Los científicos y especialistas que examinaron el anillo de plata quedaron desconcertados. Se trata de un anillo aparentemente normal, pero no…
«Tiene un comportamiento inteligente», dijeron.
Lo sometieron a diferentes pruebas y descubrieron dos características asombrosas. A saber:
1. Al ser contemplado con una cámara de termovisión, el anillo emite una poderosa luz blanca, invisible al ojo humano. Las imágenes son elocuentes. Tanto el perímetro interior, como el exterior, aparecen inundados de luz.
Nadie supo hallar una explicación. El componente básico del anillo es la plata. En su interior, según las radiografías, no existe nada extraño. Curiosamente, también los símbolos emiten luz.
Se hicieron numerosas tomas, comparándolo con otros anillos. El resultado fue siempre el mismo: los anillos «normales» no emiten luz, como es lógico; el que fue rescatado del mar Rojo, en cambio, tiene un permanente halo a su alrededor.
2. El anillo de plata presenta diferentes temperaturas a lo largo de su estructura. Esto, desde el punto de vista de la física, es tan difícil como comprometido. Si el anillo está colocado en un dedo, dichas temperaturas oscilan entre 7,3 grados Celsius y 36,5. Lo habitual es que el anillo alcance y mantenga la temperatura propia de la mano (alrededor de 36 grados Celsius). En el anillo de plata no sucede así. Las cámaras detectaron 7,3 grados, 10,2, 20 y 15,4. Es decir, temperaturas imposibles. ¿Cómo lo consigue? La ciencia no sabe, no contesta… Si el anillo es retirado de la mano, y colocado sobre cualquier superficie, la temperatura del mismo se dispara por encima de la medioambiental. Hicimos pruebas. Si la temperatura ambiente era de 18 grados Celsius, el anillo, al situarlo sobre una mesa, alcanzaba 22,4 grados e, incluso, 30.

El anillo, con un halo de luz blanca a su alrededor. (Foto: Sánchez Viera).
Meses después del hallazgo del anillo, en uno de los viajes por USA, fui a conocer a una persona especial. Era oficial del ejército norteamericano. Según dijo, llevaba años trabajando para los servicios de Inteligencia Militar de su país. Lo hacía en el área de «visión remota»[64]. En otras palabras: era una psíquica, con el don natural de ver más allá de lo visible y de «leer», incluso, el pensamiento de las personas. La creí, a medias. Y la sometí a varias pruebas. Me impresionó. La llamaré Orión.

Fuera del dedo, y a una temperatura ambiente de 18 grados Celsius, algunas zonas del anillo alcanzan 22 grados. La física no tiene explicación. (Foto: Sánchez Viera).

El anillo, colocado en la mano, registra temperaturas imposibles: 7,3 grados Celsius, 10,2, 20 y 15,4. La temperatura normal de la mano es de 36,5 grados. (Foto: Sánchez Viera).
Y conforme hablaba con ella recibí una idea.
Al regresar a España encargué varias copias del anillo de plata. Fueron todas gemelas, también en plata.
Ocho meses más tarde, el 24 de julio de 1998, viajé de nuevo a la costa oeste de Estados Unidos y me reuní con Orión.
Fue otra larga charla.
Blanca me acompañaba.
Hablamos desde las 14 horas hasta las 21.
Y en mitad de la conversación le presenté una copia del anillo de plata, rogándole que lo examinara y que me dijera qué era lo que veía…
Orión aceptó, encantada. Yo le caía bien.
Tomó la copia, cerró los ojos y se concentró.
Así permaneció largos segundos. Yo, por supuesto, no dije nada sobre dicha copia, ni tampoco sobre la génesis del verdadero anillo de plata.
Y esperamos.
—No me dice nada —comentó Orión—. Es un anillo de plata, sin más…
Quedé confuso.
—Pero…

Orión, con el anillo de plata entre las manos. (Foto: Blanca).
Orión se encogió de hombros. Y prosiguió:
—Veo a un artesano. Es un hombre alto y flaco… Se llama Juan… En el lugar hay cuadros pintados por uno de sus hijos…
Y fue describiendo el taller-joyería de mi amigo, Juan Rivera, en la calle Rosario, en Cádiz. Allí, justamente, había encargado las copias. Orión acertó en casi todo, incluyendo la rotura de uno de los brazos de Juan cuando era niño.
Aquella mujer era sorprendente.
E insistí:
—Pero, y el anillo… ¿Qué ves?
Volvió a cerrar los ojos, al tiempo que apretaba la pieza entre las manos.
—Nada, no veo nada —concluyó—. Es un anillo…
Y preguntó, intrigada:
—¿Qué se supone que tengo que ver?
Me rendí, desconcertado.
Y procedí a entregarle el anillo original, al tiempo que preguntaba (con toda la inocencia de que fui capaz):
—Y sobre éste, ¿qué opinas?
Orión tomó el segundo anillo, lo examinó brevemente, y repitió la secuencia. Cerró los ojos y se concentró.
Dos segundos después clamó:
—¡Quema!…
—¿Cómo dices?
—¿Qué es esto?
No esperó respuesta. Cerró de nuevo los ojos y permaneció en silencio.
De vez en cuando los abría, me miraba alarmada, y volvía a lo suyo.
Finalmente, al cabo de varios minutos, comentó, muy excitada:
—¡Esto es tecnología!
Y señaló el anillo.
—¡Esto es tecnología no humana!…
—No entiendo.
—Yo tampoco.
Y precisó:
—Es un corrector de ADN.
Regresó al silencio y continuó «mirando».
—¡Es asombroso! —añadió—. Está hecho en la Tierra, pero no por manos humanas…
La dejé hablar, y seguí grabando.
—¡No es humano!… ¡No es humano!… Veo un rey… El anillo ha pertenecido a un rey… ¡Es un rey de reyes!… El que posea el anillo tendrá el don de la profecía…
La voz de Orión se quebró. Y sus ojos se humedecieron:
—El secreto está en la «R» del sello…
El anillo, en efecto, presenta en su interior una «R», circunscrita en un círculo. Posiblemente, el cuño del platero (?).
—La «R» —balbuceó, emocionada—. Un rey de reyes…
No la saqué de ahí. No quiso hablar más. Estaba muy alterada.
Me devolvió el anillo y cambiamos de asunto.
Me resigné.
¿Qué había querido decir?
Y poco antes de abandonar la casa solicité una señal: «Si es cierto lo que afirma, por favor, proporcionadme una prueba». No especifiqué.
A las nueve de la noche nos despedimos y tomamos un taxi.
Al entrar en el vehículo, rumbo al hotel, reparé en algo que se encontraba en el suelo del turismo, entre mis pies. La tomé, intrigado. Y se la mostré a Blanca.
Era una moneda de un cuarto de dólar.
Aparecía brillante, como recién salida de fábrica.
Y en una de las caras leí: «En Dios confiamos». En otras palabras: «Confía».

Moneda de un cuarto de dólar, aparecida a los pies de J. J. Benítez, en un taxi. A la derecha se lee: «In God we trust» («En Dios confiamos»). (Foto: J. J. Benítez).
«Ellos» respondieron a mi petición, sin duda…[65]