Aquel nuevo viaje al desierto fue inolvidable.
Amo el desierto.
El 25 de noviembre de 2007 salimos de Illizi, en Argelia, con rumbo al Djerat, un wadi o cauce seco repleto de pinturas rupestres y de grabados antiquísimos.
La expedición la formaban Javier Lago, de Cultura Africana; Blanca, mi esposa; Rosa Paraíso; Iván, mi hijo mayor, como fotógrafo; los guías tuareg (Tahart, Kattanga y Amadú), los camelleros y un servidor.
El wadi Djerat tiene treinta kilómetros de longitud. Es un río seco, al norte del Tassili N’Ajjer, y prácticamente en medio de la nada. Es un lugar ardiente, infectado de escorpiones y de víboras cornudas, las más temidas de África.
Henri Lhote, el aventurero francés, visitó en 1975 la práctica totalidad de las estaciones o abrigos en los que existen pinturas y grabados. Llevó a cabo un catálogo de setenta y cinco estaciones y cuatro mil imágenes (más de mil grabados han sido datados en el llamado periodo «bubaliano» y trescientos en el «bovidiano»).
Yo no aspiraba a tanto.
Me contentaba con estudiar, medir y fotografiar un par de cientos de esas hermosísimas imágenes, la mayoría de diez mil y catorce mil años de antigüedad.
En principio era una expedición más, sin demasiadas pretensiones.
Pero el Destino sabía y permanecía atento…

Ubicación del wadi Djerat, en Argelia.
Arrancamos y fuimos recorriendo el wadi. Quedamos desconcertados. Las imágenes son más sugerentes de lo que afirmaba Lhote. Algún día tendré que referirme a aquel tesoro de forma exhaustiva. Sí, cuando escriba «Cuadernos casi secretos».
Mi intención, ahora, no es ésa.
Y sigo leyendo en el cuaderno de campo:
«El lunes, 26, en un paraje llamado Aba-N-Tenouart, tras la cena, observamos dos luces extrañas… Una lanzaba fogonazos hacia el suelo… La otra se movía, como a empujones, entre las estrellas… No escuchamos ruido… Al poco desaparecieron».

Aba-N-Tenouart, lugar del avistamiento. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Betty Hill, en 1961. (Gentileza de la familia).
Recordé la noche de Encarna, junto a la vaca que llora.
¿Sabían los seres que tripulaban esas naves que estábamos allí?
La pregunta me pareció de lo más tonto…
Y proseguimos las exploraciones.
Cada jornada estudiábamos del orden de cincuenta pinturas y grabados. Eso representaba continuas marchas a pie. Calculé de seis a ocho kilómetros diarios.
Pero en esa visita al Djerat, además de las referidas observaciones, yo había incluido un trabajo extra.
Años atrás, en el 2000, Betty Hill, una norteamericana abducida en 1961[15], dio a conocer unos signos que me resultaron familiares. Al parecer los vio en el interior de la nave; concretamente en un libro que le mostró uno de los tripulantes[16].

El matrimonio Hill fue introducido en una nave en septiembre de 1961.
Cuando los vi, como digo, sentí algo extraño. Los examiné cuidadosamente e hice consultas. Ninguno de los profesores, expertos en beréber, supo traducirlo. Confirmaron la naturaleza de la escritura —beréber antiguo—, pero ahí quedó el asunto. Ni que decir tiene que ninguno de estos sabios (españoles, italianos y franceses) supo del origen de los símbolos. No lo consideré oportuno.

