Insisto: el mundo de las señales es mágico.

Me explico.

Aquel miércoles, 9 de enero de 2013, me hallaba inmerso en una nueva mudanza.

Mover una casa y diez mil libros es una locura y media…

Pues bien, en mitad de aquel desbarajuste, en un rincón, apareció un CD de especial importancia para mí. Contenía la traducción, al inglés, del Caballo de Troya.

Al abrir el estuche me llevé otra sorpresa.

En el interior descubrí tres folios, delicadamente plegados.

Aquello era obra mía, sin duda.

Se trataba de una carta de Juan José Infante, fechada el 31 de enero de 2004.

La recordaba.

Pero ¿cómo había ido a parar al interior del estuche?

Me encogí de hombros…

Era mejor no indagar.

Al leerla quedé atónito.

¡Se había presentado en el momento oportuno!

En esos días me esforzaba por organizar la redacción de Pactos y señales.

No cabe duda: «alguien» hila muy fino allí arriba…

La carta, entre otras cosas, decía lo siguiente:

… Estimado Sr. Benítez:

De los libros suyos que he podido leer, en contra de la mayoría de los españoles que prefiere Caballo de Troya, yo prefiero La rebelión de Lucifer, que leí hace ya bastante tiempo, no por adhesión o rechazo o creencias religiosas sino por la calidad de la aventura descrita.

En primer lugar, presentarme. Mi nombre es Juan José Infante, sevillano y hombre muy normal…

Durante mi vida las desgracias se han cebado especialmente conmigo…

No he podido resistir la tentación de comunicarme directamente con usted después de haber leído una entrevista que concedió a El Mundo Salud en la que le preguntaban si creía en la existencia después de la muerte y sobre las pruebas que tiene.

No hace todavía un año que perdí a mi hija por una sepsis estreptocócica, de forma repentina. Pasó de estar muy sana a irse de mi vida en tan sólo diez días. Como podrá suponer, el sentido de mi vida ha desaparecido, y me limito a respirar…

El 13 de diciembre de 2002 nació mi hijo Alejandro. Alba tenía cinco años…

Cuando murió, en el féretro depositamos una muñeca muy conocida: la Barbie Rapunzel. Portaba en su vestido grandes cantidades de purpurina tornasolada (color salmón). Cuál fue mi sorpresa cuando, sorprendentemente, comenzó a aparecer en el rostro de su hermano Alejandro, primero, y en los nuestros, después, la referida purpurina. Aparecía tres o cuatro días y después desaparecía. Al cabo de una o dos semanas volvía a aparecer en las mismas condiciones y con la misma frecuencia. Como podrá suponer, a mi hija Alba le encantaba la citada muñeca…

Intentamos permanecer fríos ante los acontecimientos y limpiamos minuciosamente toda la casa, en profundidad, pensando que al ser un material tan poco pesado podría moverse con el aire. Pero después de esto siguió ocurriendo… Y lo más asombroso es que sólo aparecía una purpurina. Si yo intentara llevar a cabo la operación, depositándolas de una en una, no lo conseguiría. Debido a su pequeñez, siempre depositaría más de una. Y el misterio fue extendiéndose a otras personas de la familia.

He de decirle que el fenómeno desapareció cuarenta y cinco días después del nacimiento de mi otro hijo, Samuel, nacido el 5 de enero de 2004. Había transcurrido casi un año desde el fallecimiento de Alba.

Me gustaría saber, según usted y sus experiencias, si cree en la inmortalidad del hombre… ¿Cree que ella ha vuelto? ¿Es cierto que permanecen siempre junto a nosotros?

Si es posible me gustaría que razonara su reflexión…

Atentamente.

La muñeca Barbie Rapunzel.

¡Dios santo!

¡Habían pasado nueve años!

Localicé a Infante y, amabilísimo, a pesar del tiempo transcurrido, accedió a la entrevista.

Nos reunimos con él y con Luisa, su esposa, en un hotel de Sevilla.

Juanjo Infante y Luisa. (Foto: Blanca).

Confirmaron lo expuesto en la carta y añadieron otros datos.

He aquí una síntesis de la larga conversación.

—Nuestra hija —manifestó Juanjo— sentía gran cariño por aquella muñeca. Por eso la enterramos con la Barbie.

—Alba murió el 15 de febrero de 2003. ¿Cuándo se produjo la presencia de la primera purpurina?

—El 1 de mayo de ese año —intervino Luisa—, el Día de la Madre. Apareció en mi cara.

—¿Acostumbras a maquillarte?

—No. Después la vimos en el capazo del niño. Fue ese mismo día.

—Y apareció igualmente —añadió Juanjo— en la cara del bebé. Y seguimos viéndola en la ropa y en otras personas…

—Fue asombroso —terció Luisa—. Bañaba a Alejandro y, tras secarlo, se presentaba la purpurina.

