Blanca regresó a casa desconcertada.
Le dio vueltas y vueltas al asunto, pero no comprendió.
Y, de vez en cuando, me miraba, y pensaba: «¿Tendrá razón?».
Claro que la tenía…
El Padre Azul cuida de sus criaturas por igual.
Veamos.
Esa mañana del 29 de junio de 2012, mi mujer (qué mal suena lo de «mi mujer») se dirigió a la oficina de Unicaja, en Zahara de los Atunes (Cádiz).
Había recibido una tarjeta de crédito y necesitaba conocer el pin (número de identificación personal).
Me acerqué a Aurora, una de las empleadas —explicó Blanca—, y comenté lo que necesitaba… Y añadí que me gustaría tener un pin que pudiera recordar con facilidad… Y le dije cuál… Era una cifra de cuatro dígitos, todos iguales… Aurora me entregó un sobre cerrado… Contenía el pin de la nueva tarjeta… Y me dijo: «Primero hay que activar la tarjeta. Después puedes modificar el pin»… Y así se hizo… Me acompañó al cajero automático y activó la tarjeta… A continuación pidió que abriera el sobre… Lo hice y leí el pin… ¡Asombroso! ¡Era el número que deseaba!… Se lo enseñé a Aurora y quedó tan desconcertada como yo… «¡Es imposible!», aseguró… «Hay miles de números de identificación y son seleccionados por un ordenador, al azar».

Blanca. (Foto: J. J. Benítez). (Arriba).
Aurora Sánchez Pacheco, directora de Unicaja en Zahara de los Atunes (Cádiz), y testigo del «milagro» del pin. (Foto: Blanca). (Abajo).
Pregunté cuántos clientes disponen del correspondiente pin.
El parque de tarjetas de pago, en circulación, es superior al millón.
Y recordé las palabras de Vite: «Lo imposible es lo bello».
Sí, el Padre Azul es así…