En cierta ocasión comenté el caso de Alba y la purpurina con Pilar, esposa de mi amigo-hermano Castillo.

Pilar, entonces, hizo un comentario:

—Yo conozco una historia parecida…

Y pasó a relatar lo siguiente:

—En Barbate, hace años, vivía una mujer a la que llamaban Mariquita. Tenía un muñeco. Antes de morir solicitó que la enterraran con dicho muñeco. Y así fue. La metieron en el nicho y la familia regresó al pueblo. Pues bien, el muñeco estaba allí, en la casa, en el sitio de siempre.

Me apresuré a concertar una reunión con la familia de Mariquita. Pilar me ayudó.

Lamentablemente, los protagonistas del suceso habían fallecido.

Pero los nietos recordaban los hechos con precisión.

Y el 17 de mayo de 2013 me reuní con Mari Francis y otros familiares. Y comprobé que los rumores que corrían por el pueblo no eran exactos.

Mari Francis, nieta de Mariquita, me puso en antecedentes:

—Mi abuela se llamaba María Dolores Malía Cifuente. Era viuda. Su marido, Diego Cruz Pacheco, ya había muerto cuando sucedió lo del negrito.

—¿El negrito?

—Sí, el muñeco de plástico…

—¿Cómo era y de dónde salió?

—Era feo y pequeñito.

El negrito. (Foto: Blanca).

Mari Francis indicó las dimensiones con los dedos.

—Una cosa así…

Calculé alrededor de catorce centímetros.

—A decir verdad no sabemos cómo llegó a la casa de Mariquita. Pudo encontrarlo en la calle. O quizá se lo regalaron. En esa época, los barcos iban mucho a Marruecos. Allí pudieron comprarlo…

Y Mari Francis prosiguió.

—Mariquita tuvo tres hijos: José, Francis y Manolo. Francis fue mi madre. Vivían en la calle Colón, en el patio del tío Pepe. A mi abuela la llamaban Zangá: María o Mariquita Zangá. El caso es que Francis, mi madre, le cogió manía al negrito. No le gustaba.

—¿Por qué?

—No lo sé con certeza. Quizá por lo feo que era… Francis quiso deshacerse de él en varias ocasiones, pero la abuela no lo permitió. Mariquita le tenía cariño.

—¿Cuándo aparece el muñeco en la casa?

—Probablemente en los años cuarenta. Con seguridad, antes de 1953. Y un día, en 1971, Mariquita cayó enferma. Tuvo un ictus y quedó paralizada del lado derecho. No podía moverse. Permanecía en la cama. Fue en esas circunstancias cuando Francis decidió eliminar al muñeco.

Mariquita Zangá. (Gentileza de la familia).

Manuel Cruz, hermano de Francis. (Foto: Blanca).

Mari Francis, nieta de la Zangá, con el negrito. (Foto: Blanca).

Y Mari Francis aclaró:

—Mi madre tomó una palangana, la llenó con la basura, y puso al negrito en lo alto. Y por la tarde, al oír la trompetilla del camión que recogía la basura, salió de la casa y se dirigió al referido camión. Lo conducía un hombre llamado Suárez. Entregó la palangana al que iba en la caja del camión y éste la vació. Y el negrito se perdió entre los desperdicios. Acto seguido regresó. Y mi madre, al entrar en la casa, recibió el susto de su vida: ¡allí seguía el muñeco! Estaba sentado, sobre la cómoda, y en la posición de siempre. Y Francis dio un grito.

—Pero eso no es posible…

—Eso dijo mi madre…

Ese mismo día hice las mediciones oportunas. La distancia entre la casa y el lugar donde se detenía el camión de la basura era de treinta metros. Según mis cálculos, Francis pudo emplear cinco minutos en recorrer el camino de ida y de vuelta.

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

—¿Pudo tratarse de un error? Quizá se le cayó de la palangana y alguien lo volvió a dejar en la cómoda.

—Mi madre juraba que lo llevó en lo alto de la basura. Y vio cómo lo arrojaban a la caja del camión.

—¿Se lo contó a Mariquita?

—Sí, y la abuela le decía, riéndose: «Te dije que no lo tocases».

—¿Cuál era el secreto del muñeco?

—No lo supimos.

—¿Y Francis?

—Probablemente tampoco. Ella murió el 4 de febrero de 2007.

María Zangá sufrió un segundo ictus y falleció a las pocas horas. Era el 9 de mayo de 1972. Así consta en el certificado de defunción. Tenía setenta y seis años.