—¿También en la cara?

—¡En todo el cuerpo!

Alba y su madre, Luisa. (Gentileza de la familia).

—¿De qué color era la purpurina?

—Igual que la de la Barbie: salmón.

—¿Cuánto tiempo se prolongó el fenómeno?

—Unos diez meses. Aparecía y desaparecía.

—¿Era habitual que Alba llevara purpurina en la ropa?

—Siempre —comentó la madre—. Estaba todo el día con la Barbie…

Nueve meses después de la muerte de Alba, Luisa vivió un sueño que la dejó perpleja:

—Fue en noviembre de 2003. Estaba embarazada de Samuel. Ese día llovía. Me sentí cansada y decidí acostarme un rato. Serían las cuatro de la tarde. Y caí en un profundo sueño. Y tuve una ensoñación… Estábamos en casa. Se celebraba una fiesta. La casa era muy grande, con habitaciones amplias.

Luisa hizo un inciso.

—Obviamente no era mi casa. Mi apartamento es más pequeño…

Y prosiguió con el sueño, propiamente dicho:

—Había mucha gente. Todos estaban muy contentos. Es por ello que deduje que se celebraba una fiesta.

—¿Conocías a los asistentes?

—Eso también fue raro. Sólo a mis padres y a Juanjo, mi marido.

—¿Y el resto?

—Ni idea. Juanjo tocaba la guitarra en una habitación. Era la primera vez que lo hacía desde la muerte de Alba. Yo me encontraba en el salón-comedor, atendiendo a otras personas. La puerta de la casa estaba abierta de par en par. Entonces, de repente, entró mi hija. En el sueño sabía que Alba ya no se encontraba entre nosotros… Y percibí que mi familia y el resto de los invitados también sabían de la pérdida de nuestra hija… Lo supe por sus caras de sorpresa… Lo dejé todo y corrí hacia ella… Lloraba y gritaba su nombre… La casa era inmensa. No la alcanzaba nunca…

—¿Qué aspecto presentaba Alba?

—Su cuerpo había crecido de acuerdo al tiempo transcurrido en la realidad.

—Habían pasado nueve meses…

—Sí. La vi más alta, con el pelo largo, más esbelta…

—¿Había cambiado el tono de la voz?

—Sí.

—¿Cómo era la ropa?

—Vestía un jersey de lana, una falda beige y unas botas marrones por debajo de las rodillas… ¡Preciosa!

—¿Era la utilizada habitualmente por Alba?

—No. Su rostro tenía una claridad y una paz inmensas. La gente se apartaba a mi paso y, al fin, llegué hasta ella. Me arrodillé y abracé sus piernas, al tiempo que le decía, llorando: «¡Alba, mi vida! ¿Dónde has estado? ¡No te vayas más! ¡Quédate aquí, conmigo, cariño mío! ¡Quédate!». Y ella respondió: «Pero mami, si no me he ido nunca… Yo estoy haciendo un viaje». Y me cogió la cara.

—¿Un viaje? ¿Eso te dijo?

—Sí, estaba haciendo un viaje. Yo la agarraba con fuerza, tratando de que no volviera a escapar. Y, de pronto, desperté. Para mi desgracia, todo fue un sueño. Salí de la habitación y pregunté a Juanjo y a mis padres por la niña… Entonces volví a la cruda realidad. Ella no estaba. Su olor, sin embargo, se había quedado en mí.

—¿Su olor?

—Me olían los brazos. ¡Era su olor! También notaba el calor de su cuerpo. La impresión fue tal que me desmayé.

—¿Se ha repetido el sueño?

—Nunca más he vuelto a soñar con Alba.

—¿Y qué opinas del sueño?

—Sé que ese día estuvo conmigo…

—¿Creéis que la niña sigue viva?

Ambos respondieron afirmativamente, y con total seguridad.

Esa noche, al concluir la reunión con el matrimonio Infante, sucedió algo no menos sorprendente.

Fue Juanjo quien se percató de ello.

¡En el rostro de Blanca, que asistía a la conversación, aparecieron algunos puntos brillantes, color salmón!

Purpurina color salmón. (Foto: Blanca).

¡Era purpurina!

Quedamos perplejos.

Y Luisa recordó:

—Hoy, 15 de febrero, se cumple el décimo aniversario de la muerte de Alba.

No fueron necesarios más comentarios.

Al día siguiente, 16 de febrero de 2013, ya de regreso a «Abbā», a eso de las diez de la noche, los puntos brillantes se presentaron de nuevo en la cara y en la ropa de Blanca. Eran también de color salmón (!).

¡Era purpurina!

No supimos explicarlo.

Pura magia…

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