Lo vivido por María José Ortiz fue, sencillamente, extraordinario.
Y yo participé, sin saber…
Primero me llegó una carta.
La firmaba la referida María José. Procedía de Alcantarilla, en Murcia (España).
Lamentablemente no la guardé[162].
Hablo, por tanto, de memoria.
En ella, más o menos, María José confesaba que los Caballos de Troya habían cambiado su imagen del Jefe (Jesús de Nazaret). Ella sabía que esos libros son mucho más que literatura…
Calificaba a Jesús de «Mago».
Y añadía que, lamentablemente, uno de los Caballos —el número seis—, se había perdido. «Lo presté —decía— y no he vuelto a verlo…».
Leí la carta con atención y, de pronto, la «voz» que me habita susurró:
—Envíaselo…
—¿El qué? —pregunté como un idiota.
—El Caballo 6…
Al principio me resistí. No conocía a María José de nada.
—¿Y qué tiene que ver eso? —insistió la «voz».
—A la orden…
Busqué un ejemplar del Caballo de Troya 6, se lo dediqué y lo eché al correo. Creo que lo hice el 5 de enero de 2012, miércoles.
Y olvidé el asunto.
El 10 de enero recibía la rápida y desconcertante respuesta de María José.
Esta vez sí la guardé.
Decía:
Hola Juanjo:
Yo no sé si te vas a creer lo que te cuento, pero supongo que pocas cosas te sorprenderán (¿o sí?).
Al día siguiente de mandarte la carta, y dando por hecho que no ibas a responder, decidí hacer el pacto: Él hacía aparecer el Caballo 6 y así yo sabía que lo que sentía era cierto, que había algo en aquellos libros…

Dedicatoria de J. J. Benítez en el Caballo 6.
Al principio pensé: «Dejo el hueco en la librería y que aparezca». Pero enseguida pensé que Él hace las cosas —no sé—, de forma más natural…
Así que dije: «Vale. Hacemos una cosa. El “J” lee mi carta y tú le “soplas” que me mande un libro… Pero tiene que ser el lunes, que no me gusta esperar».
E hicimos el trato.
Además recuerdo que le dije, muy celosa: «Si al “J” le mandas pistas, pues a mí también».
Y el lunes, 9, por la mañana, a eso de las 13.30, llaman al telefonillo:
—Cartero… Traigo un certificado.
—Vale.

María José Ortiz, con el Caballo 6 (dedicado). (Gentileza de la familia).
Y pensé: «Algún recibo de la luz».
Cuando vi el paquete, imagínate…
Pero eso no fue nada con la cara de tonta que se me quedó cuando vi el libro y leí la dedicatoria: «¡De parte del “Mago”!».
Dejé el libro y me fui a comprar el pan. Y por el camino iba pensando de todo: «Claro, es que el Benítez sabe mucho… No, es que tiene poderes… No, no… Soy yo, que le pasé el mensaje telepáticamente…».
Y sentía que «Alguien», detrás de mí, se partía de la risa…
Y claro, me contagiaba…
Y así iba por la calle, intentando disimular la risa, para que no me tomaran por loca.
Cuantas más vueltas le doy, menos lo entiendo. Pero, como lo siento, pues casi me da igual no entenderlo.
Gracias por presentarme al MAGO. Ahora me toca a mí ir conociéndolo.
Un abrazo. Nos vemos. (10-01-2012).
Yo fui el segundo sorprendido…