—La abuela —prosiguió Mari Francis— le rezaba mucho a san Pascual Bailón…

—¿Para qué?

—Dicen que avisa de la hora de la muerte. Y en la casa de Mariquita Zangá pasó algo raro. La noche de su muerte, los cacharros de la cocina se pusieron a temblar. Manolo, otro de los hijos de Mariquita, se levantó, alarmado. Y recordó lo de san Pascual Bailón. Y así fue. La madre acababa de fallecer. Fue entonces, nada más morir Mariquita, cuando sucedió lo de Luarda…

—¿Quién era Luarda?

—Una vecina. Mi abuela tenía amistad con ella.

—Y bien…

—Al morir Mariquita la colocaron en el ataúd, en la casa. Y Luarda le confesó a mi madre un secreto de la Zangá. La abuela había tenido una hija, pero murió a los dos años de edad. A los cinco lo sacaron del cementerio y Mariquita guardó los huesos. Los tenía en una bolsa, escondida en la cómoda, entre las sábanas. Pues bien, el deseo de la abuela era que la enterraran con los huesos de la niña. Ése era su secreto.

—¿Tu madre, Francis, no sabía nada?

—Nada. Encontró la bolsa y la depositó junto al cadáver. Y fue en esos momentos cuando tuvo la idea…

Mari Francis hizo una pausa. Me observó con picardía y comentó:

—Pero antes te contaré lo que le sucedió a Luarda…

Y esperé, impaciente.

—Mariquita Zangá y Luarda tenían una especie de trato: «Si hay vida en el otro lado —decían—, la que muera primero avisará». A los pocos días de la muerte de mi abuela, Luarda se hallaba en el patio, con otras personas. Y, de pronto, junto al árbol, apareció la Zangá. Y movió la cabeza, afirmativamente. En otras palabras: le dijo que «sí», que había vida después de la muerte. Luarda dio un chillido y salió corriendo. Y gritaba: «¡La he visto, la he visto!».

—¿Vieron a Mariquita las otras personas?

—Creo que no; sólo Luarda.

Y Mari Francis prosiguió con la historia del negrito:

—Al dejar la bolsa junto al cadáver de Mariquita, mi madre pensó: «Ya que he metido los huesos, meteré también el muñeco». Dicho y hecho. La Zangá fue amortajada y Francis ocultó el muñeco bajo las ropas que cubrían a la abuela. Pocas horas después cerraron el ataúd. Lo hicieron con llave.

—¿Quién lo cerró?

—Francis, mi madre. Y guardó la llave. Después se llevaron el féretro y la abuela fue enterrada en el cementerio de Barbate, en un nicho, junto a los restos de su marido, Diego Cruz.

Disposición de los huesos y del muñeco junto al cadáver de Mariquita. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Francis ocultó el muñeco en el ataúd. (Gentileza de la familia).

Imaginé lo que iba a decir y lo manifesté:

—Y al regresar a la casa, allí estaba el negrito

Mari Francis se encogió de hombros. Y comentó:

—Nadie lo sabe…

—No comprendo.

—Te contaré, tal y como sucedió. Pasó el tiempo —años— y, un buen día, mi tío Manolo Zangá fue a visitar a mi madre. Y salió el tema de Mariquita. Hablaron de sus cosas. Pues bien, Francis confesó lo que había pasado el día del camión de la basura y añadió lo del ataúd. Su hermano la escuchó, perplejo.

«Eso no es posible», le dijo.

«¿Por qué?».

«Porque el negrito está en mi casa, en el arca donde guardo las cosas…».

Y la familia, al completo, acudió a la casa de Manolo Zangá. Abrieron el arca y allí estaba el muñeco…

—¿Pudo alguien sacarlo del ataúd y dejarlo en la casa?

Mari Francis me miró, horrorizada.

—Nadie se atrevería a revolver entre las ropas de un cadáver; al menos en mi pueblo…

Llevaba razón. Pero entonces…

—Dado que nadie vio cómo mi madre escondía al negrito en el ataúd —explicó Mari Francis— cabe la posibilidad de que, al llevarse el féretro, el muñeco «regresara» a la casa, como lo hizo el día del camión de la basura, y, al verlo, mi tío Manolo no le diera mayor importancia. Nadie, salvo Francis, sabía lo que había ocurrido.

Y el negrito sigue en la casa, como un invitado muy especial.

¿Se encuentra el negrito en el nicho de Mariquita Malía y Diego Cruz? (Foto: J. J. Benítez).

Pactos y señales
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