La primera noticia sobre el sorprendente suceso registrado en Los Naveros, en Cádiz (España), me la proporcionó el incansable investigador e historiador Rafael Vite.

Corría el mes de abril de 1991.

El informe decía así:

Suceso extraordinario ocurrido en la población gaditana de Vejer de la Frontera.

Allá por el año 1957 vivía en el poblado de Naveros, del término municipal de Vejer de la Frontera (Cádiz), el matrimonio formado por Juan Camacho Daza y Dolores Alba Rodríguez. Ambos eran ancianos y Dolores padecía ceguera total después de sufrir una grave enfermedad en la vista.

Atendía a los ancianos una sobrina de Dolores llamada Juana López Alba.

El 13 de diciembre de dicho año fallece Juan Camacho por el que su mujer sentía verdadera adoración. Ésta, en aquellos tristes momentos, no tenía consuelo, y su estado de agitación era tal que parecía haber perdido la razón.

Según explica la sobrina, su tía se hincó varias veces de rodillas pidiendo a la santa del día, precisamente santa Lucía, patrona de los invidentes, que le devolviera aunque sólo fuera un poco de vista para poder ver por última vez a su querido esposo.

Pues bien, el milagro, o lo que fuera, se produjo.

Después de algunas horas de intensa agitación y nerviosismo, la anciana comenzó a dar gritos, diciendo que ya veía, lo que produjo verdadera estupefacción en todas las personas que en aquellos momentos se encontraban en la vivienda velando el cadáver. Éstos le preguntaban a la anciana viuda, especialmente las mujeres, cómo eran sus vestidos, qué dibujos tenían, etc., etc., y Dolores, sin dudarlo, contestaba con exactitud.

En los dos o tres días siguientes a este insólito suceso, la sobrina, Juana López, teniendo que hacerse un arreglo en su abrigo, se lo dio a su tía para que lo descosiera en parte, lo que hizo más que nada para ver cómo se las componía la anciana para realizar dicha tarea.

El resultado fue que la faena quedó perfecta.

A la semana siguiente, y de forma gradual, Dolores Alba volvió a perder totalmente la visión, que ya no recuperó, falleciendo el año de 1965.

Un dato importante a consignar es que cuando se produjo este hecho extraordinario, la anciana llevaba catorce años sin vista.

El oftalmólogo que la había tratado, D. Pedro Vélez, de San Fernando (Cádiz), siempre manifestó que la ceguera de la anciana, por la grave enfermedad padecida, glaucoma[121], era total, y que jamás podría recuperar la visión.

Relata por último la sobrina que, con la tribulación de aquellos días en la familia, no pensaron en haber llevado a su tía al oculista para que la hubiera reconocido de nuevo.

Siguiendo las pistas proporcionadas por Vite dediqué un tiempo a la búsqueda de Juanita López Alba.

Y di con ella…

¡Seguía viva!

Dolores Alba. (Archivo: Rafael Vite).

Leyó el informe de mi amigo y se mostró conforme. Era correcto.

Y añadió algunos detalles:

—Mi tío Juan murió alrededor de las doce del mediodía de ese 13 de diciembre de 1957.

—¿De qué murió?

—A causa de un ataque al corazón.

—El informe de Rafael Vite dice que Dolores Alba, su tía, llevaba años ciega…

—Así es.

—¿Veía algo?

—Nada. Era totalmente ciega.

—¿Y qué sucedió?

—Lloraba delante del cadáver y pedía que Dios le permitiera verlo, aunque sólo fuera un momento. Así estuvo horas…

—¿El cadáver se hallaba en la casa?

—Sí. Y, de pronto, mi tía empezó a dar gritos… ¡Veía!

—¿A qué hora se produjo el suceso?

—Por la tarde. Quizás a las seis.

—¿Sucedió algo extraño en la casa?

Juanita me miró sin comprender.

—¿Alguien vio luces —aclaré— o sintió ruidos no habituales?

—No lo recuerdo…

—Continúe.

—Los familiares y vecinos que llenaban la casa se alarmaron. Y se armó un buen jaleo. Todos preguntaban a mi tía. Todos querían saber lo ocurrido, pero nadie lograba explicarlo, y mucho menos la tía.

—¿Alguien examinó sus ojos?

—Sí, acercaron velas y candiles y comprobaron que veía. La luz le molestaba. Después empezaron con las adivinanzas…

—¿Adivinanzas?

—Le presentaban una cuchara o un trozo de pan y preguntaban: «¿Qué ves?». Y ella lo decía.

—Quiere decir que recuperó la vista…

—Sin duda.

—Cuénteme lo del abrigo…

—A los siete días del prodigio le entregué un abrigo. Era mío. Tenía que descoserlo. Y la mujer empezó la tarea. Y lo hacía con precisión. Entonces me asusté y se lo quité.

—¿Cuándo perdió de nuevo la visión?

—Pasaron ocho o nueve días. De pronto empezó a no ver… Y terminó ciega del todo, como antes.

—¿Por qué no la llevaron al médico?

Juanita se encogió de hombros.

—Eran otros tiempos…

—¿Qué edad tenía usted cuando su tía recuperó la vista?

—Cincuenta y cinco años.

—¿Recuerda si la pérdida final de la visión fue simultánea en ambos ojos?

—No, primero perdió la vista en uno y después en el otro.

—Antes de recuperar temporalmente la vista, ¿cuánto tiempo estuvo ciega?

—Trece o catorce años.

Juanita López Alba. (Gentileza de la familia).

Los Naveros tiene su propio «milagro». (Foto: J. J. Benítez).

Dolores Alba murió el 24 de diciembre de 1965, también en la finca de Los Naveros.

Tras la localización de los certificados de defunción de Juan Camacho Daza y Dolores Alba me dediqué a peinar la pequeña población de Los Naveros. Muchos de los ancianos a los que interrogué conocían el suceso, pero nadie supo explicarlo.

Al ponerme en contacto con el hijo del oftalmólogo —Pedro Vélez—, también oftalmólogo, no supo darme razón. No sabía nada de lo sucedido en 1957 y tampoco conservaba los archivos de su padre. Pedro Vélez García, que trató a Dolores Alba, falleció en 1967.

Acudí a la hemeroteca, pero no fui capaz de hallar una sola noticia sobre el desconcertante asunto de Los Naveros. La prensa no se enteró. Lo único llamativo, en esos días, fue un gran apagón, registrado horas antes de que Dolores Alba recuperara la vista.

Sospechoso, sí…

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