La experiencia de Charo Camacho me pareció desconcertante.

Al leer su primera carta recibí un flash.

He aquí una síntesis de la misiva, enviada desde Suiza el 10 de abril de 2013:

… Estimado señor Benítez:

Imagino que debo ser de las últimas personas que me dirijo a usted para comentarle que he terminado de leer el noveno Caballo de Troya… Fue mi regalo de Navidad… Lo he leído muy lentamente, para disfrutarlo más… Me ha llenado de alegría e ilusión… He pasado momentos maravillosos. La emoción me mueve a escribirle.

Le mentiría si le dijera que desde el principio he seguido Caballo de Troya. No tenía idea de su existencia hasta el 13 de septiembre de 2002, cuando el misterio rodeó la llegada a mi vida de sus libros. Sí, como suena…

Hasta aquel día yo llevaba cinco años sin hablarme con Dios. No porque fuera atea. Todo lo contrario. Había puesto tanta fe en Él, en asuntos difíciles, que estoy segura que a usted mismo le hubiera parecido injusto todo lo que viví… Así que todo aquel barullo de acontecimientos nefastos que era mi vida me hizo pensar que Dios no me amaba como yo a Él… Y opté por lo que en aquellos momentos me parecía lo más apropiado: «Si Él no me ama, yo tampoco».

Aquel día andaba muy ocupada, reponiendo plantas en los supermercados de Chipiona (Cádiz) que con tanto veraneante se habían quedado sin nada.

Justo cuando estaba cogiendo unas cuantas plantas, y con las manos ocupadas, oí detrás de mí una voz de mujer que me decía:

—¿A qué está esperando?

Al girarme vi a una mujer sonriente, a la que no conocía (rarísimo pues por aquella zona yo conocía a todo el mundo). Y la señora continuó:

—¿Cuándo vas a leer Caballo de Troya?

No supe qué decir. No sabía qué era eso. Nada de nada… Sólo sabía que si soltaba las plantas se me iban a caer y menuda se podía liar…

Así que, sin querer ofender, le dije:

—Espere usted un momentito que suelto las plantas y me dice qué es Caballo de Troya. ¿Vale?

Cuando dejé las plantas en el súper y regresé, ya no estaba… No habían pasado ni dos minutos… La busqué con la mirada, pero nada…

Recuerdo que cuando iba para mi casa seguía oyendo su voz. Y repetía, sin cesar: Caballo de Troya.

Sabía que no había sido una alucinación.

Así que cuando llegué a casa pregunté a mi marido si sabía qué era Caballo de Troya… Él recordó que era un libro que salió a la venta en los tiempos del instituto… Y que tuvo mucho éxito… Ni idea… Así que le conté lo que me había pasado y me dijo:

—Eso es un mensaje de tu Destino.

Aquella misma tarde me planté en la librería… Menuda cara se me quedó cuando vi que se habían editado seis tomos… ¿Dónde había estado yo?…

Ese día compré el primer libro y no he parado hasta ahora (con los años de pausa que usted nos ha dado).

Con el tiempo he comprendido que sus libros han llegado a mi vida cuando tenía que ser.

Pude comprobar que muchas de las personas que admiro habían leído y tenían Caballo de Troya en sus casas. ¿Cómo no lo vi antes?

Charo. (Gentileza de la familia).

Le he contado todo esto porque soy una persona nueva, sin miedos, ilusionada y fuerte… Llevo el nombre de Jesús de Nazaret no sólo en mis palabras, sino en mis gestos, en mis actos y en mis pensamientos…

En aquel camino de pesares encontré Caballo de Troya y fue la llave para abrir de nuevo la fe y amar a Dios como Él quería. Por todo ello quiero darle las gracias, que es una palabra que uso muchísimo desde que sus libros iluminaron mi vida.

Cuando solicité más datos sobre la misteriosa mujer que le habló de Caballo de Troya, Charo contestó lo siguiente:

Estimado amigo:

Cuando escribí mi anterior carta imaginaba que su secretaria le pasaría nota de ello y ya está[144]. Siempre he creído que los escritores sólo tienen tiempo para ordenar las ideas y escribir y escribir… Así que figúrese mi sorpresa al recibir su carta y, además, dirigiéndose a mí con el nombre que sólo usa mi madre, mis hermanos y mis amigos de la infancia…

Creo que para que comprenda por qué le di importancia a las palabras de aquella desconocida debo decirle algo más. Sé el día que ocurrió porque tengo la costumbre, cada vez que empiezo un libro o un dietario, de escribir una oración o un «escrito de sentimiento», como a mí me gusta llamarlo… Y en el primer Caballo de Troya escribí lo siguiente: «Comienzo a leerlo el día 16 de septiembre de 2002. Comencé a leerlo porque una misteriosa mujer, el día 13 de septiembre de 2002, me abordó en medio de la calle para reprenderme porque no lo hubiera leído todavía… Fue tal la intriga que no lo dudé».

