Para mí está clarísimo: el ser humano recibe señales de forma constante, pero no sabemos verlas…
Aquel año (2005) no fue bueno.
El 27 de marzo, como dije, se fue el doctor Jiménez del Oso.
Después…
Conocí a Paco Padrón en los años setenta. Teníamos el mismo vicio: perseguir ovnis. Era periodista, actor de teatro, guitarrero, pintor, locutor, presentador de televisión, poeta, fotógrafo y, sobre todo, como predicaba Disraeli, amaba con pasión.
Paco Padrón era canario, pero se sentía universal. Fue un valiente. Habló de lo prohibido cuando estaba prohibido. Reía cuando todos lloraban. Lloraba sólo por los demás. De él se reía por pura definición. Aprendí mucho de él y, lo más importante, supo consolarme cuando lo necesité.
Pero un día cayó enfermo…
Según consta en uno de mis cuadernos de campo, el jueves, 9 de septiembre de 2004, Ricardo Martín, de Santa Cruz de Tenerife, amigo común, me telefoneó. Paco Padrón había empeorado. Tuvo que ser hospitalizado. Presentaba un derrame pulmonar.
—No está bien —informó el paciente y bondadoso Ricardo—. Ha perdido diez kilos. Está triste. Y me ha dicho que te diga: «Dile a Juanjo que hable con el Jefe… Él sabe».
Recordé mi trato con el Padre Azul, en el Sahara, en 2001. Aquella noche le pedí que prolongara la vida de mi amiga Encarna. Y lo hizo.
Pues bien, hablé con Ab-bā, el Padre de los cielos, y supliqué: «Si no interfiere en tus planes, por favor, me gustaría que Paco viva un poco más». Y añadí, pícaro: «Para tu mayor gloria».
Paco Padrón mejoró, y de forma inmediata.
Y las señales siguieron llegando…
Meses después, el 10 de junio del año 2005, sucedió algo —como diría—… poco común.
Me hallaba solo en casa. Blanca había acudido a la inauguración de la vivienda de un vecino, Paco Ballesta. Cené y a las 22.30 horas, no sé por qué, salí al jardín. La verdad es que «alguien» me sacó fuera…
Levanté la vista y contemplé un firmamento nevado de estrellas. Casi podían cogerse con la mano. La luna, en creciente, no contaba. El brillo de las estrellas se la comía.
Y, de pronto, apareció un objeto. Traía rumbo sur-norte. Era blanco. No percibí ningún ruido.
Volaba relativamente bajo. Calculé quinientos metros.
Al llegar a mi vertical se apagó.
Pensé en la cámara fotográfica, pero no quise moverme.
Hice bien.
Al poco (cuestión de tres segundos) se presentó de nuevo.
No era un avión, y tampoco un helicóptero.
Navegó un corto espacio y desapareció por segunda vez.
No volví a verlo, aunque permanecí en el exterior de la casa durante casi dos horas.
¿Dos desapariciones?
Eso fue lo que presencié…
Pero no caí en la cuenta hasta cincuenta días después.
«Alguien», en efecto, me había proporcionado una señal.
El 27 de julio de ese año (2005), Ricardo volvió a telefonear. Paco Padrón había sido ingresado en la Unidad de Cuidados Paliativos, en Tenerife (Canarias). Estaba grave. Ricardo aseguró que la muerte era cuestión de horas.
El 30 de julio, a las 13 horas, tras escuchar Mi unicornio azul, de Silvio Rodríguez, Paco regresó a la realidad.
Fue curioso. Ese mañana del sábado, 30 de julio, no levanté cabeza. Me sentí fatal, sin fuerzas… Al recibir la noticia de la muerte de Paco, el malestar desapareció.

