Sentía una gran admiración y cariño hacia Rafael Vite.
Fue un investigador (en realidad un historiador que investigaba).
Amaba Vejer de la Frontera, en Cádiz. Era su pueblo. Investigó su historia y a los hijos ilustres. Se carteó con expertos americanos y me acompañó en muchas de las pesquisas por la zona.
Era un hombre serio (por fuera) y gentil (por dentro).
Presumía de ser católico, apostólico y romano.
Llevaba a la Virgen de la Oliva en el corazón y en la cartera.
Y un buen día (13 de agosto de 2003) me visitó en «Ab-bā».
Le acompañaban Charo, su esposa, y la bella Teresa, su hija.
Me lo había preguntado alguna vez, pero volví a explicárselo:
—«Ab-bā», el nombre de mi casa, significa «Papá», en arameo. Se refiere a Dios, al Padre Azul…
Conversamos toda la tarde.
Y surgió el tema de la muerte.
Le propuse hacer el pacto.
Rafael se resistió.
No le gustaba tutear a la muerte.
Pero, siempre dispuesto a complacer, terminó aceptando.
Fue un pacto similar al que llevé a cabo con Faber-Kaiser.
Hora, día, mes y año del fallecimiento del primero que se fuera deberían sumar «8» (en el caso de Vite) y «9», si el difunto era yo.
Nos dimos la mano.
Y apunté los detalles.
Dos años más tarde (28 de noviembre de 2005) lo visité en su casa, en Vejer.
Cualquier excusa era buena para conversar y disfrutar del dulce de membrillo, especialidad de Charo.

Rafael Vite con la señorita Julia, su nieta. (Gentileza de la familia).
Ese día renovamos el pacto.
A la conversación asistieron Diego, hijo de Rafael Vite, la bella Teresa, Charo, Blanca y la esposa de Diego.
Y, como era previsible, se encendió la polémica.
Unos creían en el más allá y otros dudaban.
La palabra que iba y venía era «imposible».
«Imposible» regresar y avisar al que se queda…
«Imposible» seguir vivo cuando estás muerto…
«Imposible»…
Y en esas estábamos cuando Vite, mi amigo, que no había abierto la boca, se levantó y abandonó la sala.
Al poco regresó.
Traía un sobre en las manos.
Se sentó de nuevo y continuó atento a la conversación.
Todo el mundo miraba el sobre blanco…
Pero Vite no dijo nada.
Al concluir la visita, cuando nos acercábamos a la cancela de hierro de la entrada, Vite me tomó por el brazo y me separó del grupo.

Moneda de 12 euros, regalo de Vite. (Foto: Blanca).
Entonces, entregándome el sobre, susurró, de forma que no pudiera ser oído por el resto:
—No hagas caso… Lo imposible es lo bello.
El sobre contenía una moneda de plata de 12 euros, conmemorativa del IV Centenario de la Primera Edición de El Quijote (1605-2005).
Examiné el regalo.
—¿Doce euros? —exclamé—. Imposible…
Rafael Vite se limitó a sonreír con picardía.
El 12 de noviembre de 2011, mi amigo falleció.
Me avisó la bella Teresa.
Indagué la hora de la muerte.
Rafael Vite había muerto en los brazos de la hija.
Falleció a las 13 horas y 40 minutos.
Hice cálculos.
Sumé los dígitos y apareció el «8» (!).
Rafael Vite sigue vivo…
Y recordé sus hermosas palabras: «Lo imposible es lo bello».