Así que, tal y como escribí en su día, fue el 13 de septiembre de 2002 cuando aquella señora se me acercó. Y la llamo misteriosa porque nunca la había visto; cosa rarísima en mí, pues suelo quedarme con las caras de las personas y sé ponerle fecha y lugar aunque hayan pasado veinte años. Además siempre realicé trabajos para el público y conozco a muchísimas personas en Sanlúcar, Chipiona, Rota…, lugares por donde había trabajado. Estoy segura de que no la conocía.

Su aspecto, aunque el sol me daba en los ojos, no lo he olvidado.

Color de pelo oscuro. Media melena. Alta. Piel suave. Dientes rectos y boca grande. Ojos grandes. Constitución delgada.

Creo recordar que llevaba falda o vestido…

Recuerdo la luz de su piel, pero lo achaco al sol…

El lugar exacto del encuentro fue en la calle, justo donde solía aparcar (encima de la acera) para trasladar las plantas al supermercado El Gato, en Chipiona, cerca del santuario de Regla.

Lo que sí pensé (hasta el quinto Caballo de Troya) es que aquella mujer conocía mi triste historia e intentó ayudarme. Quizá fue su manera de solidarizarse conmigo. Quizá había leído los Caballos… Pero, a partir del quinto Caballo, me entraron las dudas. ¿Fue un ángel? ¿Me avisaba de que no podía seguir así?

Tengo la sensación de que no se ha ido y de que me observa… Quizá algún día vuelva a verla.

En fin, sea un ángel o no, o una lectora de sus libros, aquella mujer apareció en mi vida en el momento justo. A lo mejor a Dios le gusta tenerme como amiga, más que como enemiga. Miro fotos de aquella época y tengo la mirada perdida… Ahora es diferente.

Aquel «encuentro», para mí, fue mágico y esclarecedor. Me gusta saber que usted forma parte de ello. Por eso, amigo, debe sentirse feliz… Su mensaje es renovador y lleno de amor.

NOTA.

Después de escribir esta carta quise saber algo más de usted y me fui a Internet…, y vi la parte donde cuenta que cuando era un niño vivió una experiencia parecida a la que yo tuve… Mi madre me dijo que sólo eran tonterías y nunca más lo conté.

Tendría diez años y ya en la cama me despertó una luz inmensa que entraba por la ventana. Como soy curiosa fui a ver. Delante de la casa, en el descampado del viejo peral, había mucho humo. Era un humo luminoso. Y empecé a sentir nerviosismo… Vi una figura oscura… A diferencia de usted, yo corrí a mi cama, muerta de miedo. Y cerré los ojos… Sentí cómo entraba en la habitación (que compartía con mis abuelos) y cómo se acercaba. Lo sentía, mirándome. Y acarició mi cabeza. Calculo que fueron unos veinte minutos. Sé que no fue un sueño…

Insistí de nuevo y Charo, paciente, respondió a mi carta, proporcionando más detalles sobre la misteriosa mujer. El 6 de mayo (2013) recibía la siguiente información:

… En el momento que giré y me encontré con la mujer, yo llevaba en cada mano una bandeja de plantas mixtas…

… Eran las doce del mediodía…

… Justo al oír la voz fue cuando giré…

… Usted sabe que las personas curiosas tenemos la manía de fijarnos en ciertas cosas. Pues bien, su cabello era oscuro y moldeado (sin ser de peluquería). Yo diría que no había sido secado con secador. Ni muy rizado ni muy liso.

Escrito de Charo tras la lectura del Caballo de Troya.

… Los dientes eran blancos y alineados (siempre me fijo en eso).

… El color de los ojos era como el de mi madre: miel verdoso. Esos que en la oscuridad son marrones y con la luz se vuelven verdes.

… No iba maquillada. Los labios eran rosados (sin estar pintados).

… Le calculé cincuenta años (bien llevados). Me llamó la atención que no tuviera arrugas, papada o canas.

… No tenía lunares o pecas, cosa típica de las mujeres de mi tierra.

… Tampoco vi pendientes, anillos, pulseras o colgantes.

… Otra cosa rarísima: su traje era azul (tipo azulina), de media manga, recto, y con sandalias. En mi tierra jamás te pondrías un vestido así con sandalias. Por eso pensé que no era de allí.

… No tenía acento extranjero, pero tampoco usaba la jerga de Chipiona, ni la de Sevilla, Sanlúcar o Jerez. No era andaluz cerrado, ni de la costa, ni serrano.

… No estaba bronceada, pero tampoco pálida.

… Cuando salí del supermercado, y no la vi, miré a todas partes. ¿Cómo pudo desaparecer tan rápidamente?

… Cuando me senté en la parte de atrás de la furgoneta, intentando asimilar lo ocurrido, me di cuenta que el perrito que siempre me ladraba (en la casa frente a la que aparcaba) se hallaba en silencio.

… Yo conocía a todos los vecinos de la calle. Aquella mujer no vivía allí.

… Así que agarré mi libreta de pedidos y en la contraportada de cartón escribí: «CABALLO DE TROYA».

Y el flash regresó una y otra vez. En él vi a Ricky…[145]

Pero desestimé la «visión».

Pactos y señales
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