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
El Padre Azul le prolongó la vida durante diez meses…
Y me vino a la mente el ovni que contemplé cincuenta días antes. Desapareció en mi vertical por dos veces. Dos «desapariciones», sí… Y comprendí: la primera fue la del doctor Jiménez del Oso. La segunda desaparición acababa de suceder…
Mensaje recibido.
Esa misma tarde, hacia las 18 horas, algo más sereno, hice el pacto con Paco Padrón. Y escribí: «Si te encuentras en MAT1, como creo, por favor, házmelo saber».
Y cerré el protocolo con lo siguiente: «De aquí al 21 de agosto (Navidad) alguien deberá saludarme con la palabra lehaim. Es válido que aparezca en el correo postal o en el electrónico».
La palabra lehaim («por la vida») era muy apreciada por Paco. Terminaba muchas de sus cartas, o las conversaciones telefónicas, con dicho brindis; una expresión muy querida, igualmente, por el Hombre-Dios.
El plazo, como digo, fue fijado desde ese momento (18 horas del 30 de julio de 2005) a las doce de la noche del 21 de agosto.
Días después, Blanca y yo emprendimos un viaje por China.
Era viernes, 5 de agosto…
Hasta esa fecha, nadie me había saludado con la palabra hebrea lehaim.
Y pensé: «¿Y quién va a hacerlo en China?».
Pero el 11 de agosto sucedió algo que me alertó.
Eran las 14 horas.
Nos disponíamos a viajar de Pekín a la ciudad de Xi’an.
Me tocó pasar por uno de los arcos de seguridad. Creo que en esos momentos circulaban por el aeropuerto miles de turistas y de chinos.
Pues bien, deposité las gafas y los rotuladores en la bandeja correspondiente, y me dispuse a cruzar bajo el escáner. Fue entonces, al depositar la bandeja en la cinta rodante, cuando uno de los funcionarios me entregó una placa de plástico de color azul. Presentaba un número. Era el que correspondía a la bandeja en la que acababa de dejar mis pertenencias.

J. J. Benítez en el aeropuerto de Pekín. (Foto: Blanca).
Supongo que palidecí.
¡Increíble!
¡Era el familiar «101»!
¡Dios bendito! Miles de pasajeros y el «palo-cero-palo» me toca a mí…
Comprendí.
«Alguien» me decía: «Tranquilo… Estamos aquí».
Aquel «I0-I» no lo olvidaré jamás… Y supe que Paco Padrón andaba cerca.

«|0|», en chino, se dice yi ling yi. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.
Pero el viaje por China terminó y nadie me saludó con la palabra seleccionada.
Regresamos a «Ab-bā» a las 17 horas del 21 de agosto.
Faltaban siete para que concluyera el plazo.
Y empecé a preocuparme.
Quizá la señal era demasiado difícil…
Y sigo leyendo en el cuaderno de campo:
«… Hacia las 19 pido a Blanca que consulte los correos electrónicos…[68] Negativo… La palabra lehaim no aparece por ningún lado… No pierdo la esperanza… Paco era cumplidor (a su manera), aunque era un vacilón (tanto que se murió una hora antes que en la península)… Julio Marvizón, que ha guardado la casa en nuestra ausencia, se ha ocupado de recoger el correo… Lo repaso y compruebo que tampoco aparece lehaim… ¡Ay, Dios!… Preparamos el “belén” y la cena de Navidad… Llamo al doctor Moli, para felicitarle, pero no responde… A las 21.40 suena el móvil de Blanca (el único que siempre está operativo)… Es Manolo Molina (Moli)… Me retiro de la cocina y hablamos… Concretamos un próximo viaje de investigación a Granada… Todo está bajo control… Y, de pronto, sin venir a cuento, exclama:

