Ese lunes, 30 de enero de 2012, llegamos a la casa de Liana, en Chipiona, a las 13 horas.
Al entrar, mi amiga comentó: «Tengo algo que decirte… No sé si será importante…».
Fui todo oídos.
—Anoche, hacia las diez y media, sonó la campana que tengo en lo más alto de la casa… Fue muy raro… Está atada, y bien atada, y no hubo viento… No sé qué pensar… Es como si alguien quisiera decirme algo.

J. J. Benítez junto a Sonora, la campana de Liana. (Foto: Blanca).
Y pensé en la egiptóloga.
Solicité a Liana que me mostrara la campana.
Así lo hizo.
Subí a la azotea y, como pude, por una cornisa, me aproximé a Sonora. Así se llama la espléndida campana que luce en lo alto.
Se hallaba atada, en efecto.
El viento, por muy fuerte que hubiera soplado, no la habría movido.
Junto a la palabra «Sonora» leí «Northern-1912».

Anillo de origen supuestamente egipcio, hallado en un pozo, en la propiedad de Liana Romero. (Foto: Blanca).
Y al bajar estuve seguro: Ana me había proporcionado la señal solicitada.
Pero la cosa no quedó ahí…
De pronto, en mitad de la conversación con Liana Romero Swirski, la mujer puso ante mí un anillo dorado.
Y preguntó:
—¿Qué opinas?
Lo examiné.
—Parece egipcio…, y muy antiguo.
Liana sonrió, pícara, y aclaró:
—Lo encontramos al perforar el pozo que hay frente a la casa.

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
—¿Cuándo?
—En 1964.
—¿Y a qué profundidad?
—A ocho metros.
El anillo presentaba un rostro desgastado, enmarcado en un tocado típicamente egipcio.
Sentí un escalofrío.
Aquella pieza, obviamente, era egipcia o tenía relación con el arte egipcio.
¡Ana fue egiptóloga!
Era una nueva señal… ¡La tercera desde que hiciera el pacto!
Me di por satisfecho. Ana María Alonso de la Sota sigue VIVA, y disfrutando de la luz perpetua, por mucho que le inquietase una luz así…
Liana, a continuación, pasó a relatar la experiencia vivida con su padre, Manuel Romero Hume. En principio, ésta era la razón de nuestra entrevista.
—El 12 de julio de 1989 —relató Liana—, mi padre se sintió mal… Había pasado una mala noche… Entonces vivía aquí, conmigo… Y lo llevé al Hospital Militar de San Carlos, en San Fernando (Cádiz)… Un ATS le había colocado la sonda para orinar sobre la próstata, y no en la vejiga… Al pobre lo aliviaron y se quedó ese día en el hospital… El caso es que, cuando esperaba a que le curaran, noté algo raro… Se hizo un súbito silencio y los pasillos se quedaron vacíos… Entonces apareció un joven, enfundado en una bata blanca… Caminó hacia mí… Pasó por delante y, sin mirarme, exclamó: «Si yo fuera tú no me iría»… Y continuó su camino… «¿Cómo dice?», pregunté… Y salí tras él… Él, entonces, sin volverse, repitió: «Si yo fuera tú no me iría»… Y desapareció en un recodo del pasillo… Indagué, pero no fui capaz de dar con el supuesto médico… No sé por dónde se fue… Lo comenté con el urólogo que curó a mi padre pero no supo aclarar el misterio… A mi padre lo subieron a planta… Allí almorcé con él y gastamos bromas… Estaba de buen humor y tranquilo… Y, de pronto, recordó el pacto que habíamos hecho tiempo atrás… «El primero de los dos que muera, si hay algo en el más allá, tocará la campana de casa». No le hice mucho caso… Y me fui para Chipiona… Preparé su cuarto y coloqué flores en la casa… Al día siguiente, temprano, acudí al hospital… Subí a la habitación, pero me quedé en la puerta… Entonces vi las manos de la enfermera, cortando el pijama de mi padre… Y supe que había muerto… Al parecer despertó esa mañana y gritó: «¡Liana, Liana!»… Y cayó muerto… Ese 13 de julio de 1989, hacia las 15 horas, al regresar a casa, la campana sonó dos veces… ¡Estaba amarrada!… ¡Y no había viento!… ¡Era imposible que se moviera!… Fue mi padre, lo sé… Cumplió el pacto… Está vivo… Mi padre no gastaba bromas con estos asuntos.
Cuando solicité una interpretación, Liana fue clara y precisa:

Manuel Romero Hume y Liana. (Gentileza de la familia).
—Mi padre, al cumplir el pacto, al hacer sonar la campana, confirmó lo que yo sabía: «Estoy bien».
Era la cuarta vez que la bondadosa Liana me contaba su experiencia.