Aunque lo conté en Mágica fe, entiendo que es bueno repetirlo[79]. Aquélla fue una señal de lujo…
Corría el mes de octubre de 1980.
Me encontraba en Japón, como periodista, cubriendo la visita oficial de los Reyes de España.
Recuerdo que fue al entrar en el hotel New Otani, en Tokio.
Alberto Schommer, el Miguel Ángel de la fotografía, compañero de fatigas en numerosos viajes con Don Juan Carlos y Doña Sofía, hizo un comentario: «En Japón conozco a un fotógrafo. Me encantaría saludarlo pero no tengo su teléfono y tampoco la dirección».
Alberto mencionó el nombre pero, sinceramente, no lo recuerdo.
Inconscientemente —hoy ya no estoy tan seguro—, en lo más íntimo, deseé que Schommer encontrara a su amigo. Ahí quedó la cosa.
Dos días después, olvidados comentario y deseo, Alberto y yo tuvimos la infantil ocurrencia de visitar el metro de Tokio.
Elegimos la estación más próxima al hotel: Akasaka-Mitsuke, en la confluencia de las líneas roja y marrón.
Por aquello de la emoción, entramos en plena hora punta.
Schommer preguntó qué dirección tomábamos.
Me encogí de hombros y subimos al primer tren que acertó a pasar.

Alberto Schommer en Japón. (Foto: J. J. Benítez).
Embarcamos en la línea roja.
Entre las ocho galerías sumé 170 estaciones.
¡Qué locura!
El número de viajeros, en esos momentos, superaba el millón.
Era una disciplinada masa de ciudadanos, fervorosamente pegada a otro millón de libros y periódicos.
Schommer alucinaba y yo más…
La marea amarilla nos envolvió y nos devoró.
Una hora después decidimos regresar. Ya habíamos visto bastante.
Aguardamos el tren de retorno…
Al llegar, las puertas resoplaron y se abrieron.
Y vimos salir a cientos de japoneses.
Alberto, de pronto, se estremeció.
Frente a él se había materializado su amigo, el fotógrafo.
—¡Imposible! —exclamó Alberto.

Merche Casla. (Gentileza de la familia).
—¡Imposible! —clamó el nipón.
Y yo, desconcertado, recordé el íntimo deseo, dos días antes.
Ahora lo sé: fue otro guiño del Padre Azul…
Pero no fue la única señal relacionada con la familia Schommer.
El 25 de agosto de 2013, domingo, me hallaba ojeando la prensa cuando, en la sección de «Obituarios», leí la noticia del fallecimiento de Mercedes Casla, esposa de Alberto Schommer.
Merche había muerto el día anterior.
Llamamos a Alberto, a San Sebastián, y confirmó el fallecimiento.
Esa misma noche del domingo, 25, se me ocurrió hacer el pacto con la queridísima Merche.
Además de Alberto, ella tenía otro amor: los libros.
¡Cuántas veces entré en Estudio 2, la librería de Merche y de su hermana en la confluencia de las calles Diego de León y Serrano, en Madrid!
Y escribí en el cuaderno de pactos: «Si estás viva, como supongo, por favor, dame una señal».
La idea llegó de inmediato. Y seguí escribiendo: «Mañana, lunes, cuando acuda a Correos, alguien me habrá enviado un libro… A ella le encantará».
Y a las 14 horas del 26 de agosto procedí a abrir las cartas.
¡Sorpresa!
Uno de los sobres contenía cuatro libros (!).
Los enviaba Dan Bermejo, desde Valladolid (España).
El hombre tuvo la gentileza de regalarme Crónicas desde el frío espacio (tres volúmenes) y Profanadores de planetas.
Lo sé: Mercedes Casla está viva. En realidad, cuatro veces viva…