El 24 de marzo de 2008 murió el actor Richard Widmark[13].
Contaba noventa y tres años de edad.
Él y Gary Cooper iluminaron buena parte de mi infancia y de mi juventud.
Cuando me enteré del fallecimiento de Widmark escribí lo siguiente:
«Se ha ido también Widmark, el hombre que sonreía con la mitad de la cara; uno de mis actores favoritos.
Ahora sí sabe qué es el beso de la muerte…
Gracias, Richard, por aquellas noches en el cine de verano de Barbate, cuando sacabas el revólver mucho más rápido que cualquiera de nosotros.
Gracias, Richard, por cabalgar juntos, aunque éramos más de dos.
Gracias, Richard, por enseñarme cómo es un submarino por dentro y por hacerlo navegar en una pantalla de cine, y en blanco y negro.

Richard Widmark.
Gracias, Richard, por tener las pistolas de oro, y por conquistar el Oeste de nueve a doce de la noche, cuando a nadie se le ocurre conquistar nada.
Gracias, Widmark, por quedarte a vivir en la leyenda…».
Pues bien, mientras escribía este pequeño homenaje, sentí la necesidad de hacer el pacto con él.
«¡Qué tontería! —pensé—. ¡No le conocía de nada!».
No importaba.
Haber visto, y vivido, cincuenta y dos de sus películas me daba cierto derecho.
«Si estás vivo —planteé—, si estás en los mundos MAT[14], como supongo, por favor (lo dije en inglés, por si las moscas), dame una señal».
De pronto llegó una idea.
Me dirigí al cuaderno de pactos y señales y anoté la que debería ser la señal:
«Si estás vivo, cada 26 de diciembre (fecha del nacimiento del actor), el cielo se volverá amarillo, allí donde esté».
Me pareció una señal demasiado difícil y, tras meditarlo, la suavicé:
«Con una vez (el 26 de diciembre de 2008) será suficiente».
Era el mes de marzo…
Como era presumible, olvidé el pacto.
Y llegó el 26 de diciembre.
Me encontraba en la República Dominicana.
Llovía torrencialmente.
Y a las seis de la tarde escampó.
Me asomé a la ventana del hotel, en Punta Cana, y quedé perplejo. Y recordé…
No supe qué hacer.
Finalmente tomé la cámara y fotografié aquel hermosísimo cielo amarillo.
Widmark había cumplido.
Y creí ver su media sonrisa entre las nubes.
Widmark está vivo.
Y cada año —allí donde esté—, al llegar el 26 de diciembre, el cielo y mi corazón se vuelven amarillos.