Corría el año 1979.

Me hallaba en Estocolmo.

Esa noche tuve un extraño sueño…

Vi niebla.

Me encontraba en un lugar sin suelo y sin paredes. No logré identificarlo.

La niebla fue abriéndose y apareció un ataúd.

Yo sabía que estaba vacío…

¿Es mi ataúd?

Pero yo estoy vivo. Esto es absurdo…

Veo también un avión.

El ataúd viaja en ese avión.

Entonces se presentó un número. Era enorme.

20 004.

Los dígitos bailan y leo «2004».

Ahí terminó el sueño.

Al regresar a España decidí abonarme al 20 004. Y jugué a la lotería cada semana.

No tocó nunca…

Y pasaron los años.

En 1990 empezó a rondarme un deseo; un bello y, aparentemente, imposible deseo: quería trasladarme a vivir a Barbate, el pueblo de mi padre.

En Barbate me presentaron a la mar…

En Barbate me enamoré por primera vez…

En Barbate deseaba morir…

Y digo que se trataba de un sueño imposible porque, como era habitual en mí, en esas fechas tenía de todo menos dinero.

Pero el bello sueño siguió acariciándome.

Y llegó el mes de diciembre de ese año (1990).

Y se produjo el «milagro».

Como cada sorteo de Navidad, yo había comprado varios décimos del 20 004.

Blanca protestaba, con razón. Era mucho dinero.

Y ese día, poco antes del 22 (fecha del sorteo), tuve que acudir a Bilbao para llevar a cabo algunas gestiones.

Al terminar, hacia las 13 horas, monté en el coche con el ánimo de regresar a casa, a Sopelana.

Pero sucedió algo que no he logrado explicar racionalmente (ni falta que hace).

En lugar de tomar la carretera habitual me vi circulando por el centro de la villa.

Era como si «alguien» condujera el vehículo.

Tenía la mente en blanco.

Y dejé hacer.

Aparqué en la calle Colón de Larreátegui, en doble fila, y descendí del coche, encaminándome a la administración de lotería número 25: los 400 Millones.

Los empleados me conocían. Allí compraba, habitualmente, el 20 004.

Y, como un autómata, solicité una serie completa, pero de otro número.

Le dije a la señorita (se llamaba Remedios) que eligiera ella el número y que no me lo mostrara. Lo dobló y me lo entregó. Tuve que pagar con un talón.

Regresé al coche y guardé los décimos en la guantera.

Y pensé, mientras rodaba hacia casa: «¿Qué estoy haciendo? Blanca me matará…».

No dije nada, por supuesto, y ahí quedó el asunto.

Pasó el sorteo del Gordo y, naturalmente, el 20 004 no tocó.

Pero teníamos salud…

Dos días después (24 de diciembre), decidimos viajar al sur de Francia.

Fue un viaje rápido. Por la tarde estaríamos de vuelta.

Y a las 09.45, en la gasolinera de Algorta, cuando repostaba, recordé los décimos que dormían en la guantera del coche.

Se los entregué a Blanca y tuve que aguantar una buena bronca.

Por la tarde, hacia las 17 horas, de regreso a Sopelana, mi mujer desplegó la lista oficial de la lotería y consultó el número.

Mi padre y Blanca, con los décimos premiados. (Foto: J. J. Benítez).

Yo me encerré en el despacho, a lo mío.

Entonces oí un grito.

Pensé que Blanca había sufrido un accidente.

Al llegar a la cocina la encontré temblando y sin color. Balbuceaba, pero no lograba entender.

Blanca señalaba la hoja del periódico.

Después empezó a llorar y a reír, a partes iguales.

Me hice con los décimos y comprobé que había tocado.

Fue un maravilloso regalo del Padre Azul…

Tapamos trampas, repartimos, y pude hacer realidad el querido y, como dije, aparentemente imposible sueño. Y nos trasladamos a vivir a Barbate.

Insisto: ¡Ojo con lo que se desea! Siempre se cumple (aquí o en el país de Nunca Jamás).

Y, hablando de sueños, he aquí algunos de los que he tenido a lo largo de la vida, y que se han cumplido:

  • Deseaba dedicarme por entero a la investigación y el 1 de mayo de 1980 fui llamado por José Manuel Lara, propietario de la Editorial Planeta. Y en ello sigo.
  • Deseé escribir la vida de Jesús de Nazaret y surgió una información que dio lugar a los Caballos de Troya. Pura magia.
  • Deseaba averiguar cómo era el Maestro y lo tuve ante mí, a 600 kilómetros de altura, cuando «viajé» con la ayahuasca.
  • Deseaba alcanzar las estrellas y, de pronto, me regalaron una[116].
  • Deseaba ver un ovni…, y aparecieron.

Carta de Estrella Sánchez a J. J. Benítez.

  • Deseaba saber cómo es la muerte y el buen Dios permitió que me asomara y que la viera.
  • Deseaba escribir un libro más que Julio Verne y casi lo he conseguido.
  • Deseaba conocer el futuro y me presentaron al número pi.
  • Deseaba pintar y me dieron una máquina de escribir, para que pintara con las palabras.
  • Deseaba viajar y he dado más de cien veces la vuelta al mundo.
  • Deseo la soledad y el silencio y casi lo he logrado…
Pactos y señales
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