Cuanto más sé de Él, más me asombra…

El Padre de los cielos es tierno, imaginativo, sensible, delicado, prudente, AMOROSO, cálido, pícaro, envolvente, listo, atento, femenino, detallista, desconcertante, generoso, bello, tramposo, intuitivo, previsor, chistoso, piloto, chismoso, paciente, puntual, misericordioso, sabio, tolerante, chiripitifláutico, poeta, audaz, críptico, azul, respetuoso, interminable, confidente, infantil, confidencial y amigo. Además es UNO en TODO[89].

A lo que iba…

Lo vivido por Juani Delgado lo demuestra.

He aquí lo que me contó en septiembre de 2007:

Estimado Juan José:

Empezaré esta carta presentándome. Mi nombre y dirección ya los conoce. Tengo cincuenta y un años, soy española, casada, y con un hijo de veintiocho.

Hace varios años que, de vez en cuando, algo en mi interior me animaba a escribirle y contarle las cosas que me están pasando, pero otra parte de mí se negaba. Pensaba: «¿Por qué voy a molestar a este señor si no me conoce y yo a él tampoco?».

El 25 de junio de 2007 sufrí una intervención quirúrgica importante. Hace algunas semanas lo vi en televisión. Le estaban haciendo una entrevista. Los días siguientes ese «algo» en mi interior insistía continuamente en que debía escribirle.

Me dirigí a Dios y le dije: «Padre, yo no sé si debo escribirle, no tengo su dirección ni su teléfono. Trae a mis manos su dirección y le escribiré».

Busqué su nombre completo en uno de sus libros pero no venía. Así que desistí.

Pasaron varios días y mi hermana Marina me llamó por teléfono (ella ignoraba que yo tenía en mente escribirle) y me dijo: «Juani, ¿tú le has escrito a J. J. Benítez?». Le dije que no y me contó lo siguiente: «Este verano, en Honduras, entré en una librería para comprar unos cuentos a los niños y vi un libro de este escritor: Cartas a un idiota. Cuando me alejaba, algo me insistió en que debía volver y comprarlo. Así lo hice. Al terminar de leerlo he comprendido que era para ti. Te va a sorprender ver tu nombre y apellido en la dedicatoria».

Dedicatoria en Cartas a un idiota. El libro fue escrito tras un gravísimo «percance». La Juani Delgado que aparece en dicha dedicatoria es una de las enfermeras que me atendió y no la Juani que me escribe.

Cartas a un idiota, una señal para Juani Delgado.

¿Casualidad? Muchas personas tienen el mismo nombre y apellido… Hace ya varios años que lo sé, las casualidades no existen. Dos cosas que Dios me dice a menudo son: «Nada ocurre por casualidad» y «Todo es posible para mí».

Lo que realmente me sorprendió fue ver que en el libro había un apartado de correos donde podía escribirle. De nuevo el Padre trajo a mis manos lo que le había pedido; por tanto, ya no tengo ninguna duda.

Después de la operación estoy perdiendo peso, me siento muy débil y no sé qué va a pasar conmigo. Por eso debo escribirle ya, aunque debo hacerlo a ratos, para no agotarme.

En primer lugar le contaré una señal que Dios me envió el 11 de enero de 1997.

Era sábado por la tarde. Fui a casa de mi madre, que vive en la misma calle que yo. Ella estaba cosiendo, sentada en el sofá, poniendo hombreras a un jersey.

Sobre las 19.30 horas, aproximadamente, llamaron a la puerta. Era mi hermana Mayte, que venía con la hermana y la madre de su novio y una vecina de éstas. Venían de Madrid. La futura cuñada de mi hermana se casaba y habían ido a elegir el vestido de novia.

Mi madre recogió la costura, para atenderlas.

Cuando se marcharon cogió de nuevo la costura, pero la aguja se había perdido.

La buscamos. No aparecía.

Yo estaba preocupada ya que de niña me clavé unas tijeras al sentarme encima y, cuando se pierde una aguja, me pongo nerviosa.

Recuerdo que le dije: «Mamá, tenemos que encontrarla. Estabas cosiendo, sentada en el sofá. ¿Y si nos la clavamos al sentarnos?».

Buscamos, pero no apareció.

Mi madre comentó: «¿Sabes lo que te digo?: que voy a coger otra aguja y a seguir cosiendo».

Volvieron a llamar a la puerta. Era mi hermana Marina. Le pedí que me ayudara a encontrar la aguja. No la vimos. Mi madre terminó de coser las hombreras y dijo: «Me lo voy a probar». Yo la seguí hasta el dormitorio, palpando el jersey, y temiendo que se la clavara…

Dejé a mi madre y a mi hermana en la habitación y volví de nuevo al salón. Me puse a mirar en el suelo, a los pies del sofá, y se me ocurrió dirigir el pensamiento al Padre: «Dios mío, por favor, haz que vea la aguja».

