El 29 de agosto de 2012 será difícil de olvidar…

Por la mañana visitamos La Esperanza, una antigua salina ubicada en Puerto Real (Cádiz), muy cerca del hospital donde fui operado a corazón abierto en 2002.

Nos acompañaba Alejandro Pérez Hurtado, profesor de la universidad y, probablemente, el español que más sabe de salinas.

Allí supe de un nuevo caso ovni, protagonizado por uno de los guardas.

Sucedió el 27 de julio de 2002, hacia las tres de la madrugada.

Un objeto silencioso, con forma de disco, se detuvo sobre la vertical del vigilante.

Era un disco con luces de colores a su alrededor —manifestó el testigo—. Giraba sobre sí mismo… Al cabo de un rato se alejó.

Y lo hizo, al parecer, en dirección a Cádiz.

Cinco horas después, como expliqué, yo era intervenido en el hospital Puerta del Mar.

Por la tarde de ese 29 de agosto llevé a Blanca al aeropuerto de Jerez. Tenía que volar a Bilbao.

Regresé a «Ab-bā» y, tras cenar algo, fui a sentarme en mi butacón favorito.

«Qué extraño —pensé—. Esa nave fue vista en las proximidades de Cádiz, y en la fecha de la operación…».

Y tuve un presentimiento.

Cuaderno de campo de J. J. Benítez. Caso La Esperanza.

«¿Podían ser “ellos”? Si era así, obviamente estaban al tanto…».

Prendí el televisor —sin sonido— y continué batiendo los pensamientos…

Fue entonces, a las diez de la noche, cuando vi «aquello».

El salón se hallaba tenuemente iluminado por la luz de la cocina, muy próxima, y por los destellos de la pantalla del televisor.

Lo vi pasar por mi derecha.

Se deslizaba a ras del suelo.

Podía estar a seis metros…

Era una sombra (?), similar a un balón de rugby.

Pensé en un gato…

Y desapareció entre los muebles.

Me levanté, rápido.

Quizá había dejado alguna puerta abierta…

Prendí la luz y examiné el lugar.

Negativo.

Allí no había nada.

Me dirigí a la cocina y a la puerta de entrada. Todo aparecía cerrado.

Ningún gato pudo haberse colado.

Pero yo había visto algo…

Y, receloso, volví a sentarme en el butacón.

Olvidé las luces…

Me levanté de nuevo y las apagué.

Regresé a mi lugar e intenté racionalizar lo ocurrido.

Yo había visto algo negro y pequeño. Corría por el suelo.

No tuve tiempo de seguir analizando aquel aparente absurdo.

Entonces la vi (o creí verla).

El corazón se detuvo.

Se hallaba muy cerca, a cosa de seis o siete metros.

Me miraba…

Sentí un súbito e intenso frío.

Flotaba o era muy alta. O ambas cosas…

Entonces sonrió y alargó los brazos hacia mí, como si quisiera abrazarme.

Y comenzó a avanzar…

Se deslizaba por encima de los muebles.

Seguía con los brazos extendidos.

Seguía con aquella sonrisa…

Vestía una larga túnica o camisón blanco.

No tuve duda: ¡era la Siciliana!… Mi supuesta madre…

No sé de dónde saqué las fuerzas.

Salté del butacón y corrí hacia el dormitorio.

Me encerré y esperé, aterrorizado.

No pasó nada más.

Por supuesto, no dormí en toda la noche.

Al día siguiente recibí la noticia: la Siciliana había sido ingresada en un hospital de Pamplona dos días antes, el 27 de agosto. Su estado era «especialmente delicado», según los médicos.

La Siciliana.

Mi supuesta madre falleció algún tiempo después.

1. Aparece una sombra a ras del suelo. 2. Visión de la Siciliana. 3. Avanza hacia el testigo. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Pactos y señales
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