Aquel miércoles, 7 de febrero de 2007, eché una mirada a la revista Más allá. Era la hora del almuerzo.
La hojeé, distraído.
Al llegar a la página 12, el corazón me dio un vuelco.
A dos columnas, de entrada, en la sección titulada «Planetario», publicaban una fotografía de Rafael Farriols y la noticia de su fallecimiento. Había tenido lugar el 27 de diciembre del año anterior, a los setenta y nueve años de edad.
Me puse en contacto con Carmela, la mujer, y confirmó la noticia.
Fue entonces cuando comprendí por qué me había sentido tan mal en aquellas fechas. La tristeza fue tal que Blanca sugirió que anulásemos el viaje a Gambia, programado para el 28 de diciembre (2006).
Afortunadamente me recuperé y viajamos a Gambia, enredándome en nuevas investigaciones.
Rafael Farriols fue uno de los grandes estudiosos del tema «Ummo».
Tuve la fortuna de conocerle.
Conversamos muchas veces, y siempre sobre el delicado asunto de los «ummitas». Él creía en ellos a pie juntillas. Había reunido más información que nadie y, sobre todo, recibió pruebas de su existencia.
Compartimos confidencias.
Me mostró sus archivos (miles de documentos sobre «Ummo») y me reveló secretos que no he dado a conocer (todavía).

Rafael Farriols. (Foto: J. J. Benítez).
Escribió varios libros sobre ovnis y sobre Dios. Uno de ellos, en particular, me impresionó: Un caso perfecto, en el que narra los sucesos ovni registrados en junio de 1967 en San José de Valderas (Madrid). A partir de ese libro me interesé por los «ummitas».
Rafael Farriols, además, era discreto, eficaz y generoso.
La última vez que charlamos fue en un hotel, en Barcelona.
Le puse al tanto de mis indagaciones, en especial sobre «Ummo», y le anuncié una sorpresa. Guardó silencio, expectante. Sonreí, malicioso, pero no revelé lo que había descubierto.
—Te lo haré llegar —le dije— en cuestión de meses…
No pudo ser. Farriols murió al poco.
La sorpresa era la siguiente: durante años estuve investigando sobre el referido y polémico fenómeno de los «ummitas». Hallé mucha información, inédita, y la reuní en un libro[22]. En dicho trabajo incluí algunas de las experiencias de Farriols. Una de ellas —que da título al libro— me impresionó. Rafael, siguiendo el consejo de los «ummitas», subía por las noches a su estudio y les formulaba preguntas, en voz baja. En realidad susurraba. Siempre llegaban las respuestas, pero por correo postal. Farriols, en efecto, fue El hombre que susurraba a los «ummitas».
El libro, en definitiva, era la sorpresa. Pero no llegó a leerlo (al menos en la Tierra).
La idea de que lo tuviera en sus manos me hacía feliz. Allí aparecen casos que él no conoció.
Pues bien, esa tarde, tras saber del fallecimiento de mi amigo, acudí a la pequeña huerta y, como cada día, dediqué una hora y media al trabajo con la azada.
Y en ésas estaba cuando llegó la idea: ¿por qué no hacer el pacto con Farriols?
Él tenía sentido del humor…
Dicho y hecho.
A las 18 horas regresé a mi despacho y escribí en el cuaderno de pactos y señales:
«Si estás vivo —no importa en qué MAT—, por favor, Rafa, dame una señal».
No especifiqué. Y tampoco establecí un plazo. Lo dejé a criterio de Farriols.
A las 20.30 horas, concluido el tiempo que destino al estudio, me reuní con Blanca en la cocina.
Y rogó que la acompañara a su ordenador.
—Tengo una sorpresa —anunció.
La seguí, dócil y alarmado. Las sorpresas de las mujeres casi siempre lo son…
Tecleó en la computadora y en pantalla apareció la portada de un libro.
—Acaba de llegar —aclaró—. Lo ha enviado la editorial.
No acerté a hablar. Palidecí. Blanca lo percibió y preguntó. Le conté el pacto que acababa de establecer con Farriols y sonrió, comentando:
—Pues sí que ha sido rápido…
La portada en cuestión era la de mi nuevo libro, a publicar un mes más tarde. Planeta la enviaba para su aprobación. El libro era El hombre que susurraba a los «ummitas». La sorpresa, en fin, me la dio él a mí…

Portada del libro número cincuenta de J. J. Benítez. Fue la respuesta a su petición. El número «50», en Kábala, equivale a «para ti».