Ana M. Alonso de la Sota, a la que me referí en Estoy bien, fue decidida y cumplidora, incluso después de la muerte.

Fue egiptóloga.

Durante años sostuvimos una estrecha amistad.

Mis dudas sobre el antiguo Egipto son muchas y ella era paciente y generosa.

Un día surgió el tema de la muerte…

Le dije que era un puro trámite…

Ella respondió con lo siguiente:

… Verdaderamente lo que temo de la muerte es el «tránsito». Deseo morir sin darme cuenta. Ahora, cuando me falta la respiración, me apresuro a ponerme el oxígeno.

Mi querido marido (J. J., como tú) se mató en un coche a los treinta y seis años. Yo tenía treinta y cuatro y cuatro hijos, de siete años a seis meses, así que seguí trabajando para sacarlos adelante sin pararme a pensar demasiado en la muerte.

Por la noche rezaba con los pequeños: «Que la luz perpetua les ilumine»… De pronto sentí horror por lo que estaba pidiendo. ¿Hay algo más atroz que la luz iluminándome perpetuamente?

Sí que siento abandonar mis libros. Tengo muchos amigos en el otro lado. La duda es: ¿hay otro lado?

A veces pienso en la reencarnación, pero realmente no creo en nada y siento gran curiosidad.

Me gustaría que me incineraran. Que mis cenizas fueran arrojadas al Nilo, con las de Terenci Moix, mi querido amigo… Pero las mías podrían ser esparcidas por El Retiro, en Madrid, puesto que allí te conocí. ¿Qué te parece? También tengo terror a ser enterrada viva, por eso lo de la incineración…

Fue al recibir estas líneas cuando se me ocurrió hacer el pacto con ella.

Y se lo sugerí en otra carta. Decía así:

«Barbate. 1-2-09.

Querida amiga:

¿Hacemos un pacto?

Lo he hecho ya con muchos amigos. Es un juego, y mucho más. Se trata de lo siguiente: el primero de los dos que pase al otro lado deberá proporcionar una prueba al que sobreviva. Será la señal de que, al otro lado, seguimos VIVOS.

Tenemos que pensar bien la señal, en el caso de que aceptes el “juego”.

Se me ocurre una, pero quizá tú pienses otra. Lo dejo a tu criterio. Mi señal es la siguiente: el que sobreviva recibirá una rosa roja el mismo día del fallecimiento del otro. Eso indicará que el fallecido sigue VIVO, ¡y de qué forma!

Espero tus noticias…».

La respuesta de Ana (ella firmaba Neferana) no se hizo esperar.

El 10 de febrero de 2009 me escribía cosas así:

… ¡Pues claro que quiero hacer el pacto! No lo considero un juego, pero sí dudo de que consigamos algo. Se ha probado ya muchísimas veces a lo largo de los años… En cuanto a la señal creo que en el otro lado va a ser imposible hacerse con algo tan tangible como una rosa… Creo que sería mejor un mensaje… Cuenta conmigo para el pacto y espero poder cumplirlo.

J. J. Benítez propone el pacto a Ana María Alonso de la Sota.

Acepté, por supuesto.

En lugar de la rosa sería un «mensaje».

Pero ¿cuál?

Eso no importaba.

Y escribí en el cuaderno de pactos y señales: «Ana María Alonso de la Sota y yo hemos hecho el pacto, con fecha 10 de febrero de 2009. El que sobreviva recibirá un mensaje del otro. No importa cuál».

Y ahí quedó el asunto.

Dos años después, Ana fallecía en Madrid. Sucedió el 30 de diciembre de 2011. Tenía ochenta y cuatro años de edad.

La noticia de su muerte me la proporcionó Marina, una de las hijas.

La carta, con el anuncio, llegó a mis manos el 28 de enero de 2012.

Había transcurrido casi un mes desde el óbito.

Junto a las cariñosas palabras de Marina encontré un calendario de mesa para 2012. Era obra de Ana, por supuesto. Ella lo diseñó. Cada mes aparecía acompañado por una bella imagen del antiguo Egipto. Y, nada más abrirlo, hallé dos fotografías de Neferana. Una con las pirámides al fondo. La otra junto a los restos de una estatua que, en un primer momento, no identifiqué. Al pie de esta última foto, de su puño y letra, Ana había escrito: «MAÁ-HRW = JUSTIFICADO. JUSTO DE VOZ. Se dice de los muertos».

Tuve un presentimiento…

E hice algunas averiguaciones.

La estatua correspondía al dios Bes, protector de los muertos (!).

Sentí un escalofrío…

¿Protector de los muertos?

Y recordé el pacto.

El primero en salir de este mundo enviaría un mensaje al otro.

¿Era ésta la señal de Ana?

Analicé lo escrito por la egiptóloga.

«Justo de voz» hacía alusión al pesaje del alma del muerto, según los egipcios. Si la balanza permanecía equilibrada, el difunto era considerado «justo» o «justificado» y continuaba hacia las regiones celestiales.

Ana junto a la estatua de Bes, protector de los muertos. Al pie, el mensaje.

No era necesario ser muy despierto para comprender que Ana me estaba enviando un «mensaje», ¡y de su puño y letra!

Ana se hallaba en el otro lado, ¡y viva!

Así lo interpreté.

¡Era lo pactado dos años antes!

Ana —«justa de voz»—, tras la muerte, continúa viva en las regiones celestes…

Y me lo hizo saber veintiocho días después de su fallecimiento[106].

Sin embargo no quedé satisfecho.

Y solicité otra señal.

Lo dejé a criterio de Ana.

Yo me limité a establecer un plazo: la nueva señal (la que fuera) debería recibirla el 30 de enero, lunes. Era 28, como dije.

En esa fecha tenía concertada una reunión con Liana Romero, en Chipiona (Cádiz).

Pactos y señales
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