Esta nueva y asombrosa aventura dio comienzo el 13 de marzo de 2012.

Ese día recibí una carta, firmada por dos queridos compañeros de clase.

Decía así:

Pamplona, 10 de marzo de 2012

Estimado amigo y compañero:

Cuando hace veinticinco años nos reunimos decíamos que hacía mucho tiempo desde que habíamos dejado el colegio Santa María la Real. Han pasado otros veinticinco y de nuevo os volvemos a convocar para celebrar en Pamplona un encuentro de hermandad y amistad, en el que podremos nuevamente confraternizar, rememorar tiempos pasados, y, por qué no decirlo, recordar a aquellos compañeros que desgraciadamente ya no están entre nosotros…

La fecha de la celebración es el próximo 5 de mayo. El programa es el siguiente:

12 horas: Misa en el colegio Santa María la Real, c/Sangüesa, Pamplona.

14 horas: comida de hermandad en el restaurante San Ignacio, avda. San Ignacio, 4, Pamplona.

A fin de poder efectuar la reserva en el restaurante, necesitamos conocer el número de asistentes, por lo que rogamos nos confirmes tu asistencia mediante un correo electrónico o una llamada telefónica.

Lorenzo Guíndano y Joaquín Ibarra.

La convocatoria me llenó de sorpresa. ¡Habían pasado cincuenta años!

Pero también llegaron las dudas…

Todos hemos cambiado.

Esa clase de reuniones me entristece…

Hablé con Joaquín Ibarra y me dio detalles.

Y en la conversación salió el tema de los compañeros desaparecidos. Habían muerto dieciocho. Era el 30 por ciento.

Quedé desolado.

El 28 de abril, a petición mía, Joaquín me proporcionó la lista de fallecidos[115].

¡Dios santo!

Recordaba a casi todos…

Y decidí acudir a la reunión, y algo más…

Ese mismo 28 de abril hice el pacto… ¡con los dieciocho!

Era la primera vez que llevaba a cabo un pacto colectivo.

Y escribí: «Si estáis vivos, como creo, el día de la misa, y de la comida, tendré un encuentro con el número “18”».

Y aclaré:

«… Ese día viviré una experiencia especial con el “18”. Da igual cómo se presente. El caso es que el “18” será protagonista…».

El pacto me pareció difícil.

Los «18» podían estar en la quinta galaxia. ¿Por qué se iban a preocupar de mí?

Pero mantuve el protocolo.

Y el 4 de mayo, viernes, víspera de la celebración, Blanca y yo tomamos el vuelo Sevilla-Bilbao. De allí nos trasladaríamos a Pamplona.

El avión despegó a las 14.10 horas.

Recuerdo que iba absorto en la lectura de unos documentos, proporcionados por un militar norteamericano. Era una confesión sobre lo ocurrido en julio de 1947 en las proximidades de Roswell, en Nuevo México (USA). Una nave no humana fue a estrellarse en un rancho. Los militares no tardaron en cercar el lugar y capturar el aparato y a las pequeñas criaturas que lo tripulaban.

Al entrar en el avión, y acomodarme, deposité el cuaderno de campo en el bolsillo existente frente al asiento. Allí dejé también las gafas de sol y la funda de los lentes para leer.

Y seguí a lo mío, perplejo ante las revelaciones de aquellos papeles.

Al llegar a Bilbao, Leire, la hija de Blanca, nos trasladó en su coche hasta la estación de autobuses.

Yo continuaba enfrascado en los documentos de Roswell.

El bus partió de Bilbao a las 18 horas.

Llegada a Pamplona a las 20.

Nos dirigimos a la casa de mi hijo Iván, en Berriozar.

La cena y la tertulia se prolongaron hasta las tres de la madrugada.

Nos acostamos y, al día siguiente, a eso de las diez, me dispuse a entrar en la ducha.

Fue en esos instantes cuando llegó el flash.

Vi el cuaderno de campo sobre la mesa de un despacho…

¡Era mi cuaderno, el que cargaba desde la salida de «Ab-bā»!

El siguiente pensamiento me desarmó: ¿dónde estaba ese cuaderno?

Y comprendí que lo había perdido de vista.

La mente aparecía en blanco.

¿Dónde lo había dejado?

Repasé mis cosas, la maleta…

Negativo.

El cuaderno había desaparecido.

La deducción fue inmediata: tenía que haberlo olvidado en el avión. ¿O fue en el coche de Leire?

Advertí a Blanca de lo que sucedía y se puso en contacto con la hija. Mi cuaderno de campo no se hallaba en su vehículo.

¿Lo olvidé quizás en el bus?

Rechacé la idea.

Y regresó la imagen del bolsillo en el que lo deposité, junto con las gafas.

¡No podía creerlo!

Era la primera vez que olvidaba un cuaderno de campo.

Allí guardaba nombres y datos. ¡El trabajo de investigación de un año por España y América!

Como digo, me hallaba perplejo.

¿Cómo no me di cuenta mucho antes?

Era como si «alguien» lo hubiera borrado de la mente, «resucitándolo» en el momento justo.

Y, desolado, pedí a Blanca que buscara las tarjetas de embarque del vuelo Sevilla-Bilbao.

No había opción. Tenía que llamar a la compañía aérea e intentar averiguar si el cuaderno se hallaba en alguna parte.

Pensé lo peor.

El avión aterrizó en Bilbao a las 15.30. Después, probablemente, efectuó tres «saltos». