En ocasiones he tropezado con señales difíciles de clasificar. La registrada en el pueblo de Cartes, en Cantabria, al norte de España, es una de ellas.

Expondré los hechos y que cada cual saque conclusiones…, si puede. Yo no pude…

La noticia la recibí en Algeciras el 25 de noviembre de 1994.

Me la proporcionó un viejo amigo —Ricardo Mediavilla—, nieto de los protagonistas.

He aquí, en resumen, lo que sabía Ricardo:

—Mis abuelos paternos [Felipe Mediavilla González y Carolina Torquillo Quintanar] vivían en la localidad de Cartes. Allí nacieron sus siete hijos. La historia me la contó Cardín, mi padre. El abuelo era un tipo especial. Le gustaba el juego y las mujeres y terminó dándole mala vida a su esposa.

—¿La maltrataba?

—Eso tengo entendido. Yo casi no le conocí. Lo que sé procede de mi padre y de mis tíos.

Y Carolina falleció. Ocurrió el 4 de diciembre de 1932. Y fue enterrada en Cartes. Tenía cuarenta y dos años de edad.

Ricardo hizo una aclaración:

—No se sabe, exactamente, cuándo se produjo el suceso, pero se produjo. De eso no hay duda… Unos dicen que fue a la semana del fallecimiento de Carolina. Otros aseguran que ocurrió más tarde. Y todos coinciden que fue en un aniversario… La cuestión es que, una noche, mi abuelo Felipe y sus hijos fueron despertados bruscamente… Era de madrugada… Oyeron un golpe seco en la puerta de la casa y se levantaron… Mi abuelo se hizo con un candil, y con la pistola, y se dirigió a la puerta. Con él se hallaban sus hijos Chelo, de diecisiete años; Pachi, de dieciséis; Toñuca, de quince; Cardín, mi padre, de catorce, y Fucu (Josefina), de diez o doce años. Los dormitorios estaban en la planta superior. Mi abuelo abrió la puerta y se llevó el susto de su vida…

Felipe Mediavilla y Carolina Torquillo. (Gentileza de la familia).

Aguardé, impaciente.

—Todos se asomaron a la calle y lo vieron. El abuelo terminó desmayándose. Los hijos lo atendieron y lo llevaron a su cuarto. Dicen que permaneció allí un tiempo. No hablaba. Sólo movía los ojos, espantado. Acudió el médico, pero no supo qué le ocurría.

—¿Y qué fue lo que vieron en la puerta?

—No te lo vas a creer…

—A estas alturas lo he visto casi todo…

—En la calle, cerca de la puerta, apareció la lápida que habían colocado en el nicho de Carolina, mi abuela. El nombre se leía perfectamente.

—¿La lápida?

—Intacta. Y con el nombre de cara a la puerta. El abuelo, como digo, se desmayó.

—¿A qué distancia estaba la casa de Felipe Mediavilla del cementerio?

—A quinientos o seiscientos metros. Entre la casa y el cementerio había campos, muros de piedra, algunos almacenes y otras viviendas…

La lápida de Carolina Torquillo apareció una noche frente al número 16 de la calle Emilio Porrúa. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Ubicación de la casa de Felipe Mediavilla, en Cartes (Cantabria). La distancia al cementerio es de 600 metros. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

—¿Y cómo llegó la lápida?

Ricardo se encogió de hombros.

—Nadie lo sabe.

—¿Pudo tratarse de una broma de mal gusto?

—Lo dudo. En Cartes nadie juega con los muertos…

—¿Cuál era el estado de la lápida?

—Impecable, según mi padre, que la vio. No presentaba restos de cemento o de ladrillo, que sería lo normal si hubiera sido arrancada por manos humanas.

—¿Observaron alguna rotura?

—Ninguna. Es como si hubiera llegado volando, literalmente.

—¿Y qué interpretación le da tu familia?

—Probablemente fue una señal. Él no se había portado bien con su esposa.

—¿Una señal de los cielos?

—Eso es.

Felipe Mediavilla falleció el 22 de julio de 1950, como consecuencia de un edema pulmonar.

En el verano de 1980, a los cuarenta y ocho años de su fallecimiento, los restos de Carolina Torquillo fueron exhumados. La sorpresa fue general: el cadáver se hallaba incorrupto. Es más: la ropa, las medias y el rosario que conservaba entre las manos estaban intactos. La noticia dio la vuelta a España.

—Fue a raíz de este suceso —aclaró Ricardo— cuando mi padre me contó lo de la lápida.

Carolina Torquillo, al ser exhumada en 1980. Junto a ella su hija Josefina, ya fallecida. La imagen ha sido tomada del libro Historia de la villa (Cartes), de José Ramón Saiz Fernández. La fotografía aparece en la página 249. De pronto, Alguien tocó en mi hombro. Consulté la equivalencia kabalística de «249» y los cielos me hicieron otro guiño. «249» equivale a «señal de Dios» y «milagro». Mensaje recibido…

Cuando decidí escribir Pactos y señales estimé que era bueno darse una vuelta por Cartes. Y allí me presenté un jueves, 8 de noviembre de 2012.

Recorrimos el bellísimo pueblo, interrogué a cuantos vecinos pude, visité la casa de Felipe Mediavilla, todavía en pie, y acudí al cementerio. Hice cálculos y mediciones. Tomé fotografías y me presenté en el Ayuntamiento, solicitando información. Lorena Torres me proporcionó libros sobre la villa. Después le tocó el turno a los certificados de defunción. Los datos proporcionados por Ricardo Mediavilla eran correctos.

Y quedé perplejo, una vez más…

De la calle Emilio Porrúa, donde se encuentra la vivienda del fallecido Felipe Mediavilla, hasta el cementerio de la localidad, hay seiscientos metros, aproximadamente, siempre en línea recta. Hoy, el paisaje ha cambiado, pero las dudas siguen siendo las mismas: ¿cómo llegó la lápida frente al número 16 de dicha calle? La lápida pesaba treinta y siete kilos. ¿Cómo cubrió semejante distancia y cómo se posó, dulcemente, en el suelo? ¿Cómo salvó los huertos, los muros de piedra de uno y dos metros de altura, las casas y los almacenes? ¿Cómo es posible que golpeara la puerta de madera, cayera a tierra, y no se quebrara?

¿Cómo fue que la lápida «brincó» desde el cementerio hasta la casa de Felipe Mediavilla? (Foto: Blanca).

Señalado con la flecha, el lugar en el que apareció la lápida. (Foto: Blanca).

Lo dicho: que el lector saque sus propias conclusiones.

Pactos y señales
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