Paco Padrón sigue vivo. (Gentileza de la familia).
—¡Lehaim!
Espeso silencio.
Y termino preguntando:
—¿Cómo dices?
—¡Lehaim! —repite Manolo—. ¡Por la vida!…
—¿Por qué dices eso?
—Es Navidad…
Moli, por supuesto, no sabe nada sobre el pacto con Paco Padrón.
Me quedo perplejo.
¡Paco está vivo! ¡Se encuentra en MAT-1!… Ha respondido a mi petición…».
Días después, cuando Moli y yo nos vimos, conté el asunto del pacto.
Moli escuchó, desconcertado. Y añadió:
El día que falleció Paco Padrón sucedió algo extraño… Me encontraba en Granada, buscando unos papeles… Lo hice por media casa… No lograba encontrarlos… Abrí uno de los cajones de la mesa del ordenador, en mi despacho, pero tampoco los vi… Al cerrar, por la parte posterior de la mesa, cayó algo… Pensé que podían ser los papeles que buscaba… ¡Sorpresa!… Era un sobre, de junio de 1997, enviado por Paco Padrón… Se quedó enredado entre los cables… Y al comprobar el remite pensé: «Paco ha muerto»… Eran las 13 horas, más o menos… Se lo comenté a Adela… Ese mismo día, al hablar con vosotros, me lo confirmasteis…
Lo desconcertante es que Moli no guarda los sobres en los que llegan las cartas. En este caso, la misiva de Paco era la respuesta a una serie de preguntas, formuladas por Moli, para un proyecto que no llegó a cuajar. Consistía en un premio anual a los investigadores del tema ovni. El proyecto tenía un título muy significativo: «Al cielo con ellos».

Doctor Manuel Molina (Moli). (Foto: J. J. Benítez).

Sobre aparecido misteriosamente en el momento de la muerte de Paco Padrón. (Archivo de Moli).
Y sigo preguntándome: ¿qué hacía ese sobre detrás del ordenador? ¿Por qué se precipitó al suelo en el momento de la muerte de Padrón?
A finales de ese mes de agosto (2005) tuve una vivencia que no olvidaré jamás.
Sucedió a las once de la mañana. Acababa de tomar el segundo café. Escribía, justamente, sobre los mundos MAT…
Y, frente a mí, al otro lado del cristal de la ventana, vi (o creí ver) a Paco Padrón.
Se me erizaron los pelos…
¡Era él!
Caminó (?). Atravesó el cristal y se detuvo frente a mí, a escasos centímetros de la mesa en la que escribía.
¡Era Paco! Estoy seguro…
Vestía una túnica blanca, hasta los pies. Tenía pelo.
Sonreía sin cesar.
Entonces levantó el brazo izquierdo y se llevó las puntas de los dedos a los labios. Los mantuvo dos segundos frente a la boca y abrió la mano, en el típico gesto de «esto es fantástico» (!).
Y desapareció.
Por cierto, no cojeaba…
Quedé vivamente impresionado. Paco Padrón y Fernando Calderón habían coincidido: «¡Esto es fantástico!». En otras palabras: el lugar en el que se hallaban era magnífico e imposible de imaginar.
Me llené de esperanza, una vez más… Y recordé lo dicho por el Hijo del Hombre sobre el más allá: «El ojo humano no ha visto nada igual…».
Trece meses después de la marcha de Paco recibí otra señal, no menos emocionante.
Fue el día de mi cumpleaños, 7 de septiembre de 2006.
Ese día visitamos Estocolmo y hacia las 13 horas —según consta en el cuaderno de campo— regresamos al barco. Blanca me había regalado un viaje de placer.
Leí y caminé sobre cubierta. En total, veintiuna vueltas. A las 20.30 horas cenamos. Mi mujer me regaló un reloj.
Y a las diez y media nos sentamos en una de las cubiertas.
Sonaba una música deliciosa.
Y me dejé llevar por la intuición.
Me dirigí al Padre Azul y rogué que me permitiera seguir haciendo su voluntad. Lo que en Caballo de Troya se denomina «principio Omega»…
Ése fue mi deseo de cumpleaños.
Instantes después, la orquesta se despidió con una última melodía.
Quedé atónito…
¡Era Mi unicornio azul, la última canción que escuchó en vida Paco Padrón!
«Mi unicornio azul ayer se me perdió… Se fue».
Y di las gracias a Ab-bā y, por supuesto, a mi amigo y hermano, Paco Padrón, allá donde esté…
—¡Lehaim! —brindé.
Y Blanca respondió:
—¡Lehaim! ¡Por la vida!
Como dice Rafael Sánchez Suárez, «los amigos no mueren; se difuminan sus defectos».