Aquel 21 de abril de 2012 caminaba por un centro comercial, en Cádiz.
Hacía tiempo para ir al cine.
De pronto me salió al paso un mueble. En él dormitaban, aburridísimos, varios cientos de cedés. Eran canciones de todos los colores y épocas. Las pobres se hallaban en el limbo de las ofertas.
Eché un vistazo, por pura compasión…
Fue entonces cuando uno de los cedés me miró intensamente.
Yo conocía aquella cara y aquel nombre.
Me había acompañado en los veranos de mi lejana primera juventud.
Era José Luis y su guitarra.
Leí, ávido.
Y los títulos de las canciones me transportaron al Barbate de los años sesenta.
José Luis y su guitarra alumbraron mi primer amor. Yo tenía catorce años…
José Luis y su guitarra se bañaron conmigo en la mar, junto a mi amada, y la resucitaron en mis sueños.
José Luis y su guitarra llenaron las noches y los días, mientras esperaba que ella apareciera por el fondo de la calle.
Mariquilla… Campesina… Escríbeme…
Mi corazón lloró. A mí ya no me quedan lágrimas…
Era el único CD de José Luis en el limbo de las ofertas.
Me lo llevé, y bien arropado.
Y al pagar reparé en el código de barras.
No era posible…
Allí estaba mi amigo, el «palo-cero-palo» (!).

«101» en el código de barras. Otro «aviso».
Al llegar a casa consulté la Kábala. Pura curiosidad.
Las tres canciones más emocionantes —Mariquilla, Campesina y Escríbeme— ocupaban los lugares «1», «3» y «12», respectivamente.

Mariquilla, en el puesto número uno. Campesina, en el tres y Escríbeme, en el doce.
Y supe que esos números encerraban un «mensaje». Un «recado» de Alguien, exclusivamente para mí.
«1-3-12».
Y leí, sorprendido (?): «1» = «símbolo del Absoluto». «13» = «regalo». «12» = «Dios».
Y seguí leyendo: «1312» = «Hijo del Hombre».
Lo sabía. El CD de José Luis y su guitarra era un regalo del Jefe… Él es así.

Aquel CD me esperaba…
¿Fue la intuición?
Probablemente…
El caso es que obedecí.
Y me presenté ante mi notario favorito…
Esta vez rogué que levantara acta del final de los Caballos de Troya.
Eran las 11 horas del 13 de enero de 2006[69].
Florit examinó el folio que le había entregado y lo dispuso todo.
Leyó el texto, con el referido final de los Caballos, y no parpadeó.
—Firma aquí…
Poco después me hacía entrega del expediente.
Al repasarlo, ya en casa, me di cuenta de un «detalle» que había pasado inadvertido.
Quedé maravillado.
El número de protocolo era el 14.
En otras palabras: 1 + 4 = 5 = 101 (!)[70].
En Kábala, el número 14 equivale a «valioso» y también a «oro».
Dios, efectivamente, habla con símbolos…

Protocolo número 14.

13 de enero de 2006. J. J. Benítez depositó, ante notario, el final de los Caballos.
Y de nuevo «palo-cero-palo»…
Ocurrió el 4 de septiembre de 2006.
Esa mañana desembarcamos en la ciudad rusa de San Petersburgo.
Y decidimos callejear, a la aventura.
A las dos de la tarde nos reunimos con Inna Kuzina, amiga e intérprete de ruso.
Almorzamos y a las cuatro nos encaminamos hacia la iglesia de la Resurrección. Yo tenía especial interés en visitarla.
Fue en ese trayecto cuando coincidimos con un automóvil cuya matrícula me llamó la atención.
¡Allí estaba mi amigo! ¡«101»!
Lo fotografié y pensé: «Alguien trata de decirme algo».
Pero no supe a qué podía referirse…

Matrícula fotografiada por J. J. Benítez en San Petersburgo, minutos antes de un intento de robo.

