Las señales llegan siempre en el momento justo.

El Manteco puede dar fe de ello…

Pero empecemos por el principio.

El 5 de septiembre de 2007 fue otro día negro para la localidad gaditana de Barbate, en la que vivo desde hace mucho.

A eso de las dos y media de la tarde, Blanca y yo vimos pasar varios helicópteros.

Hacía horas que soplaba un incómodo y seco viento de levante.

Después se presentó un buque naranja, del Servicio de Salvamento Marítimo.

Algo pasaba…

Efectivamente, al poco llegó la noticia: el pesquero Nuevo Pepita Aurora, con dieciséis tripulantes a bordo, había volcado a escasa distancia del faro de Camarinal. El fuerte levante lo escoró cuando se hallaba cerca de su puerto base, en Barbate. El pesquero terminó con la quilla al aire. En el desastre murieron tres marineros y otros cinco desaparecieron. Ocho pescadores lograron salvarse.

Días después escuché un rumor que me dejó perplejo: uno de los supervivientes salvó la vida gracias a la aparición de la Virgen del Carmen, patrona de la localidad.

Me pareció raro, pero localicé al pescador y conversé con él.

Se trataba de José Crespo, más conocido en el pueblo como Manteco.

Nuevo Pepita Aurora, con la quilla al aire. (Foto: Iván Benítez).

José Crespo. (Foto: Blanca).

En aquel tiempo contaba cuarenta y siete años de edad. Había sido marinero durante más de treinta. No sabía nadar y formaba parte del grupo político de Izquierda Unida.

Cuando comenté la naturaleza del bulo que circulaba por la zona, José sonrió sin ganas. Y sentenció:

—Eso es un cuento…

Y explicó lo ocurrido:

—Procedíamos del caladero marroquí de Larache. Habíamos tenido buena pesca. En la bodega, de la que yo era responsable, transportábamos ochenta o noventa cajas de sardinas y boquerones. Todo iba bien. Regresábamos a casa… Y al llegar a la altura de cabo Espartel saltó el levante.

—¿A qué hora?

—Alrededor de la una de la tarde. Eran olas de cinco y seis metros… El viento soplaba fuerte, con rachas de noventa kilómetros por hora. Las primeras sacudidas se produjeron en mitad del Estrecho… Una de las olas barrió la cubierta y el patrón, José Vega, con gran pericia, desaguó el barco con un giro de cierre en popa. El arte de pesca, sin embargo, cayó al agua. Lo recuperamos y seguimos la navegación. Teníamos miedo. Aquello se ponía feo. Las olas eran como montañas. Y la tripulación se protegió en el interior del barco… A los quince o veinte minutos, una segunda ola nos dobló de nuevo… Y se presentó una tercera, más grande si cabe… La embestida escoró el barco y terminó volcando… Fueron momentos angustiosos… Todos gritaban y nos golpeábamos con las paredes… No sabíamos hacia dónde huir… Todo era oscuridad… Logré agarrarme a unos hierros en la zona de proa, entre el casco y el carrete del cerquero. Allí había una bolsa de aire… Y aguanté como pude…

—¿Cuánto tiempo?

—Quince o veinte minutos, hasta que se presentó la luz…

—¿Qué luz?

—Un foco blanco.

—La prensa —recordé— aseguró que habías visto la luz del día…

El Manteco dudó.

—Estaba en el interior del barco. La oscuridad era completa. No había un solo boquete por el que pudiera entrar la luz del sol.

—Entonces…

Se encogió de hombros. José, sinceramente, no lo sabía.

—Descríbeme la luz.

—Blanca, como la espuma.

—¿De qué tamaño?

Hizo un gesto con las manos, y redondeó:

—Unos cincuenta centímetros de diámetro.

—¿Dónde se hallaba?

—A mi derecha, a cosa de tres o cuatro metros.

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Hay que recordar que el Nuevo Pepita Aurora se hallaba volcado, con la quilla al aire, y el Manteco agarrado a unos hierros, con el agua por el cuello.

—¿Pudo tratarse de una luz del barco?

—No. Todas estaban apagadas.

—¿Cuánto tiempo la observaste?

—Quizá diez minutos.

—¿Se movió?

—Al principio no. Después, cuando decidí ir hacia ella, fue por delante. Salió del interior del pesquero y se dirigió a la superficie.

—Vayamos por partes. ¿Por qué decides seguir a la luz?

—Si continuaba allí moriría. No sé nadar, pero no me importó. Me dejé caer, de pie, y nadé a lo perro hacia la luz. Tragué agua y lo pasé mal.

—¿Y la luz?

—Me enfocaba y se movía. Así salí del barco y aparecí por babor. Los compañeros me vieron y el patrón me lanzó un «rosco» [salvavidas]. Después, con no pocos esfuerzos, me sacaron del agua.

Posición 1: la «luz» aparece en el interior del barco, a la derecha de José Crespo. Posición 2: la «luz» «guía» al Manteco hasta la superficie del agua. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

—¿Cuánto tiempo te acompañó la luz bajo el agua?

—Alrededor de veinte segundos.

—¿Volviste a ver la luz?

—No, desapareció.

—¿Cuál es tu interpretación? ¿Qué pudo ser esa luz?

—Lo desconozco.

—Está claro que te salvó la vida…

—Así es. Me lancé tras ella. Eso me ayudó.

—En otras palabras: la luz apareció en el interior del barco, permaneció a tu lado unos diez minutos y, posteriormente, te «guió» a la superficie. ¿Correcto?

—Correcto.

No tengo una explicación satisfactoria para la luz que auxilió a José Crespo. Para mí fue una señal. No era su momento.

Pactos y señales
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