La experiencia vivida por Agus Aguirre me dejó igualmente perplejo.

Lo entrevisté el 5 de mayo de 2013.

Esto fue lo que contó:

Agus. (Foto: Blanca).

—Ocurrió en el invierno de 1985… Vivíamos entonces en Vallecas (Madrid), en la calle Huelga… Me encontraba en el salón, con mi madre… Era por la tarde… Ella hacía punto y veía la televisión… Yo tenía catorce años… Recuerdo que estaban dando un programa sobre experiencias cercanas a la muerte… Al escuchar los comentarios de los participantes, ella fue asintiendo… «Eso, así…», decía… Mi madre había tenido una experiencia de ese tipo… Yo le pregunté y, tras insistir, contó que, cuando la operaron del corazón, vio a la gente que la rodeaba… Lo vio desde el techo del quirófano… Sabía quién la quería y quién no… Continuamos conversando y se me ocurrió proponer un trato… Tú lo llamas «pacto»… El primero de los dos que muriera tenía que avisar al otro… Mi madre sonrió y dijo: «Cuando venga haré así»… Alzó la mano, en dirección a la bombilla del techo, y unió el pulgar y el índice de la mano derecha… «Haré chin…, chin», exclamó… Yo lo interpreté como un cambio en la intensidad luminosa… Algo así como «toques» de luz…

Francisca Aguirre, madre de Agus. (Gentileza de la familia).

Agus y su madre, Francisca Aguirre, no volvieron a hablar del asunto.

Francisca falleció diez años después.

Y Agus Aguirre siguió con el relato:

—… Mi madre murió en la quinta planta del hospital Gregorio Marañón, en Madrid… Eran las dos de la madrugada del 14 de febrero de 1995… Tenía cincuenta y seis años… Pues bien, pasó el tiempo y en noviembre de 2002, siete años después de su fallecimiento, sucedió algo maravilloso… Me hallaba en otra casa, en la calle Mata del Agua, también en Vallecas… Serían las ocho o las nueve de la noche… Estaba sentado en el sofá, viendo la tele… Mi novia se había quedado profundamente dormida, con la cabeza sobre mis piernas… Entonces noté una presencia a mi alrededor… No sé cómo explicarlo… Me sentí envuelto… Era algo físico… Como si me sumergiera en el agua… Se me erizaron los pelos… Me envolvió por completo… Y pensé en mi madre… ¡Era ella!… Me sentí muy bien… Feliz… Y pregunté: «¿Eres tú, mamá?»… Al momento, las bombillas de uno de los plafones del techo aumentaron la intensidad luminosa… Fueron dos «toques»… Lo interpreté como un «sí»… Y empecé a preguntar… Las bombillas incrementaban la intensidad a cada pregunta… En total formulé tres… Y me despedí: «Me voy a descansar», le dije… Entonces se registraron cuatro cambios de intensidad, todos seguidos… Lo asocié a un «adiós»… Quedé agotado y feliz… En eso despertó mi novia, pero no se enteró de nada… Y me vio con una gran sonrisa.

El siempre paciente Agus aceptó mis preguntas.

—¿Cuántos plafones había en el techo?

—Dos.

—¿Estaban encendidos?

—Sí, pero los «toques» sólo se produjeron en uno de ellos.

—¿Se fundieron las bombillas?

—No.

—¿Saltó el diferencial?

—Tampoco.

—¿Se registraron interferencias en el televisor?

—No lo recuerdo, pero creo que no.

—¿Qué clase de preguntas formulaste?

—Todas personales.

—¿En alguna de las preguntas se produjo retraso en la respuesta?

—En ninguna. Las oscilaciones luminosas fueron inmediatas.

—En otras palabras: tu madre no dudó a la hora de responder…

—Las «respuestas» fueron rápidas y claras.

—¿Estás seguro de que fue tu madre?

—Al cien por cien…

—¿Por qué no hiciste más preguntas?

—No lo sé, y podía haberlo hecho.

—Dices que tu novia se quedó profundamente dormida…

—Sí, y lo hizo poco antes de que me sintiera envuelto en aquella maravillosa «presencia».

—¿No te parece raro?

Agus se encogió de hombros. Y añadió:

—No sé qué decirte. Fue raro, sí…

—¿Cuánto tiempo se prolongó la «conversación»?

Los cambios en la intensidad luminosa se registraron en el plafón A. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

—Cuatro o cinco minutos.

—¿Y qué opinas de la experiencia?

—Demostró que mi madre está viva. Cumplió el trato.

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Ese 5 de mayo, mientras conversábamos, Agus solicitó una señal a su madre. Me lo confesó días después.

—Quería saber si mi madre estaba conforme con que se hiciera pública esta experiencia.

—¿Qué señal solicitaste?

—Ninguna. Lo dejé a su criterio, como tú dices…

Pues bien, esa tarde del 5 de mayo de 2013, cuando Agus regresó a su casa, en Zahara de los Atunes, tomó a los perros y se dirigió a la playa.

Y en ello estaba, paseando, cuando, entre las dunas, descubrió un hermoso grupo de flores violetas.

—Eran las que le gustaban a mi madre…

Y Agus procedió a fotografiarlas.

Plafón desprendido en el salón del apartamento de Agus. (Foto: Agus Aguirre).

Al regresar a casa le esperaba una sorpresa: mientras él fotografiaba las flores violetas, las luces del salón-comedor estallaron, sin causa aparente. Y el plafón se desprendió del techo.

—Quedó colgando de los cables…

Y Agus añadió:

—En esos momentos entró una golondrina en el salón. Para mí fue una doble señal. Mi madre estaba conforme con la publicación.

Ese domingo, 5 de mayo, no sé si lo he mencionado, fue el Día de la Madre…

Daisy, frente a las flores violetas. (Foto: Agus Aguirre).

Pactos y señales
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