Inna Kuzina (izquierda) y Blanca. (Foto: J. J. Benítez).
Cinco minutos después nos detuvimos en un mercadillo.
Blanca e Inna querían echar un vistazo.
Me resigné.
En esos instantes aparecieron tres individuos.
Dos se colocaron a mi izquierda y el tercero lo hizo a mi derecha, muy cerca.
Fue todo rápido.
El sujeto de la derecha me mostró un libro; una especie de guía. Habló en ruso. Supongo que pretendía vendérmela. Situó el libro a la altura del bolsillo derecho de mi pantalón y percibí cómo introducía los dedos.
Las mujeres se encontraban un poco más allá…
Y el tipo hizo presa en la cartera.
Y tiró de ella.
Me revolví y, desconcertado, el ladrón soltó el botín y dio media vuelta, alejándose. Los otros desaparecieron entre la gente.
Me libré de un disgusto por los pelos…
Y recordé el «101».
Fue un aviso, sin duda.
Comprendí.
La observación de un «palo-cero-palo» puede significar la ratificación de un pensamiento o de una idea y, cómo no, un toque de atención o una invitación a la calma.
Tengo mucho que aprender, lo sé.
En agosto de 2011 decidí viajar a Grecia.
Tenía asuntos que verificar, relacionados con Rayo negro[71].
Siempre actúo de la misma manera.
Cuando recibo una información procuro contrastarla (hasta donde es posible).
Éste fue el caso de Rayo Negro.
Adelantaré algo.
En Rayo negro, Jesús de Nazaret habla del alma; una criatura que siempre me intrigó. ¿Existe? ¿Cuál es su cometido?[72]
En Rayo negro el Maestro dice:
- El alma humana es como una copa… Se va llenando con el paso de los días.
- Al beberla nos autorrealizamos.
- Ella (el alma) crece con los pensamientos y con las experiencias.
- Buscamos a Dios gracias a ella…
- Tratamos de imitar al Padre Azul gracias a ella…
- A veces es de color naranja.
- Nos distinguimos del mundo animal gracias a ella.
- Los conflictos surgen como consecuencia del desequilibrio entre la mente y el alma.
- No confundáis la mente con el alma.
- El alma es eterna; la mente no.
- El alma es un regalo del buen Dios.
- El alma llega con la «chispa» divina…[73]
- El alma no es física, pero tampoco de naturaleza espiritual.
- El gran objetivo del hombre es descubrir que está habitado.
Y decidí solicitar una señal; mejor dicho, dos…
Primera: «Si el alma existe, en la próxima visita a las ruinas de Éfeso, alguien me entregará un “palo-cero-palo”».
Fin del protocolo.
Y el 29 de agosto, lunes, dediqué la mañana a la antigua ciudad de Éfeso.
Me impresionó su belleza, pero no logré ver un solo «|0|».
A las 13 horas, al regresar al autobús, Ester Kaya, la guía, me entregó una bolsa. Contenía un cuestionario impreso. Pura rutina.
Me quedé clavado al suelo.
En la bolsa aparecía, feliz, un «|0|»[74].
Segunda: «En Rayo negro se dice que el Maestro visitó Atenas. Pues bien, si fue así, si Jesús pisó Atenas, deberé recibir una señal cuando llegue a la Acrópolis».
Y establecí dicha señal: de nuevo un «palo-cero-palo».
«Alguien lo mostrará o me lo entregará».
El 2 de septiembre, viernes, a primera hora de la mañana, acudimos a la Acrópolis, en Atenas.

Al tomar su primera decisión moral (no golpear al perro con el palo), la «chispa» divina desciende y se instala en la mente del niño. Con la «chispa» llega el regalo del alma. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
La recorrimos de arriba abajo.
Negativo.
El «palo-cero-palo» no se presentó…
Y a las 10.30 horas, al volver al bus, lo vi en el parabrisas del vehículo, muerto de risa… Estuvo allí todo el tiempo.
El ciego, como siempre, era yo… Olvidé que Jesús nunca mentía.

«|0|» en el parabrisas del bus. (Foto: Blanca).
Cuando el investigador Sánchez-Ocejo me hizo entrega del voluminoso archivo fotográfico de Hynek, el ufólogo número uno del mundo, me vi asaltado por un pensamiento preocupante: «¿Cómo trasladaría aquel tesoro desde USA a España sin levantar sospechas?».
El 16 de agosto de 2007 me reuní con Virgilio Sánchez-Ocejo en la ciudad norteamericana de Miami.
Y procedió a la entrega del archivo: diez cajas, con un total de mil diapositivas, todas relacionadas con el fenómeno ovni. Como digo, un «tesoro» para cualquier investigador[75].

