Lo sucedido aquel miércoles, 6 de julio de 2005, fue, como poco, sorprendente.

Veamos.

Ese mes de julio yo había cumplido uno de mis sueños: visitar e investigar las pinturas rupestres y los petroglifos de la región de Moab, en el estado norteamericano de Utah.

Nos acompañaba la incondicional Rebecca.

La noche anterior, en el hotel Landmark Inn, en Moab, los lugareños hablaron de Castle Valle, no muy lejos. Allí podíamos contemplar una buena colección de petroglifos.

Decidimos visitarlo.

Nos dibujaron un mapa y, a la mañana siguiente, temprano, partimos hacia el paraje en cuestión.

Pero nos perdimos, claro está…

Después de preguntar, y de numerosas idas y venidas, terminamos desembocando en un parking solitario y remoto, situado en Castle Rock.

Eran las doce del mediodía.

En el aparcamiento se hallaba un único vehículo. Nos detuvimos a cierta distancia y observamos.

¿Preguntábamos de nuevo?

En el interior del automóvil se distinguían dos hombres.

Blanca y yo, deseosos de estirar las piernas, decidimos echar una ojeada por los alrededores. Puede que encontráramos pinturas…

Y así lo hicimos.

Castle Rock, también conocido como Castleton Tower. (Foto: Tom Till).

Durante una hora caminamos por un desfiladero, entre piedras, con la única compañía del silencio y de los lejanos avisos de las serpientes de cascabel.

No vimos nada interesante.

Al regresar, el vehículo, con los dos hombres, había desparecido.

Rebecca, muy excitada, contó lo siguiente:

—Salí del carro y acudí al otro 4×4. Pregunté por Castle Valle, pero los hombres no supieron darme razón. Se bajaron del coche y entablamos conversación. Me quedé asombrada. Eran muy altos. Y, sin más, sin venir a cuento, uno de ellos, un tal Andrew, empezó a hablar de extraterrestres. Preguntó si yo creía. Le dije que sí. Entonces, el segundo individuo tomó unos prismáticos y empezó a mirar hacia donde os encontrabais. Guardaron silencio durante algunos segundos. Después, el de los prismáticos se dirigió a su amigo, pero lo hizo en una lengua que no comprendí…

—¿Eran norteamericanos?

—Eso dijeron. Vivían en California y trabajaban en la Kawasaki. Estaban allí de paso. El de los prismáticos continuó observando vuestros movimientos y, de vez en cuando, hablaba con el otro, siempre en ese idioma raro, muy gutural. Andrew me dio un consejo: «Dile a tus amigos que visiten Alaska. Allí encontrarán pinturas rupestres muy antiguas. Algunas tienen veinte mil años». Y digo yo: ¿cómo sabía que buscábamos pinturas y petroglifos?

—Muy simple —le interrumpí—. Quizá se lo dijiste al preguntar por Castle Valle.

Rebecca permaneció pensativa. Y añadió finalmente:

—Yo diría que no hablé de ese asunto…

Ahí quedó el suceso.

Y el instinto tocó en mi hombro.

«¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿Por qué seguían nuestros pasos con los prismáticos? ¿Por qué hablaron de los ET? ¿Por qué nos invitaron a visitar Alaska?».

Al entrar de nuevo en el todoterreno, «algo», superior a mí, me invitó a solicitar una señal.

¡Qué tontería!, me dije.

Pueden ser simples turistas…

Pero la fuerza que siempre me acompaña insistió: «Solicita una prueba».

Bien. No perdía nada con probar…

Y pensé: «Si esos hombres no son humanos deberé recibir una señal».

No establecí plazo ni tampoco especifiqué qué clase de señal.

Fue fulminante.

A las 13.15 horas nos detuvimos en un restaurante, perdido en la nada.

Habían transcurrido diez minutos desde que salimos del aparcamiento de Castle Rock.

Recuerdo que se llamaba Denny’s, en las proximidades de Courthouse.

De pronto, frente a la puerta, vi una motocicleta.

Y mis ojos se desviaron hacia la matrícula.

¿Por qué me fijé en la placa?

Sinceramente, no tengo idea. Bueno, ahora sí lo sé. Así tenía que ser…

Leí, perplejo: «101-ETH (Colorado)».

Estuve seguro. Era la señal…

Blanca, junto a la moto, señalando la matrícula. (Foto: J. J. Benítez).

Y en cuanto fue posible me hice con un diccionario de inglés e intenté ordenar las ideas.

«101» estaba claro. «ET», por su parte, es la forma, abreviada, de la palabra «extraterrestre».

La señal, como digo, era obvia: «101-ET».

¿Y qué debía pensar de la «H»?

En el diccionario aparecen numerosas palabras que empiezan por hache. Sumé 1526.

Ampliación de la matrícula. (Foto: J. J. Benítez).

Estudié diferentes combinaciones y apunté las siguientes posibles frases:

  • 101: la clave o pista (hint) ET
  • La clave o pista ET es 101
  • 101: la casa (home) ET
  • 101: Muy (highly) ET
  • 101: Él (him) es ET
  • 101: ET superior (higher)
  • 101: ET aquí (here)
  • 101 es de los ET (hers)
  • 101: ET (es) real (highness)

De todas ellas me quedé con la primera: «101: ET Hint». Es decir: «101: la clave, pista o indicación (indirecta) para entender o buscar algo (a los ET)».

E hice averiguaciones.

¿Cuántas motocicletas se hallaban registradas en esos momentos en el estado de Colorado?

La cifra me dejó de piedra: ¡98 000!

El cálculo de probabilidad matemática de que una de esas 98 000 motos, en cuya matrícula se leen «101» y las letras «ETH», apareciera ese día, y a esa hora, frente al Denny’s, en el estado de Utah, es tan bajo que marea…

El lector sabrá sacar conclusiones.

Pactos y señales
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