Signos memorizados por Betty Hill y llevados al wadi Djerat por J. J. Benítez.
El beréber es un idioma que se habla en buena parte del norte de África. Yo había visto aquellos signos en los desiertos, junto a pinturas rupestres de diez mil años y al lado de grabados mucho más antiguos. Pero una cosa es el beréber moderno y otra, muy distinta, el antiguo. Éste se ha perdido.
Conseguí una buena copia de lo que mostró Betty Hill, la plastifiqué, y viajé con ella al Djerat. Mi intención era simple: pasear los símbolos entre los hombres del desierto e intentar averiguar si alguien acertaba con la traducción.
Pero dejé el «trabajo extra» para el último momento.
La expedición prosiguió con normalidad y los resultados —espectaculares— fueron registrados en los cuadernos de campo.
Y llegó el viernes, 30 de noviembre.
Nos hallábamos de nuevo en Aba, de regreso a Illizi. Era el paraje en el que vimos las dos extrañas luces.
Acampamos y nos dispusimos a descansar.
Había sido otra jornada intensa y dura.
Y sucedió lo imposible…
Leo lo escrito esa misma noche, a la luz de la hoguera:
«Llegada a Aba a las 16.30 horas… El nombre (Aba) también es sintomático… El Padre quería decirme algo…, y me lo dijo.
Cenamos chorba. Deliciosa. Cebolla, pepino, calabacín, zanahoria, patata, ajo, especias, aceite y sal… He repetido.
La noche está negra e inmensa, sin luna. Hablamos de las estrellas. Los tuareg escuchan. Javier Lago traduce del español al árabe…
Pero el cansancio empieza a doblegarnos.
Es el momento… Me hago con la cartulina plastificada, con los signos que vio Betty Hill en el interior de la nave, y se la entrego a Tahart, el guía. Le pido que eche un vistazo y que me diga qué es… Pronto se le unen Amadú, jefe de los camelleros, y Kattanga…
Nos hallamos alrededor del fuego de campamento. Blanca y Rosa están algo más retiradas, a cosa de cuatro metros… No sé qué hacen.
Y los tuareg hablan entre ellos y discuten a voces.
Presiento algo…
Javier, finalmente, traduce:
—Dicen que parece una oración…
—¿Entienden los signos?
—Sí —aclara el paciente Javier—, dicen que es beréber, pero muy antiguo.
Continuaron hablando y polemizando. Uno le quitaba la cartulina al otro y éste la volvía a arrebatar. Y seguían las voces.

Amadú (izquierda) y Tahart, que tradujeron los símbolos. (Foto: Iván Benítez).
—¿Qué más?
Javier solicita calma. Estamos en el desierto y entre tuareg.
Así discurren los minutos, tensos.
«Algo es algo —me digo—. ¡Beréber antiguo!».
Y mil ideas llegan en tropel.
Finalmente, Tahart cuadra la traducción. Y lee:
«Soy Dudú… Estoy aquí abajo… en la Tierra… ¿Desde cuándo existes (tú), Dios?… Soy yo, Dudú… Háblame… Dame una orden».
Quedo perplejo.
Y pregunto y pregunto:
—¿Una oración?
El guía asiente, y añade:
—Eso parece. Es una oración que alguien dirige a Dios.
—¿Y se llama Dudú?
Tahart y el resto asienten. Y aclaran:
—Dudú es un nombre común entre los bereberes. Era propio de gente antigua y fuerte, físicamente.
Por supuesto, nadie en el campamento, ni siquiera Blanca, sabía del origen de los signos.
Y guardé silencio al respecto.
¡Dios mío! ¡Una oración contenida en un libro no humano! ¡Un libro escrito en beréber antiguo! ¿Cómo era posible?
Podían ser las 18 horas y 35 minutos.
Y en eso, Blanca y Rosa nos alertaron con sus gritos.
Y señalaron en dirección norte.
Olvidé la traducción.
En la negrura distinguí una luz.
Nos pusimos en pie. Todos menos los tuareg.
Era blanca, densa, como luz sólida.
Se dirigía en silencio hacia nosotros.
Volaba muy bajo. Quizá a doscientos metros del suelo. Quizá ni eso.
No vi luces «anticolisión».
«Eso no es un avión, ni tampoco un helicóptero —pensé—. Pero ¿qué haría un avión en mitad de la nada?».
¡Eso es un ovni!

«El objeto se colocó casi en nuestra vertical, a cosa de doscientos metros del suelo». Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
Y recordé la «luna llena» que se detuvo sobre mi cabeza el 10 de mayo de 2001, al solicitar al Padre Azul que prolongara la vida de Encarna.
Fue cuestión de segundos.
El objeto —todo luz— siguió aproximándose.
Tomé la linterna y la prendí cinco veces, dirigiendo el haz hacia el ovni.
Cinco linternazos.
Todos vieron cómo el cañón de luz moría en el objeto. Cinco veces…
Y en eso, al proyectar el último haz, la masa luminosa desapareció. Estaba casi en nuestra vertical.
Se hizo el silencio.
Nadie volvió a verlo… Nadie hizo una foto (!).
Lo tomé, naturalmente, como una señal: una importante señal.
Me hallaba en el buen camino.
Y pensé en Betty Hill, fallecida el 17 de octubre de 2004. ¡Cuánto hubiera disfrutado con aquella aventura!
Terminada la exploración en el wadi Djerat nos trasladamos de nuevo a Djanet.
Fueron siete agotadoras horas en un maldito 4×4. Llegué con las rodillas machacadas, pero mereció la pena…
Y en ese trotar por el desierto argelino pensé mucho.
Lo que había sucedido en Djerat era muy fuerte.
Hice cálculos.
Habían transcurrido cuarenta y seis años desde el célebre encuentro del matrimonio Hill.
Y continué reflexionando…
¿Cómo debía interpretar que, justamente, cuando procedían a la traducción de los signos, surgiera aquella luz?
Lo dije.
Lo tomé como una señal. Alguien trataba de comunicarme algo.
Y proseguí con las especulaciones.
Aquella escritura (beréber antiguo) aparece junto a pinturas en el Tassili, y también en otros remotos abrigos de los desiertos de Libia, Mali y Marruecos. Son escenas nítidas, en las que se observa a seres enfundados en trajes espaciales y escafandras[17]. Es obvio que criaturas no humanas descendieron en estos lugares hace miles de años. Y fui más allá…
Esas criaturas no humanas enseñaron lo que hoy conocemos como beréber a los paisanos del entonces jardín del Sahara.
Y fue en el citado Tassili N’Ajjer donde pude contemplar una pintura que me dejó perplejo: un individuo, provisto de escafandra, tira de varias mujeres desnudas, como si quisiera introducirlas en un objeto que se encuentra a su espalda y posado en el suelo. Entre los investigadores lo llamamos «El secuestro». Y me vino a la mente la abducción de Barney y Betty Hill.
Aquello era un manicomio.
¿Fueron los seres de Tassili los que secuestraron a los Hill?
Habían pasado diez mil o quince mil años…
Pero, como sé por experiencia, en el fenómeno ovni todo es posible (y más).
Y solicité una señal.
Si todo aquello era cierto, y si mis apreciaciones eran correctas, debería recibir una confirmación, una señal.
Pero ¿cuál?
Me sentí incapaz de concretarla. Y lo dejé al criterio de «ellos».
El domingo, 2 de diciembre (2007), lo dedicamos al descanso.
Blanca y yo decidimos dar un paseo por Djanet.
Y terminamos visitando uno de los mercadillos artesanales.
Eran las doce del mediodía.
De pronto, «alguien» me tomó por la nariz y me condujo, directamente, frente a uno de los puestos. El artesano vendía de todo, pero fui a fijarme en una de las piezas: un candado de bronce, muy común entre los tuareg. De él colgaban dos rústicas llaves. En una de las caras me llamó la atención un conjunto de signos bereberes. Lo tomé entre las manos y lo acaricié.
«No puede ser —me dije—. Estoy soñando».
Pero no. Me hallaba despierto, y bien despierto.
Los cinco signos daban forma a un símbolo que había visto muchas
veces y que lucen algunos ovnis en la panza: .
¡«UMMO»![18]
¿Cómo no me había dado cuenta?
Pregunté el significado. El tuareg dijo que se trataba del nombre del artesano: «Ibrahim».
¿Ibrahim?
El nombre, muy común, es una derivación de «Abraham». Al
principio no reaccioné. Después, poco a poco, fui comprendiendo:
Abraham (en beréber): .
¿Era ésta la señal que había solicitado?
Regresamos al hotel y continué especulando:
«Abraham se llamaba en realidad Abram. Dios (?) le cambió el nombre. Y fue Dios (?) quien lo sacó de Ur de Caldea, a orillas del río Éufrates, y lo “guió” en un largo peregrinaje por tierras de Egipto y de Canaán (Israel y Jordania). Esto sucedía hacia el 2000 a. C.
Después, en el encinar de Mambré, cerca de Hebrón, tuvo un encuentro con tres seres que Abraham identificó con el propio Dios».
Y una serie de locas (?) dudas se posaron en mi mente:

Candado tuareg hallado por J. J. Benítez en Djanet (Argelia). En él se aprecia el nombre de Abraham, en beréber. (Foto: Blanca).

Ovni sobre San José de Valderas (Madrid). El símbolo, en la panza, es similar al nombre de Abraham, en beréber. (Archivo de J. J. Benítez).
«¿Fueron los seres que descendieron en Tassili los que guiaron a Abraham? ¿Fueron esas criaturas —dioses para Abraham— las que modificaron su nombre y anunciaron que sería “‘ab hamôn” (padre de multitud)? ¿Por qué, en beréber, el nombre de Abraham es similar al símbolo “ummita”? ¿Fueron las naves “ummitas” las que velaron por Abraham y su familia?».
Y fui más allá…

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
«Hacia el año 1980 a. C., Abraham conoció a Melquisedec, un personaje misterioso, citado en el Génesis (14, 17), que, al parecer, le habló de un Hijo de Hombre que estaba por llegar. Y le adoctrinó también sobre la existencia del buen Dios, el Padre Azul, y sobre el alma inmortal.
Melquisedec no tenía familia. Nadie supo de dónde venía. Nadie supo cómo desapareció. Para mí fue el verdadero precursor del Hombre-Dios (Jesús de Nazaret). Melquisedec comunicó la buena nueva a Abraham y le anunció que la bandera del Hijo del Hombre estaba formada por tres círculos».

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
Mi cabeza echaba humo (con hache) y opté por solicitar una segunda señal. Tampoco especifiqué.
«Si esto es real —escribí—, si Abraham tuvo relación con las criaturas “ummitas”, por favor, hacédmelo saber».
Y a las 17.30 horas —no sé exactamente por qué— regresamos al
mercadillo. Blanca quería seguir mirando. Me resigné y la acompañé
como mero guardaespaldas. La seguí durante un rato, sumido en mis
pensamientos: «¿Abraham = ? ¿Son los seres que tripulan los
ovnis los viejos ángeles de la Biblia? ¿Están al servicio de la
Divinidad?».
Y ocurrió por segunda vez.
«Alguien» (?) me tomó por la nariz y me arrastró —literalmente— hasta uno de los puestos.
¡Asombroso!
Allí estaba la señal…
¡Un segundo candado con el cuerpo de latón y el arco de acero!
Lo tomé, desconcertado.
«Imposible», me dije.
Sin embargo era real…
En una de las caras aparecían, grabados, tres círculos (!). ¡Los tres círculos de la bandera del Maestro![19]
Comprendí.

Segundo candado, con los tres círculos. (Foto: Blanca).
¿Para qué sirve un candado? Obviamente para «guardar y preservar algo valioso». Eso fue lo que hizo Abraham con la buena nueva que le comunicó Melquisedec. Y la noticia llegó, incluso, a Moisés. Después, con el paso de los siglos, la naturaleza humana mutiló, deformó y cambió. Hoy, Dios y sus ángeles presentan una cara muy distinta a la real…
Quizá todo empezó en Tassili.

Individuo con escafandra y traje hinchado (Tassili N’Ajjer). En la parte inferior, reproducción de lo que llaman «El secuestro». Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Astronautas en la Edad de Piedra (Tassili N’Ajjer). En la parte inferior, otra extraña pintura (Djerat): un individuo de gran altura aparece atado a una esfera. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Nave «ummita» sobre Mali, según el testimonio de los dogon. Sucedió hacia el año 1000 de nuestra era. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

