La señal proporcionada por el Padre Azul a Rufino Ortiz, en mi opinión, es químicamente pura y difícil de superar. Me explico.

Aquel viaje a USA fue especialmente provechoso desde el punto de vista profesional.

Tras concluir la investigación del caso Pittsburgh, sobre «resucitados»[128], regresamos a Miami.

Lo mejor, sin embargo, estaba por llegar…

El lunes, 23 de febrero de 2004, despegamos de Miami, rumbo a Madrid. Volvíamos a casa, a Barbate.

Según mi cuaderno de campo, el vuelo 68, de American Airlines, despegó a las 19 horas, 7 minutos y 32 segundos. El vuelo tuvo una duración de ocho horas. Aterrizaje en Madrid (Barajas) a las 9 horas y 40 minutos del martes, 24.

Estaba rendido (nunca duermo en los aviones) pero, al llegar al control de pasaportes, pregunté al funcionario por Rufino Ortiz, un guardia civil que prestaba servicio en dicho aeropuerto y que me había ayudado en algunas indagaciones. En esos momentos no supe por qué lo hacía. Sólo pretendía saludarle… Ahora sé por qué lo hice.

El policía llamó a Rufino, pero no respondió.

Probablemente, no estaba de servicio.

Y lo dejé para otra ocasión. Ya le vería…

Visado a Estados Unidos de J. J. Benítez: 13 de febrero de 2004. No hay registro o sello de entrada en Barajas.

A las doce embarcamos en el AVE, rumbo a Sevilla. Desde allí, en coche, a «Ab-bā».

Meses más tarde, cuando el Destino lo estimó conveniente, volví a ver a mi amigo Ortiz.

Y contó algo que me dejó pasmado.

Le rogué que lo escribiera, con detalle, y así lo hizo.

He aquí la asombrosa experiencia:

En la noche del día 23 de febrero de 2004, alrededor de las 11.30, mi mujer y mi hija ya se habían acostado y yo estaba terminando de ver una aburrida programación de televisión.

Me disponía a acostarme. Al día siguiente tenía que madrugar para ir a trabajar. Pero, cuando me disponía a hacerlo, un impulso me llevó a la sala de estar para buscar un libro de temática ovni.

Cogí el primero que me pareció, de J. J. Benítez. El título: Mi Dios favorito.

Con el libro en la mano volví al salón y empecé a pasar páginas, leyendo algunas, casi sin ganas, o, mejor dicho, las leía por encima, pues la idea era irme a dormir.

De pronto me paro en la página 46, donde leo:

«Tengo un secreto…

Un día aprendí, al fin, que a Dios no hay que pedirle nada material. ¡Nada! Él es, sobre todo, AMOR (con mayúsculas) y Él sabe lo que precisamos antes de que abramos los labios. Ésa es otra de sus maravillosas “virtudes”. Al Jefe sólo hay que pedirle INFORMACIÓN. RESPUESTAS. Ése es mi secreto. Y puedo garantizarle que siempre responde. Haga la prueba».

Terminado de leer esto me quedé tocado, no sé por qué.

Este libro lo he leído mil veces y no había tenido en ninguna ocasión la idea de hacer lo que hice a continuación.

Sentía dentro de mí, en esos momentos (después de la lectura), una paz interior… Estaba contento de pronto. No sabría cómo explicarlo.

El caso es que empecé a hablar con Dios (mentalmente), como si fuera un padre, como un amigo… Y casi de forma divertida le propuse —de tú a tú— UNA PRUEBA. Le pedí que me diera una RESPUESTA.

Texto leído por Rufino Ortiz en Mi Dios favorito (página 46) y que dio lugar a la petición de la señal.

El que me conoce sabe que vivo mi vida terrenal como cualquier otro humano, pero mi mente o mi espíritu están en constante búsqueda de la VERDAD. No me conformo con lo que veo, con lo que oigo, con lo que toco, no. Necesito buscar, saber, evolucionar, saber mi origen y mi destino, avanzar con el resto de la humanidad en la búsqueda de Dios, nuestro Creador.

Y en esto estaba cuando, como decía antes, le dije a Dios: «Si realmente existes, como así creo, si Jesucristo es tu Hijo, que vino a la Tierra hace más de dos mil años, y si es cierta mi búsqueda de ti, de la forma que lo hago, si J. J. Benítez tiene razón en la forma de entenderte, y así es como te entiendo también, dame una prueba y ésta es: que mañana, día 24 de febrero de 2004, se presente J. J. Benítez en el aeropuerto y hable conmigo, referente a sus investigaciones».

Debo reconocer que cuando hice esta proposición a Dios, como si de un amigo se tratara, sé que lo que le pedía era casi imposible. Lo hice como un reto.

Me metí en la cama y le di vueltas al asunto.

Yo sabía que no iba a ocurrir nada y empezó a parecerme todo una tontería, una de mis «locuras». Pero, por otro lado, pensaba: «¿Y si ocurriese que el investigador J. J. aparece por el aeropuerto?». Habían transcurrido siete meses desde la última vez que le vi, cuando me pidió ayuda para una investigación sobre unos sucesos registrados en el aeropuerto de Barajas en 1987. Si se presentaba al día siguiente, para mí significaría la RESPUESTA DE DIOS a mi pregunta, y seguro que en esos momentos me produciría una gran zozobra o un shock, al mismo tiempo que una gran alegría.

Llegó el día y pasó sin tener noticias (como era de esperar).

Y comprendí que era lo lógico.

No comenté nada a nadie. ¿A quién le podía comentar semejante locura?

Hoy, día 25 de febrero, me entero por un compañero llamado Ismael que ayer, día 24, J. J. Benítez vino de Miami y habló con él. Ismael preguntó por mí, pues yo estaba de servicio, aunque no me encontraba en ese momento en la aduana. Preguntó por mí porque Ismael estaba presente el día que J. J. y su mujer, Blanca, me pidieron ayuda para una investigación.

Cuando este compañero me comunica que en el día de ayer Juan José Benítez estuvo en la aduana 1 del aeropuerto, él era ajeno al vuelco que me dio el corazón. Disimulé como pude, alejándome de la aduana, y dirigiéndome a nuestra oficina, busqué la soledad para poder dar rienda suelta a las lágrimas y a un llanto ahogado.

¡ÉSTA ERA LA PRUEBA QUE HABÍA PEDIDO A DIOS!…

No tengo palabras ¡Dios!, no tengo palabras. Me has dado la prueba que te pedí, pero SIN ASUSTARME. Has dejado pasar un día para que no la tomara de sopetón.

¡Dios, mi Dios, mi Padre, mi Amigo, GRACIAS, MUCHAS GRACIAS. GUÍAME!

Madrid, 27 de febrero de 2004.

Rufino Ortiz (derecha) e Ismael Álvarez. (Gentileza de Rufino Ortiz).

El Padre Azul, definitivamente, es tan amoroso como prudente.

Si Rufino Ortiz hubiera respondido al teléfono esa mañana del 24, martes, la impresión hubiera sido peligrosa…

Pactos y señales
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