Hace tiempo que conozco a Néstor Rufino.

Nos carteamos con frecuencia.

El 13 de febrero de 2012 me envió la siguiente carta:

Querido Juan José:

El pasado 9 de febrero falleció mi madre. Como ya le conté en mi anterior carta, llevaba desde principios de diciembre en el hospital. Cuando pensamos que ya estaba todo superado y que quedaba poco tiempo para que le dieran el alta, su estado se complicó por problemas respiratorios. Ella ya estuvo ingresada hace tres años por el mismo motivo, pero entonces consiguió superarlo. Ahora, después de tanto dolor, curas y esfuerzos, empezó a empeorar. Se le empezó a notar porque hablaba con más dificultad; como si hubiera tomado alcohol, alguna droga o algo así, pero no… Sus pulmones no eliminaban el carbónico y su estado fue empeorando. Al final entró en un estado de postración muy triste y apenas parecía respirar. El día antes de morir, los médicos nos advirtieron de la gravedad de su estado y le pusieron una inyección para estimular su cerebro. Durante un rato pareció reanimarse y se comunicó con nosotros, aunque no la entendíamos muy bien, porque tenía colocada una escafandra que le tapaba casi toda la cara. En ese rato de lucidez, nos señaló con el dedo a mi hermano Víctor y a mí, que éramos los que estábamos con ella en ese momento, y también señaló varios puntos en el vacío, aunque allí no había nadie más, aparentemente… Hizo un gesto con los brazos. Los abrió y trazó como un gran círculo. Dijo algo así como «la madre…». Después dijo: «Los hijos son lo más grande». Se llevó ambas manos al pecho e hizo un gesto como el de abrazarnos. Y mi hermano y yo la abrazamos y le dijimos que la queríamos. Fue un momento muy emotivo. Sobre todo, tierno e infinitamente triste…

También dijo algo raro. Dijo que «la humanidad va a desaparecer». Me sorprendió.

El jueves, sobre las seis de la tarde, regresé al hospital… Mi madre se puso tensa y el color de su cara se volvió morado… Toqué el timbre para avisar a los enfermeros. Después de esta reacción, mi madre se quedó quieta, con los ojos entreabiertos y me di cuenta de que había muerto. Un electro lo confirmó poco después.

En el velatorio ocurrió algo bastante insólito. Mi madre tenía la costumbre de pedirnos que la llamáramos por teléfono cuando volvíamos a casa, después de ir a verla. Quería asegurarse de que llegábamos bien. Como le digo, estaba con mi hermano César en el velatorio y se me ocurrió comentarle algo: «Hay que ver, mamá, que siempre nos pedía que la llamáramos por teléfono y ahora que se nos ha ido, podría llamarnos ella para decirnos que llegó bien, que está bien…». Fue decir esto y, automáticamente, sonó un móvil que una amiga de mi hermano tenía en su bolso. Se escuchó una melodía y después algo así como «Tantas veces te llamé…».

Mi hermano y yo nos quedamos de piedra. ¿Casualidad?

Mi madre siempre nos llamaba y era lógico pensar que lo primero que ella haría, si pudiera, sería llamarnos para avisarnos de que se encontraba bien…

Dos meses más tarde, Néstor me enviaba la siguiente comunicación:

Sevilla, 20 de abril de 2012

Querido Juan José:

Espero que se encuentre bien. Por aquí la vida sigue, que no es poco… Le escribo para trasmitirle un mensaje muy bonito que me hizo llegar mi hermano Víctor, el pequeño.

El otro día fue su santo, el 12 de abril, y mi madre tenía la costumbre de felicitarnos siempre. A cada uno en su día.

El caso es que mi hermano estaba en su trabajo y en un momento determinado se acordó de este detalle de nuestra madre y lo echó de menos. Se volvió en su asiento y se encontró encima de la mesa una gomilla con forma de corazón. Le copio su mensaje:

«Hola hermanitos.

Hoy (12) es mi santo, y estaba yo esta mañana pensando en que era una pena que mamá no me iba a poder felicitar por teléfono hoy. A todo esto, me di la vuelta y vi lo que vais a ver en la foto.

Me pareció bonito…

Os adjunto la foto y que cada cual piense lo que le parezca. A mí me parece una felicitación preciosa…».

Corazón de goma. (Foto: Víctor).

Néstor llamaba la atención sobre algunos de los números que aparecían en esos instantes en la pantalla del teléfono, en la referida mesa de Víctor.

Uno de ellos correspondía a la hora en la que descubrió el corazón de goma: 09.35.

Néstor buscó en el Nuevo Testamento y encontró que Lucas, en 9, 35, dice lo siguiente: «Y vino una voz de la nube, que decía: “Éste es mi Hijo, mi Elegido…”».

Víctor con su madre. (Gentileza de la familia).

En cuanto a la extensión telefónica (395228) —continuaba Néstor—, la suma de los dígitos es igual a 29… He aquí otra señal: 2-9 (febrero 9), la fecha de la muerte de mi madre…

Sonreí para mis adentros… No era el único que jugaba con los números.

Y si sumamos los dígitos de la fecha (12-04-12) —añadía mi amigo—, resultará «2-8». ¿8 de febrero? Ese día —víspera de su muerte— mi madre pronunció aquella enigmática frase: «La Humanidad va a desaparecer».

El total de los números que aparecen en la pantallita del teléfono —concluía Néstor— es igual a «palo-cero-palo»…

¿Le suenan?

¡|0|!

Yo también eché un vistazo…

«935», en Kábala, tiene el mismo valor numérico que «conclusión, finalización y causa de las causas: Dios».

Si contemplamos los números por separado (9 y 35), el resultado es el siguiente: «9» equivale a «renacer». «35» a «luz».

En otras palabras: «renacer a la luz». La madre de Néstor, en efecto, renació a la luz.

El número de la extensión telefónica (395228) suma 29. Pues bien, en Kábala, «29» equivale a «celebración y fiesta» (era el santo de Víctor).

Lo dejé ahí…

Obviamente no soy el único que recibe señales.

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