El 3 de julio de 2011, a la hora del segundo café, Blanca me dio la noticia: había muerto Anfrúns.

Jorge Eduardo Anfrúns Dumont ha sido uno de los grandes investigadores del fenómeno ovni.

Jorge Anfrúns. (Foto: J. J. Benítez).

Fue publicista, comunicador social, escritor, conferencista y fundador y director de la MUFON[163] en Chile (1985). Era un investigador de campo. Dedicó su vida a los ovnis. Llegó a verlos y tuvo las ideas muy claras: los objetos volantes no identificados son máquinas, astronaves tripuladas por criaturas no humanas. Y así lo defendió en medio mundo.

Fuimos amigos y compartimos secretos. Cada vez que nos despedíamos hacíamos una solemne promesa: volveríamos a vernos y acariciaríamos una botella de buen vino.

Y así fue durante años.

Ese mismo 3 de julio decidí hacer el pacto.

Y escribí: «Querido Anfrúns: si estás donde imagino, por favor, dame una señal. Lo dejo a tu criterio…».

Al día siguiente, 4 de julio, lunes, me tocó vivir una experiencia que no olvidaré mientras viva (y después tampoco).

Estaba terminando Caballo de Troya 9.

Siempre que finalizo una jornada apunto en un calendario los folios escritos. Ese día, en rojo, anoté el folio 1300.

Y, siguiendo la costumbre, a las 13.30, me separé del Caballo 9.

Acudí a la playa y caminé y caminé, siempre en conversación con el Padre Azul.

A las 14.30, cuando regresaba a «Ab-bā», me llevé un susto importante…

Ocurrió a cosa de ochenta metros de la casa.

Al doblar una esquina, y entrar en un callejón de piedra, quedé paralizado.

No la había visto…

A tres metros apareció una serpiente verde, tipo escalera, con casi metro y medio de longitud.

Descendía hacia mí, por el centro del callejón, y a toda velocidad.

No tuve tiempo de nada.

No pude echarme a un lado, ni retroceder.

Y la serpiente llegó a mi altura, tropezó (?) con mi pie derecho y se enroscó en el tobillo.

Sentí la piel, rugosa…

Y, por puro instinto, levanté la pierna.

La serpiente se desenroscó y huyó hacia la maleza cercana. Y lo hizo rápida y limpiamente.

No sufrí ningún daño.

Y durante unos segundos permanecí inmóvil y lívido.

¿Qué había ocurrido?

¿De dónde salió el ofidio?

Aquel callejón era el único acceso peatonal a la playa. Habitualmente aparecía transitado. ¿Cómo es que se decidió a entrar en el mismo? ¿Por qué se deslizaba por el centro del camino de piedra? Y mucho más: ella tuvo que percibirme antes que yo la viera… ¿Por qué no se escondió o retrocedió?

Pero estos pensamientos llegaron después…

Entré en la casa y Blanca notó algo.

—¿Qué ha pasado? Estás verde…

Expliqué lo sucedido e intenté pensar.

Aquello no era una casualidad.

Y recordé el pacto con Anfrúns.

¡Qué mala leche!, pensé.

Y seguí dándole vueltas.

La serpiente procedía del este y se escondió por el oeste. Era verde. Se enroscó en el tobillo derecho, pero no me mordió.

Tenía que haber una simbología…

Y a las 16 horas, intrigado, acudí al Diccionario Cabalístico del sabio Villarrubia.

Busqué la palabra «serpiente».

Al comprobar la equivalencia recordé lo que había apuntado en el calendario: ¡1300!

El folio 1300 tenía el mismo valor numérico que «serpiente, ofidio, reptil, serafín y ángel».

¿Cómo era posible?

Y consideré que Anfrúns sigue vivo[164].

Interpretación de Néstor Rufino Sánchez.

Pactos y señales
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