El 7 de enero de 2014 recibí una carta que me sorprendió y me emocionó, a partes iguales. La firmaba Alfonso V. Teruel.

Decía, entre otras cosas:

Apreciado señor Benítez:

Hace pocos días terminé de leer el último tomo de Caballo de Troya.

No es el motivo de esta carta felicitarle por la obra.

Primero me presentaré.

Me llamo Alfonso. Soy camionero (en paro desde hace tres años). No importa: «confío».

El principal motivo de escribirle es darle las gracias, sobre todo por este último libro, que me ha hecho sentir emociones que no he tenido con ningún otro libro de los que he leído. Ninguno me había hecho llorar de emoción (la curación del niño al principio de la novela y, sobre todo, el final, cuando describe el milagro de la curación colectiva…).

Pero quiero contarle algo que me sucedió con el Caballo de Troya 2.

Lo leí hace muchos años (en las fechas en las que se publicaban en el Círculo de Lectores). Yo, entonces, trabajaba para una empresa de Barcelona.

Durante las tediosas esperas en las operaciones de carga y descarga pasaba el tiempo leyendo.

Me reclinaba en el asiento, con los pies en el volante y lo más cómodo que permitía la cabina…

Y así leía.

Un día, cuando estaba en esas, me quedé dormido. Fue después de comer. Pudo más la siesta que la afición.

Y tuve un sueño. ¿O no fue un sueño? Yo prefiero pensar esto último…

De pronto, en el asiento del acompañante, había una persona, sentada, mirándome.

Y, sin hablar, no hacía falta, me transmitió una paz que no puedo describir. Fue una sensación de bienestar que no he vuelto a sentir en mi vida…

Nos miramos a los ojos un momento. Después, al despertar, ya no estaba.

Nadie había abierto la puerta. El seguro estaba echado.

Puede que fuera un sueño, como le digo, o una escena inducida por la lectura, una casualidad, aunque sé también que nada ocurre por casualidad, pero no quiero pensar eso. Lo que creo es lo siguiente: lo imaginé y me dejó verle. Creo que no hace falta que le explique más…

Alfonso, con su hija. (Gentileza de la familia).

No me gustaría ponerme pesado. Le doy las gracias por esta obra que, supongo, al igual que a mí, a otras muchas personas les ha tocado el alma.

Sepa que en mi modesta condición de desempleado cuenta usted con mi admiración y, si lo desea, con mi amistad.

Me interesé por el «sueño», naturalmente, y, al poco, Alfonso aportó nuevos detalles.

He aquí, en síntesis, la segunda carta:

… Me ha sorprendido, gratamente, la prontitud de su respuesta.

Llevo dos días intentando recordar un sueño que no se puede olvidar (cada uno a su oficio), y no sé por dónde empezar.

Esto fue lo que ocurrió alrededor de 1995, más o menos (no recuerdo el año exacto). Sé que fue poco antes del verano (mayo o junio tal vez). Hacía calor, pero no demasiado. Me quedé dormido con el Caballo en las manos. Sentía una sana envidia del mayor y de las gentes que conocieron al Maestro. Estaba pensando que el mayor describe a Jesús con el rostro un poco redondeado y casi todas las imágenes que tenemos de Él le dedican un rostro más bien alargado.

Ya dormido noté una presencia. Giré la cabeza a la derecha y le vi en el asiento del acompañante.

Vi un rostro normal, proporcionado, no recuerdo que llevara barba. Cada rasgo transmitía confianza. Tenía el pelo castaño oscuro, por debajo de los hombros y algo ondulado.

Vestía una túnica blanca, como de lino, de manga corta.

Era un poco más alto que yo. Calculé sobre el 1,80 o 1,85 m.

Le miré a los ojos, marrones claros, y hablé con Él sin abrir la boca.

Le dije:

—¿Eres tú?

Sonrió y me contestó:

—Sí, soy yo…

También me dijo que no sintiera envidia porque Él está en todas las épocas, y que no me preocupara.

Una paz empezó a invadir mi alma, y sentí una enorme tranquilidad. Fueron unos sentimientos tan fuertes… Ni los había tenido antes ni los he vuelto a sentir después. Y disfruté del momento, hasta que desperté al poco rato. Ese sentimiento de paz me duró dos o tres días…

En aquella época trabajaba para C. Transmar, ya cerrada hace años.

Llevaba un Volvo azul, con rayas naranjas en los costados: un F-12 (385), matrícula B-2012-IF, con un semirremolque de tres ejes y doble rueda.

El «sueño» (?) lo tuve en el polígono industrial de Gavà, en Barcelona. La nave en la que estaba era de un almacenista de alimentación, también cerrada, situada casi enfrente de la estación de tren. Hacía la ruta de Barcelona a Cádiz y estuve casi doce años en esa empresa.

En algunas ocasiones, en el taller, cuando arrancaba el motor, venía algún mecánico y me decía: «Qué bien suena». En otras ocasiones, al parar, otros camioneros decían lo mismo, sin conocerme: «Qué bien suena ese motor». Creo que el Jefe dejó huella hasta en el vehículo. Supongo que estará desguazado. Me da pena pensarlo…

Sólo fue un sueño, señor Benítez, pero demasiado hermoso para olvidarlo. ¿O tal vez no? Cada uno que piense lo que quiera, pero yo me quedo con la versión que más me gusta…

Yo también creo que no fue un sueño, aunque aparezca «disfrazado» de sueño…

Como decía el bueno y sabio de Rafael Vite: «Lo imposible es lo bello».

Pactos y señales
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