Pepe Guisado, amigo e investigador sevillano, me advirtió.

Y me habló del caso.

Pero, enredado en otras pesquisas, no presté la debida atención.

Llegado el momento, sin embargo, el Destino tocó en mi hombro. Y lo hizo cuando supe de la amarga experiencia de Sabina. Fue entonces cuando saltaron las alertas.

Me apresuré a buscar a Rosi Rodríguez, y a su familia, y me reuní con ellos el 16 de septiembre de 2012. Pepe Guisado se hallaba presente.

He aquí una síntesis de lo vivido por Rosi:

—La muerte de mi madre —Dolores García—, ocurrida en la madrugada del 3 de septiembre del año 2000, me llenó de tristeza. Fue un duro golpe. Tenía sesenta y cinco años. Todavía era joven. Y me enfadé con Dios.

Conviene aclarar que Rosi es católica, apostólica y romana. Ejerce también como catequista.

—Total —prosiguió—, dejé de hablarle. Y lo puse de vuelta y media. Dejé de confesar y de comulgar. No entendía por qué se la había llevado.

—¿Piensas que el Padre Azul fue el responsable de la muerte de tu madre?

Rosi me miró, alarmada. ¿Con qué clase de loco estaba hablando?

Dolores García, madre de Rosi. (Gentileza de la familia).

—Él se la llevó —resumió—. ¿Qué puedo pensar?

No insistí. Tampoco era el momento de explicar la «ley del contrato»…[50]

Y a finales de octubre, Rosi tuvo un sueño muy especial:

—Habían pasado casi dos meses desde el fallecimiento de mi madre. En el sueño caminábamos por una calle, cerca del cementerio. Por delante marchaban mi padre y Pepi, mi hermana. Se acercaba el Día de los Difuntos. La costumbre es ir al cementerio y arreglar la tumba. Pues bien, en ésas, en el sueño, se presentó mi madre. Yo me detuve. Mi padre y mi hermana no la vieron y continuaron su camino. Mi madre aparecía feliz y sonriente. Y me dijo:

»—Niña, ¿dónde vais?

»Me quedé mirando, extrañada. Y respondí:

»—¿Dónde vamos a ir?

»—¿Qué pasa? —preguntó ella.

»En esos instantes me di cuenta. Mi madre no sabía que estaba muerta.

»—¿Tú no lo sabes? —comenté—. Tú ya no estás con nosotros.

»Entonces, al verla tan feliz, pregunté:

»—Y tú, ¿cómo estás?

»—Estoy bien —respondió—. Muy bien, muy bien… estupendamente. No tengo ningún dolor.

»Mi madre, entonces, agarró la falda por la cintura y la estiró, al tiempo que exclamaba:

»—Mira esto…

»Sí, estaba muy delgada. En eso, Pepi miró hacia atrás y me llamó. Ahí terminó el sueño.

Intenté redondear algunos detalles.

—¿Por qué fue un sueño especial?

—Era muy real. Era como si estuviéramos hablando, pero en vida. Era muy vívido. Nunca lo olvidaré.

—Dices que tu madre parecía feliz…

—Su cara era de felicidad. Sonreía todo el tiempo. En vida lo pasó mal. Tenía reuma. Tuvo dolores durante catorce años y «caballos» en los oídos. Se presentó muy delgada.

—Háblame de su aspecto físico…

—La dentadura era perfecta. No llevaba gafas…

—¿Las necesitaba en vida?

—Sí.

—¿Cómo vestía?

—Llevaba una blusa blanca y una falda de color negro.

—¿Era ropa habitual?

—Sí. La blusa lucía una rosa bordada, en color rosa, y con un tallo verde. La falda tenía una cremallera en el costado izquierdo.

—Cuando separó la falda de la cintura, ¿cómo lo hizo?

—Con las puntas de los dedos. La estiró cosa de veinte o treinta centímetros.

—¿Viste los pies?

—No.

—¿Aparecía maquillada?

—No.

—¿Y qué pensaste después del sueño?

—Me quedé más tranquila…

—¿Por qué?

Rosi dudó, pero fue sincera:

—Mi madre no sabía leer ni escribir… Pensé que, al morir, podía estar perdida. Ella no sabía leer los carteles.

Quedé sorprendido. Nunca imaginé que en el cielo hubiera carteles…

—¿Piensas que está viva?

—Ahora sí…

Y en diciembre de ese año 2000 tuvo lugar otro hecho poco común:

—Mi marido y yo acudimos a un mercadillo. Y, no sé por qué, fui a detenerme frente a uno de los puestos. Había muchos discos. Y tampoco sé decirte por qué, pero me fijé en uno de los cedés. Lo compré y, al regresar al coche, lo introduje en el aparato de música. Era un disco de un grupo muy conocido: La Oreja de Van Gogh. Y, ante nuestra sorpresa, saltó la última canción, la número 14… Se titula Historia de un sueño.

—¿Quieres decir que no sonó la primera canción, como hubiera sido lógico, sino la catorce?

—Exacto. Y en esa canción se habla de sueños…

Escuché el CD en cuanto fue posible y, en efecto, algunos versos son sorprendentes: «Perdona que entre sin llamar… Tenía que contarte que en el cielo no se está tan mal… Promete que serás feliz… Tan sólo me dejan venir dentro de tus sueños para verte a ti…». No cabe duda: el compositor —Xabi San Martín— estuvo especialmente «inspirado»…[51]

Letra de la canción Historia de un sueño, de La Oreja de Van Gogh.

Rosi, con el disco en el que aparece Historia de un sueño. (Gentileza de la familia).

La canción —tampoco sé por qué me fijé— tiene una duración de 3 minutos y 44 segundos. En Kábala, «344» equivale a «encantamiento y paraíso». El número de orden de Historia de un sueño («14») tiene el mismo valor que la palabra «plegaria».

Y resulta igualmente asombroso (?) que esa mañana del domingo, 16 de septiembre de 2012, poco antes de reunirme con Rosi, yo estuviera repasando un cuaderno de campo de 1998 en el que pude leer: «13 de enero: Regreso a “Ab-bā” a las 22 horas. Cena. Hablamos Blanca y yo del libro de los “resucitados”. A ambos se nos ocurre un título, a la vez: Estoy bien (!)».

Lo que te conté mientras te hacías la dormida, de La Oreja de Van Gogh.

¿Casualidad? Lo dudo…

Por cierto, entre 1998 y 2012 transcurrieron catorce años. Es decir: 1 + 4 = 5 = 101 (palo-cero-palo).

Sí, la magia de las señales…

Pactos y señales
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