Aquel 25 de noviembre de 2009 me hallaba en Carolina del Norte (USA), enredado en una peligrosa investigación. Buscaba a uno de los testigos de las ruinas en la Luna[98].

Algún día (si sigo vivo) debería publicar estas «aventuras».

A lo que iba…

Tanto Blanca como Rebecca Torres, que nos acompañaba, y yo mismo nos sentíamos cansados. Llevábamos días detrás de aquel sujeto…

Y ese miércoles, 25 de noviembre, de mutuo acuerdo, lo dedicamos al descanso.

Visitaríamos la cercana población de Chapel Hill, en el condado de Orange. Se trata de una pequeña ciudad, con una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos.

Quedé fascinado con los amarillos y los rojos de sus bosques.

El padre de Rebecca llevaba varios días en el hospital, en Saint Croix, en las Islas Vírgenes. Estaba agonizando.

Rebecca disimulaba, pero se la notaba angustiada.

A las diez y media de la mañana, cuando visitábamos el museo, recibió una llamada telefónica.

Alguien, desde el hospital de Saint Croix, le comunicó que se disponían a desconectar a Pascual, su padre. No merecía la pena seguir manteniéndolo vivo de forma mecánica.

Rebecca no pudo evitar las lágrimas.

Rebecca. (Foto: Blanca).

Nos sentamos y hablamos.

Traté de consolarla:

—La muerte no es el fin —le dije—. Hay otra vida…

Me miró sin comprender.

—¿Otra vida?

—En realidad, la verdadera vida…

Rebecca movió la cabeza, negativamente. No creía en nada.

No insistí.

Blanca se levantó y se dirigió a la tienda del museo. Al poco regresó con un pequeño obsequio: un corazón de madera.

Y se lo entregó a nuestra amiga.

Rebecca lloró desconsoladamente.

Y me arriesgué:

—Si quieres puedes solicitar una prueba…

—¿Una prueba?… ¿Para qué?

—Es muy simple —resumí—. Cuando fallezca, si continúa vivo, tu padre podría darte una señal, una prueba de que está bien…

Hablaba en serio y Rebecca lo sabía.

Pascual, padre de Rebecca. (Gentileza de la familia).

—¿Y qué señal le pido?

Aguardé unos segundos, hasta que llegó la idea:

—Cuando él muera, si hay vida después de la vida, recibirás una llamada telefónica…

—¿Una llamada? ¿De quién?

—Eso no importa… Pero tiene que ser nada más morir.

Rebecca aceptó.

Abandonamos el museo y reanudamos el camino.

A los quince minutos nos detuvimos en una estación de gasolina. Necesitábamos repostar.

Y en ello estaba cuando, de pronto, sonó el celular de Rebecca.

Eran las 11.15 horas.

Rebecca palideció.

Una de las enfermeras de Saint Croix, amiga suya, le comunicó que su padre acababa de fallecer.

Pascual seguía vivo, pero guardé silencio.

Pactos y señales
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