Seguí buscando, pero no la vi.

Me quedé pensativa, y preocupada, detrás de la mesa, mirando hacia la puerta de la calle. De repente, por mi lado derecho, vi un rayo de luz blanca, muy brillante, que partía del suelo e iba, directamente, a mis ojos. Era como un cordón recto de luz. Calculé después que el grosor era como la mitad de mi dedo meñique.

Jamás había visto una luz tan brillante y a pesar de eso podía mirarla con los ojos muy abiertos. No deslumbraba.

Me quedé sin poder articular palabra.

Me agaché muy despacio. Cuando estuve cerca del suelo vi que la luz partía de la aguja. La cogí y, en ese momento, el rayo desapareció. Pero la aguja seguía brillando en mi mano con la misma intensidad de la luz blanca.

En ese momento grité: «¡Mamá, bendito sea Dios! ¡Mira lo que me ha pasado!».

Las dos vinieron enseguida al salón y, al verme con la aguja en la mano, mi madre dijo: «Ya has encontrado la aguja». Yo les dije: «Pero ¿es que no veis como brilla? ¿No veis la luz blanca?». Contestaron que veían una aguja normal.

Al cabo de unos segundos, la aguja dejó de brillar.

Cuando conté lo que me había pasado, mi madre no se lo creía.

«Son figuraciones tuyas —dijo—. Ha debido ser el reflejo de la lámpara».

Pero yo sabía muy bien lo que había visto.

Recuerdo que al día siguiente no tenía otra cosa en mi mente.

El lunes, en la oficina, no podía concentrarme en el trabajo.

Cuando salí, por la tarde, fui a casa de mi madre y le dije: «Saca el costurero y dame la aguja». Encendí la lámpara y coloqué la aguja en el suelo, en el mismo sitio donde la encontré, y le pedí a mi madre que observara, a ver si la luz de la lámpara se reflejaba en la aguja.

Imposible. Sabíamos que estaba ahí porque acababa de ponerla.

Aquello fue asombroso…

Después recordé que, semanas antes, había dirigido mi pensamiento al Padre: «Dios mío, llevo toda la vida hablándote y nunca me has enviado una señal. No sé si mis pensamientos llegan a ti o si se pierden en el espacio. No sé si debo seguir enviándote mis pensamientos. Si me envías una señal, que no sea como un flash, que dure lo suficiente como para saber que realmente ha pasado».

Con esa señal, Dios me hizo saber: «Estoy aquí, te escucho. Sigue hablando conmigo».

Desde aquel día me siento más cerca del Padre. Ahora, cuando le hablo, tengo la completa seguridad de que siempre me escucha y, lo más sorprendente, algunas veces me contesta.

Cada 11 de enero compro un ramo de flores para nuestro Padre y lo coloco en la mesa del salón de mi madre.

En marzo de 2002 me sucedió algo curioso. Nuestro Padre volvió a contestarme.

Estaba en la cocina, lavando los platos, y observando el patio de luces dirigí mi pensamiento al cielo: «Dios mío, qué tristeza ver siempre paredes y ventanas, con lo que me gusta la vegetación, las flores… Pero, ya ves, estoy condenada a ver este panorama… Es imposible que crezca vegetación en las paredes».

Cuando llegó el mes de mayo, cuál no sería mi sorpresa al ver que crecía una planta en la junta de la gruesa tubería de la bajada de los váteres. Le salieron pequeñas flores blancas. Llegó a alcanzar cerca de un metro. Al final terminó secándose y cayó.

¿Casualidad? No lo creo. Llevo viviendo en este piso desde 1978 y jamás había pasado nada parecido. Creo que Dios me dijo con esto: «¡Todo es posible para mí!».

En el mes de julio de 2004 volví a dirigir mi pensamiento a Dios acerca de este tema. Estaba lavando los platos y, de nuevo, observando el patio, me acordé de la planta que creció en la tubería. Y pensé: «Dios mío, qué tonta fui… No saqué una foto a aquella planta, con lo curiosa que estaba creciendo en la tubería… Pero, ya ves, Padrecito, perdí la oportunidad. Es imposible que vuelva a caer otra semilla ahí».

Juani Delgado y la tomatera de Dios. (Gentileza de la familia).

Cuando regresé de las vacaciones el 26 de agosto me encontré con la sorpresa de que estaba saliendo otra planta de la misma tubería, pero de la junta que está más arriba. Le he sacado varias fotografías. Mi madre dijo que era una tomatera. Ella conoce la planta. Cuando fue creciendo empezaron a salir tomates aunque no llegaron a ponerse rojos. La planta estuvo un año, creció, echó los tomates, se secó y, un día, en septiembre de 2005, llovió con fuerza y se desprendió.

De nuevo el Padre me habló a través de la planta: «¡No hay nada imposible para mí!».

Lo dicho. Ab-bā es tierno, AMOROSO y juguetón…[90]

Pactos y señales
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