Fue un viernes, 11 de enero de 2002, mientras paseaba por la bella ciudad peruana de Cuzco, cuando se me ocurrió hacer el pacto con Javier Cabrera Darquea. Llevaba días pensando en él. Javier fue el médico que reunió más de once mil piedras grabadas en la población de Ica[52].

Según mis noticias, Cabrera había fallecido doce días antes.

Me hallaba en Perú, grabando la serie de documentales Planeta encantado. Uno de los objetivos era entrevistar a Javier Cabrera. Pero el Destino tenía otros planes…

Aun así no modifiqué el programa. Me trasladaría a Ica al día siguiente y grabaría en la casa museo el domingo, 13 de enero.

Conocí a Cabrera en 1974, cuando me mostró las piedras por primera vez. Quedé fascinado. Desde entonces procuré visitarle con regularidad. Javier me habló de sus descubrimientos, de sus preocupaciones y de sus sueños. Nos hicimos amigos. Yo sentía una especial veneración hacia él.

Y decidí hacer el pacto con él.

Y escribí: «Si estás vivo —quizá en los mundos MAT— dame una señal».

Javier Cabrera Darquea. (Foto: Fernando Múgica).

Javier Cabrera y J. J. Benítez en la casa museo de Ica. En primer plano, una piedra grabada en la que se describe un trasplante de cerebro. (Foto: Iván Benítez).

Y establecí el protocolo[53]: «El día que acuda a Ica, mientras visite tu casa museo, deberé ver o recibir la letra “M” y el número “1”; es decir: “M-1” (equivalente a MAT-1)».

Finalicé el protocolo y me eché a reír. La señal era demasiado difícil…

Pero ¿quién soy yo para dudar de la eficacia de los cielos?

Y respeté lo escrito.

El domingo, 13 de enero, según lo previsto, el equipo de Planeta encantado se presentó en la plaza de Armas de Ica. En total, diez personas.

Eran las 11.30 de la mañana.

Yo era todo ojos…

Llamé al viejo portón, color caoba, y esperamos.

Abrió María Eugenia, una de las hijas del doctor Cabrera.

No respondí al saludo. En realidad me quedé mudo.

No podía moverme.

Estaba petrificado.

En la pared rosa de la fachada de la casa museo, cerca de la jamba derecha del portón, a cosa de 1,70 metros del suelo y perfectamente visible, descubrí una «M», mayúscula, y, al lado, un «1» (M-1). Habían sido pintados con lápiz de carbón.

Blanca, junto a la señal «M-1». (Foto: J. J. Benítez).

Imagen tomada días antes del fallecimiento de Javier Cabrera (en el centro). En la pared (señalado con el círculo) no se observa ninguna marca. (Gentileza de María Eugenia Cabrera).

El equipo pensó que me sucedía algo y fue necesario retrasar la grabación del reportaje.

Por supuesto que me pasaba algo… ¡Me hallaba feliz y desconcertado! ¡Era la señal solicitada!

Cuando pregunté, María Eugenia aseguró que la marca (M-1) era cosa de los instaladores del agua, o quizá de los electricistas.

Poco importaba.

La cuestión es que «M-1» apareció en el lugar y en el momento oportunos…

Javier Cabrera está vivo y, en esos momentos, en MAT-1.

Cabera había cumplido…, como siempre.

Revisé la casa museo pero no hallé ninguna otra señal.

Al repasar la fachada, Blanca advirtió la existencia de un contador de la luz. En él aparecía el familiar «|0|» (palo-cero-palo) y otra numeración: 97,5 kWh. Era el consumo eléctrico de la casa hasta ese momento.

Tomé nota y, al regreso a España, verifiqué que el número «97», en Kábala, equivale a «destino». El «5», por su parte, tiene el mismo valor que la palabra «portón» y «entrada» (!).

Como decía el mayor de la USAF en Caballo de Troya, mensaje recibido…

Pactos y señales
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