Hice una antigua tradición inglesa que la caída de un cuadro augura una muerte inminente.

Nunca he sido supersticioso (trae mala suerte).

Por eso no presté demasiada atención a la caída de aquella fotografía en «Ab-bā», mi casa.

Fue en enero de 2008.

En la entrada, Blanca había colgado 63 cuadros. Son recuerdos de sus viajes.

Pues bien, uno de ellos se vino abajo.

Al poco, sin explicación, un segundo cuadro cayó al piso.

Esta vez sí me fijé y tomé nota.

Eran las 16 horas del martes, 29 de enero.

Examiné la foto. En ella aparece Blanca en un bosque de Costa Rica (mayo de 1997). Mi mujer está posando frente a un cartel en el que se recuerda que, en aquel lugar, se filmó la película «1492: la conquista del paraíso».

Le di vueltas y vueltas, intentando hallar una «pista».

¿Qué suponía la caída del cuadro?

En el cartel se ven dos números: «1492» y «1992».

Se me ocurrió restarlos. Obtuve «500»; es decir, «5» (5 + 0 + 0 = 5).

¡El «5» equivale a «101»!

Me intrigó.

¿Qué tenía que ver Blanca con el «5»?

Acudí a la Kábala y comprobé que el número equivale a «espalda», «planear» y «volar».

Imagen caída el 29 de enero de 2008. (Foto: J. J. Benítez).

No me dijo nada.

Cinco meses más tarde, el 27 de julio, Blanca sufría un grave accidente cuando navegaba en una lancha, en las costas de Samaná, en la República Dominicana. La acompañaba su hija Leire. Yo no estaba.

El responsable de la embarcación aceleró indebidamente y, en uno de los zapatazos, los pasajeros salieron por los aires. Blanca terminó golpeándose la espalda con el filo de uno de los asientos. Resultado: varias vértebras fracturadas[96].

Tuvo que permanecer inmovilizada durante meses.

Poco faltó para que se quedara en una silla de ruedas.

Y recordé el «aviso» del cuadro caído y la asombrosa precisión de la Kábala: «espalda», «planear» y «volar» (!).

Hoy, afortunadamente, Blanca está recuperada y sigue viajando.

El 21 de marzo de 2009 ocurrió de nuevo.

Al atardecer oí un fuerte ruido.

Abandoné el despacho y llegué a la entrada, donde se alineaban los ya referidos 63 cuadros de Blanca.

Uno se había precipitado al suelo. El cristal se hizo añicos.

Pensé en el viento de levante.

Una corriente, al abrir la puerta, pudo arrojarlo al piso.

Pero me quedé inquieto…

Y con razón.

A los pocos días (3 de abril) llegó la noticia del fallecimiento de Juan Manuel Romero Cotelo, compañero de pesca en La gitana azul, la lancha de Castillo. Era un entrañable amigo, al que me referiré en un próximo capítulo.

Pero no quedó ahí la cosa…

Dos días más tarde (5 de abril), Marco Antonio Fernández y Saavedra, de Chile, me notificaba la muerte de otro gran amigo: Giovanni Carella Allaria.

Juan Manuel Romero. (Foto: Blanca).

No salía de mi asombro…

Giovanni fue un editor audaz. Tan valiente que se metió en la aventura de publicar mi primer libro de poemas: A solas con la mar.

Giovanni fue actor, productor audiovisual, empresario, y, sobre todo, un romántico. Los nombres de dos de sus empresas lo dicen todo: Seamos Humanos Editorial y Producciones Acto de Ser.

Giovanni Carella fue el padre de Mágica Fe, la niña en cuyo nombre me inspiré para uno de mis libros de ensayo.

Al año siguiente, la racha prosiguió.

El 17 de mayo (2010) no fue un cuadro lo que se precipitó al suelo. Esta vez le tocó al calendario que colgaba en mi despacho.

Giovanni Carella (izquierda) y J. J. Benítez. (Foto: Blanca).

Se hallaba a 1,80 metros del piso.

En un primer momento lo atribuí al fuerte viento de poniente de ese día. La ventana estaba abierta y eso pudo provocar la caída.

Pero «alguien» tocó en mi hombro…

«No es eso».

Y el 22 de ese mismo mes de mayo, el calendario cayó nuevamente al suelo.

Me eché a temblar…

En esta oportunidad, la ventana estaba cerrada.

Ese mismo día —no creo en la casualidad, ya lo dije— llegó a mis manos un libro de Adolfo Aragüés: Naturaleza, ornitólogos y pajareros. Tuvo a bien enviármelo, y con una cariñosa dedicatoria.

Adolfo Aragüés en el programa de Radio Zaragoza Aragón y su naturaleza, con Tere Herrero.

Y a continuación (día 23), recibí la noticia del fallecimiento de Aragüés (!).

Adolfo fue un pionero en el estudio de las aves en Aragón.

Lo conocí durante la etapa en El Heraldo (1968-1972). Me ayudó infinito. Con él diseñé y escribí Fauna de Aragón, mi primera serie periodística sobre animales. Me llevó lejos y alto, y asistí, maravillado, al milagro de la naturaleza. Siempre estaré en deuda con Adolfo Aragüés Sancho.

A partir de la noticia de la muerte de Aragüés, Blanca revisó las alcayatas de la casa. Lo hizo a conciencia. A partir de esos momentos era casi imposible que un cuadro volviera a caerse…

Pues no.

Sucedió otra vez…

El 2 de octubre de 2013, un retrato de Blanca fue a parar al piso.

Examinamos el cuadro.

Aspecto habitual del hall, en «Ab-bā». (Foto: Blanca).

La cuerda que lo sujetaba aparecía deshilachada. Aparentemente, al romperse dicha cuerda, el cuadro cayó, precipitándose contra otro «primo mío», un esqueleto de plástico, a tamaño natural, que recibe a las visitas en el hall.

Observé el escenario como lo hacen los forenses: de lo general a lo particular.

Trayectoria del cuadro, en su caída. (Foto: Blanca).

Y Blanca y yo reconocimos que «aquello» era muy raro.

Me explico:

El cuadro, que mide 70 por 59,5 centímetros, con un peso de 3 kilos y 400 gramos, había rozado al esqueleto, terminando en el suelo, de forma lateral, y perfectamente apoyado en la pared. La kipá o solideo judío que cubría a «mi primo» se hallaba ligeramente removida.

Asombrosamente, el cristal del cuadro se hallaba intacto.

La escarpia seguía en su lugar, a 2,05 metros del suelo.

Nadie, en la casa, escuchó el ruido que, lógicamente, tuvo que hacer el enorme cuadro, al caer.

Es más: esa mañana, al pasar por el hall, con el fin de tirar la basura, pensé que Blanca había retirado el cuadro, con el fin de proceder a su limpieza. Me llamó la atención lo bien colocado que se hallaba, perfectamente apoyado en la pared.

Blanca negó que hubiera retirado el retrato.

Días después llegaba la noticia de la muerte de Miguel de Zahara, otro querido compañero de mi infancia y lejana primera juventud, en Barbate.

Blanca volvió a asegurar los cuadros, incluidas las hembrillas cerradas.

Fue inútil.

Siguieron cayendo…

Y lo tomé como lo que son: avisos de muertes inminentes y también señales.

Uno de los sucesos fue, sencillamente, espectacular. Pero la historia merece un tratamiento aparte…

Miguel de Zahara. (Gentileza de la familia).

Pactos y señales
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