Virgilio Sánchez-Ocejo, en el momento de la entrega del archivo fotográfico de Hynek. (Foto: Blanca).
El doctor Hynek, a quien me he referido en páginas anteriores, lo había donado al físico Willy Smith una semana antes de su muerte (1986). Y Willy hizo otro tanto. Poco antes de morir, el 11 de julio de 2006, el archivo pasó a manos de Virgilio.
Meses después, Sánchez-Ocejo estimó que las imágenes estarían más protegidas bajo mi tutela.
Y así se hizo.
Fue entonces, como digo, cuando surgió aquella inquietud…
El traslado del material fotográfico a España no era ilegal, pero con los gringos nunca se sabe…
Y el 22 de agosto, miércoles, acudimos al aeropuerto de Miami.
Las cajas, con el millar de fotografías, fueron repartidas en el interior de las tres maletas que integraban el equipaje.
Blanca, para estos menesteres, es muy hábil.
Las protegimos con ropa…, y rezamos.
Era la única forma de esquivar los controles policiales.
De haber transportado el material en una o en dos bolsas de mano, los funcionarios podrían haber hecho preguntas incómodas, o algo peor…
El vuelo fue plácido, aunque quedaba la segunda aduana, en Madrid.
Despegamos a las 17.45, con cuarenta minutos de retraso.
Duración del vuelo: ocho horas y veinte minutos.
Comandante: Alfonso Redondo.
Llegada a Barajas a las 8 horas y 10 minutos.
Ahí empezó el nuevo calvario.
Las maletas aparecieron a las nueve. Mejor dicho, la cinta escupió dos; de la tercera ni rastro…
En esa tercera maleta azul viajaban seis cajas, con casi seiscientas diapositivas.
Pensé lo peor…
Pero se presentó.
Fue la última, pero lo hizo.
Eran las 9.30 de la mañana.
Recuerdo que sudaba.
Y fue al llegar frente a la Guardia Civil, en la aduana, cuando reparé en un pequeño-gran «detalle». En Miami no me percaté de ello.
¡Mi amigo, «palo-cero-palo», había viajado con nosotros!
Para ser exacto, con las maletas…
¡Aparecía en cada una de las etiquetas de identificación del equipaje!
¿Cuándo aprenderé a confiar?
No hubo ningún problema.
La Guardia Civil nos invitó a pasar, sin más.

«|0|» en las etiquetas de identificación del equipaje.

Blanca, triunfante, al abandonar el aeropuerto de Madrid-Barajas. El archivo fotográfico de Hynek estaba a salvo. (Foto: J. J. Benítez).
Iñaki Mendieta Buruchaga fue un cura muy querido.
Era un kui. En otras palabras, un ser humano sin fondo, generoso, imaginativo y amante de la naturaleza[76]. Era, además, valiente y culto. En marzo de 1976 fue testigo de una formación ovni sobre Opacua (País Vasco). Contempló cuarenta objetos no identificados. Pues bien, fue audaz y no tuvo reparo en confesarlo en televisión. Fue grafólogo profesional, detective y periodista. Lo nunca visto… Y fue el primer cura que dotó de alarma a una iglesia (Santa Ana, en Llodio)[77].
Pero Mendieta, sobre todo, fue un corazón sin puertas. Entrábamos y salíamos sin pedir permiso. Y él encantado…
En 1978 bautizó a mi hija Tirma.
Hablamos mucho, sobre todo de lo humano. Después, como pasa siempre, la vida nos distanció. Él se quedó en el País Vasco y yo huí de ETA…

Iñaki Mendieta.
El 19 de marzo de 2008, mi hijo Iván me telefoneó.
—El cura Mendieta —anunció— ha muerto…
Iñaki falleció el 17 de marzo, a los setenta y un años de edad.
No lo dudé.
Acudí al cuaderno de pactos y señales y escribí: «Amigo Iñaki, si estás vivo, como creo, por favor, házmelo saber».
Y pensé en una señal.
Tenía que ser difícil…
Iván había prometido visitarme en cuestión de días.
Y volví a escribir: «Iván, cuando llegue, me proporcionará una sorpresa… Positiva, claro».
No especifiqué el tipo de sorpresa. De eso se ocuparía el cura…
Y ya lo creo que se ocupó.
Mi hijo llegó a «Ab-bā» el lunes, 24 de marzo.

Iván, el día de su llegada a «Ab-bā». (Foto: J. J. Benítez).
Gran decepción: no traía nada para mí.
Pasé la mañana confuso, sin saber qué pensar.
Iván se fue a correr por los alrededores y regresó a la hora de comer.
Se cambió de ropa y apareció con una camiseta negra.
Casi me desmayo…
En el pecho, a la altura del corazón, lucía un «palo-cero-palo» (!).
Iván traía otra camiseta —idéntica— para mí.
Y bendije al cura kui…
Mendieta está vivo, vivísimo.
Y mis aventuras con el «palo-cero-palo» continuaron…