No concibo la vida sin lectura.

Es otro regalo de los cielos.

Me fascina la galaxia de los libros.

Y si ese universo entra en conjunción con el de las señales, el resultado es indescriptible.

Veamos algunos ejemplos…

Pero antes de arrancar con este nuevo bloque quiero referirme a la que, sin duda, fue la Señal (con mayúscula) para quien esto escribe (la frase me suena). Se trató, en mi opinión, de un oportuno guiño del Padre Azul; un «aviso» que me marcó para siempre.

Sucedió en 1962.

No recuerdo la fecha con exactitud y bien que lo lamento (en esa época no tenía mucha idea de lo que es un cuaderno de campo).

Me hallaba al final del bachillerato.

Era una tarde gris y lluviosa (probablemente en marzo).

Habían terminado las clases en el colegio de los Hermanos Maristas, en Pamplona. Antes de regresar a casa dediqué unos minutos a mi gran pasión: el dibujo.

Me encerré en un minúsculo cuarto, bajo las escaleras, y tomé las tizas de colores.

Allí dibujaba los murales.

Cada mes sacábamos a la luz una corrosiva crítica a los profesores y, por supuesto, a nosotros mismos. Era algo insólito. En aquel tiempo, como saben los de mi generación, la iglesia tenía más poder que Franco.

Pues bien, mientras pintaba, acertó a entrar un hermano marista: Patxi Loidi Isasti, profesor de literatura, conocido como el Picaraza[123].

Loidi era un tipo flaco, todo sotana, con una cruz de metal en el pecho, y una nariz empeñada en llegar a todas partes antes que el Picaraza.

En realidad era tan feo como buena persona.

Sobresalía por su inteligencia, generosidad y espíritu conciliador, amén de por su nariz.

Lo querían hasta las piedras…

Loidi me habló de Jesús de Nazaret, pero no como un Dios de escayola y palo y tentetieso. Lo dibujó como lo que es: un Creador tierno y compasivo; un amigo; un confidente…

No sé cómo lo hizo pero, desde entonces (yo tenía dieciséis años), el Maestro se quedó a vivir en mi corazón.

Loidi, además, me presentó a Beethoven.

Un día entró en el aula con un tocadiscos y, ante la sorpresa general, hizo sonar las oberturas de Egmont y Coriolano.

Y Beethoven me llevó de la mano a la estratosfera de mí mismo.

Desde entonces amo la música.

Loidi, en fin, me enseñó a humanizar las cosas.

«Todo tiene alma», decía. Y señalaba las orillas, los azules, las estrellas, las gotas de lluvia perdidas en un cristal, las migas de pan o el rodar de las canicas…

Y me hizo distinguir entre el Padre Azul y el Jefe (Jesús de Nazaret). «Si uno es bueno —aseguraba— el otro es bondadoso a rabiar».

Loidi fue otro ángel susurrador…

Y ese día marcó el rumbo de mi vida.

Se acercó al mural, examinó los dibujos detenidamente y, sin mirarme, permaneció en silencio, atentísimo a mis dedos.

Yo olía su sotana…

Después, sin venir a cuento (¿o sí?), y sin mirarme, preguntó:

—¿Quieres ser periodista?

Mágico reencuentro con Loidi, cuarenta y seis años después de aquella pregunta, en el cuarto de los murales. (Foto: Blanca).

Continué dibujando, al tiempo que respondía con otra pregunta:

—¿Qué es eso?

Siguió atento al mural y, siempre sin mirarme, replicó:

—Escribir la verdad…

Quedé pensativo.

Loidi, obviamente, no esperaba una respuesta. Y, al retirarse, sin mirarme, ordenó:

—Dile a tu padre que venga a verme.

Y desapareció.

¿Periodista?

Yo soñaba con ingresar en la escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, aunque sabía también que mi padre (un humilde guardia civil) carecía de los medios económicos necesarios.

Mi padre acudió al colegio y habló con Patxi Loidi.

Algo vieron en mí, sin duda, porque mi padre, a partir de esos momentos, se afanó en conseguir una beca y las cinco mil pesetas para la matrícula en Periodismo, en la Universidad de Navarra. Y ese mismo año de 1962, con la oposición de mi supuesta madre, ingresé en la Cámara de Comptos, en Pamplona.

Fue así como me hice periodista, aunque sigo soñando con ser Miguel Ángel…

ALGUNOS CUADROS Y DIBUJOS DE J. J. BENÍTEZ

(DE CUANDO QUERÍA SER MIGUEL ÁNGEL)

El piloto interior.

Por razones personales, J. J. Benítez nunca termina los cuadros. (Foto: Blanca).

Miguel Ángel, 1960.

Hubo un tiempo en el que J. J. Benítez firmaba los chistes como «Lucifer». Ya apuntaba…

Pactos y señales
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