En Tassili N’Ajjer sumé cinco mil pinturas. Algunas, como las presentes, hablan por sí mismas. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Imágenes existentes en Tassili. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
El viernes, 13 de septiembre de 2013, al terminar el capítulo sobre los candados descubiertos en el mercadillo de Djanet, me dirigí al archivo. Necesitaba una determinada documentación.
Y sucedió algo extraño (?).
¿He escrito «archivo»? Debería decir la jungla de los archivos…
Y me puse a buscar.
Abrí algunas carpetas y maldije el desorden y mi mala cabeza.
A los quince minutos, o menos, al trastear entre los papeles, aparecieron aquellas fotografías…
¡Las había olvidado!
Acudí a los cuadernos de campo y verifiqué la sospecha: aquella experiencia no fue incluida en el guión inicial de Pactos y señales. Sencillamente, se borró de la memoria.
He aquí una síntesis de la misma:
Corría el mes de abril de 2001. Habíamos viajado de nuevo a Argelia. Esta vez al sur, al Ahaggar. Y trabajé durante días en las pesquisas sobre Tin-Hinan, la mujer gigante que, al parecer, condujo al pueblo tuareg desde las montañas del Atlas, en Marruecos, a la región de Abalessa, cerca de Tamanrasset[20].
Me acompañaban Javier Lago y mi hijo Iván.
Días después contratamos dos 4×4 y emprendimos el camino hacia Tassili.
Fue un viaje largo y pesado. Tuvimos que dormir al pie de los vehículos.
Visitamos la ermita de los padres blancos, en Assekrem, y también los grabados de Hirhafok.
Según consta en el cuaderno de campo correspondiente, esos días pensé mucho en la bella Ricky. La veía en todas partes, incluso en sueños[21].
Y lo atribuí a las investigaciones que seguía practicando en torno a ella y que algún día tendré que hacer públicas.
Fue así, más o menos, como llegamos al 3 de mayo, jueves.
Ese día amaneció a las 5.30. Desayunamos y partimos hacia Djanet.
El desierto de piedra se transformó en inmensos arenales.
Los Toyota volaban.
Visitamos nuevas tumbas circulares, algunas con dos y tres anillos y una cúpula en el centro.
Los tuareg persiguieron gacelas. Nuestro chófer y guía —Hamed ben Abdelkader— se lo pasó en grande.
El cielo se presentó infinitamente azul.
«Ricky… La echaba de menos».
A las doce nos detuvimos. Hora de almorzar.
Y en ello estábamos cuando aparecieron aquellas «nubes», por llamarlo de alguna manera.
Todos lo vimos.
A cosa de 30 grados sobre el horizonte, en mitad del azul, vimos algo que parecían letras (?).
Primero pensamos en nubes, como digo. Pero no. ¡Formaban letras!

Lugar en el que aparecieron las «letras». Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
Me levanté para tomar la cámara fotográfica. Cuando me hice con ella, las «nubes» o «letras» empezaron a difuminarse, y desaparecieron. Y el cielo continuó mágicamente azul.
Hablamos y dibujamos lo que acabábamos de contemplar. La imagen fue ésta:
¿Pudo tratarse de la estela de un avión?
Lo rechazamos.
Además, ¿dónde estaba el avión?
Era inaudito.
El espectáculo se prolongó un minuto, o menos.
Insisto: todos lo vimos.
E intenté que los tuareg tradujeran las letras.
Parecía beréber…
Hamed y el resto lo intentaron, pero no llegaron a nada concreto.

Testigos de las misteriosas letras en el cielo argelino: Iván Benítez (izquierda), Hamed y Javier Lago. (Foto: J. J. Benítez).
Parte de la palabra (?) significa «Orión». El resto presentaba distintas interpretaciones, según el traductor.
Antes de reanudar la marcha hice fotografías del lugar y del cielo azul.
«¡Qué extraño! —me dije—. Ricky decía proceder de Akrón, un planeta de Orión».
Iván tomó nota de las coordenadas exactas: 24° 16′ 16″ N y 7° 34′ 01″ E y proseguimos el viaje.
Una semana más tarde, como he relatado, al hacer la petición al Padre Azul para que prolongara la vida de mi amiga Encarna, una «luna llena» se detuvo en la vertical del lugar en el que me encontraba, cerca de Djanet.
Pero las sorpresas no terminaron ahí…
Al regresar a España, y revelar las fotografías del viaje, encontré algo no menos singular. En una de las imágenes —tomada tras la aparición de las «letras»— aparecía una «esfera» (?) blanca, casi perfecta, en mitad del cielo azul. Una esfera que nadie vio…
Tenía aspecto de nube, pero no lo era.
Y el nombre de Ricky regresó a mi mente con fuerza…
¿Qué estaba pasando?

Extraña esfera (que nadie vio), fotografiada por J. J. Benítez en el desierto argelino.