano y quedó en el aire el «detalle» de la señal.
Teníamos que concretar…
—¿Y cómo lo hacemos? —preguntó ingenuamente—. ¿Qué señal establecemos?
En esos instantes vi aparecer una idea: «1353». ¡El peso del Caballo 9!
—El que sobreviva —arriesgué— recibirá un número… 1353.
—¿Cómo dices?
—Lo que has oído.
—Pero ¿cómo se hace algo así?
—Ni idea. Supongo que en el más allá tienen medios…
Bartolo sonrió de nuevo, escéptico. Pero un trato es un trato. Y así quedó establecido.
El 3 de abril de 2012 recibimos la noticia del fallecimiento de Bartolo. Habían transcurrido cuatro meses desde que recibiera el flash.
Blanca lloró.
Y recordé el pacto. El superviviente debería recibir un «1353».
No fijamos plazo, ni tampoco la forma de recibirlo.
Y permanecí atento.
¿Aparecería el «1353»?
Dos días más tarde (5 de abril) llegó un correo electrónico de Sergio Ávila.
Yo le había sugerido que echara un vistazo a la secuencia numérica de Caná, mencionada en páginas anteriores.
El correo decía, entre otras cosas:
Como ejercicio me puse a escuchar la canción de tu web y de la numeración deduje su valor en notación musical, por lo que al trasladarlo al piano me daba la melodía tema; je, je, je, je, muy divertido:
FCBE FG GC ACECFCFB…
¡Tarea hecha!…
Aquellas letras finales me intrigaron.
Y jugué con ellas…
Al someterlas al código de Cagliostro apareció la correspondiente secuencia numérica: 8325 83 33 13538382.

Correo electrónico de Sergio Ávila, con los cálculos de J. J. Benítez.
¡Allí estaba el «1353»!
¡Bartolo!
Repetí la operación con el alfabeto normal y la secuencia resultante me dejó de piedra:
6325 67 73 13536362.
¡Dios mío! Allí estaba, de nuevo, el «1353»…
Aquello era matemáticamente imposible…
Y comprendí: Bartolo sigue vivo.
Esta vez, la sonrisa no fue lejana. Esta vez sonrió feliz. Muy feliz…
¡Gracias, hermano!