Hoy, cuarenta y un años después, sonrío para mis adentros.
En aquel tiempo no comprendía y, lo que era peor, me asustaba…
Haré un poco de historia.
Inicié las investigaciones ovni en 1972, en La Gaceta del Norte, en Bilbao (España). Esto lo he comentado muchas veces. Lo que no he dicho nunca es que, poco antes del inicio, viví una experiencia difícil de clasificar.
Una noche de mayo, al regresar del periódico, me ocurrió algo que, en esa época, no supe explicar. Una «fuerza» desconocida me impulsó a bajar a la calle y disparar la cámara fotográfica hacia el cielo. Me pareció ridículo, pero obedecí. Al revelar la diapositiva apareció una enorme bola luminosa que yo no vi, por supuesto. La examiné con lupa. No era la luna. Se hallaba cerca de la terraza del edificio. Las ventanas del último piso me sirvieron de referencia. Yo vivía entonces en ese bloque de viviendas, en la calle Particular de Alzola.
Guardé la imagen y no dije nada[40]. No me atreví.
Fue una señal, pero lo supe muchos años después…
En aquel tiempo, mis preocupaciones eran otras. Vivía en un pequeño piso, en la referida calle de Particular de Alzola. Me costaba acostumbrarme al ruido y al bullicio de la ciudad. Y empecé a pensar en la posibilidad de mudarme a un lugar más tranquilo, lejos de la metrópoli. Pero sólo era un sueño…[41]

Esfera luminosa sobre la casa de J. J. Benítez, en Bilbao. Mayo de 1972. El periodista siguió una orden interior, bajó a la calle y disparó hacia lo alto. «Allí no había nada». Al revelar la película se encontró con la sorpresa.

Reconstrucción de la extraña esfera luminosa fotografiada sobre la ciudad de Bilbao en 1972. Cuaderno de campo de J. J. Benítez.

Negurigane, en Lejona (Vizcaya, España). (Foto: Gras).
Y pasaron los años.
Nació mi hijo Iván. Después llegaron Satcha y Lara.
Y lo que, en un principio, sólo había sido un bello sueño terminó convirtiéndose en una obsesión. Era preciso cambiar de vivienda. Ya no cabíamos…
Busqué y busqué. Fue inútil. No daba con lo que necesitaba.
Hoy sé que conviene ser paciente en la vida. Todo está delicada y minuciosamente diseñado. Todo se gana en su momento, y según lo «contratado»…
Y un día se presentó el año 1976.
Recuerdo que recibí una llamada telefónica.
Alguien, en Lejona, había visto ovnis.
Y volé hacia la pequeña población, situada a veinte kilómetros de Bilbao.
En una urbanización llamada Negurigane (Camino de Neguri, en vasco), un total de nueve vecinos habían observado las evoluciones de dos objetos volantes no identificados.
Recorrí la urbanización. Conversé con los testigos y puse de pie la investigación: dos objetos discoidales, brillantes, y con una especie de cúpula en lo alto, permanecieron por espacio de una hora frente a los atónitos observadores. Los ovnis fueron vistos, incluso, con un potente telescopio. El avistamiento tuvo lugar el 13 de enero.
Y sucedió algo asombroso.
El caso me interesó, por supuesto, aunque era uno más…
Lo que me dejó perplejo fue la urbanización, y lo que ocurrió a continuación.

Caso ovni publicado en La Gaceta del Norte el 5 de febrero de 1976. (Archivo de J. J. Benítez).

Cuaderno de campo de J. J. Benítez. Dibujo de los testigos.
¡Era el lugar que buscaba desde hacía cuatro años!
Se trataba de una zona apacible, aislada sobre una pequeña colina, y relativamente cerca del periódico.
Pues bien, al interrogar a los últimos testigos —un matrimonio norteamericano—, hice una pregunta que no tenía nada que ver con la investigación ovni:
—¿Saben si se vende algún piso en la urbanización?
Lona y Lerry Lucas se miraron, desconcertados.
Me arrepentí al momento.
Y el ingeniero nuclear comentó, perplejo:
—Sí, se vende uno… El nuestro… ¿Cómo lo ha sabido?

Cuaderno de campo de J. J. Benítez, con anotaciones sobre el caso ovni registrado desde Negurigane. «Las naves eran como el yelmo de Don Quijote», dijeron los testigos.
Terminado su trabajo en la central nuclear de Lemoniz, el ingeniero y su esposa decidieron regresar a USA. Acababan de decidirlo. Ni siquiera habían puesto el piso en venta. No lo dudé.
Y me fui a vivir a Negurigane. Allí pasaría diez años.
Lo sé: alguien, complacido, sonrió desde lo alto…