Navegué muchas veces en la barquilla de mi amigo y hermano Antonio Castillo.
La lancha tenía un nombre oficial —Juan Antonio—, pero yo la bauticé con otro más propio: La gitana azul.
Tenía ocho metros de eslora, un motor italiano especialmente comprensivo, un casco y una cubierta de pino piñonero y un mástil azul y blanco, siempre silencioso y vigilante.
![](/epubstore/B/J-J-Benitez/Pactos-Y-Senales/OEBPS/Images/img232.jpg)
La gitana azul, en sus días felices. (Foto: J. J. Benítez).
En ella viví sensaciones nuevas…
La gitana azul me mostró la desnudez de la mar. Nunca la había visto tan de cerca…
Y ella me enseñó a respetarla.
En La gitana azul conocí los diferentes perfumes de la mar, según el momento, y según quien se asoma a sus aguas.
Y descubrí, asombrado, que la mar hablaba por las amuras.
En La gitana azul llené los bolsillos del alma con decenas y decenas de estrellas…
Allí experimenté la emoción del principiante y tensé los sentidos, como nunca.
Allí pesqué y amé mucho.
En La gitana azul robé momentos felices. Muchos…
Pero el 9 de agosto de 2002, La gitana azul se cansó de pistonear y se fue al fondo.
Nadie entendió…
Todo el mundo la quería. Estaba perfectamente amarrada y protegida en su atraque de toda la vida, el 21. La segunda punta, en el puerto de Barbate, es muy segura.
¿Por qué lo hizo?
![](/epubstore/B/J-J-Benitez/Pactos-Y-Senales/OEBPS/Images/img233.jpg)
Mi amigo Castillo. (Foto: J. J. Benítez).
![](/epubstore/B/J-J-Benitez/Pactos-Y-Senales/OEBPS/Images/img234.jpg)
Rescate de La gitana azul, en el puerto de Barbate. (Foto: J. J. Benítez).
¿Fue un aviso?
¿Se suicidó?, como alegaron algunos viejos marineros.
¿Qué motivos tenía?
Días después, Castillo sufrió un ataque al corazón. Las arterias —dijeron— estaban obstruidas en un 80 por ciento.
Nunca supe si Castillo sufrió el infarto al recibir la noticia del hundimiento de La gitana azul o si la barquilla se quitó la vida porque sabía que su patrón no volvería a navegar con ella.
Obviamente se amaban…
Al visitarlo en el hospital, Castillo, hombre de pocas palabras y silencios intensos, me hizo un par de comentarios.
Primero: «Vienen mal dadas, ompare».
Segundo: «Me gustaría vivir un poco más… ¿Puedes hablar con tu Jefe?».
Al abandonar el hospital, en Puerto Real, alcé los ojos al cielo y supliqué al Padre Azul que prorrogara el «contrato» de mi amigo. Y susurré: «Para tu mayor gloria…».
Hoy, 8 de diciembre de 2013, cuando escribo estas líneas, Castillo sigue vivo y disfruta de sus nietas, de las cañas de pescar, de los silencios, de la partida de dominó en La Bolera y del Barsa[97].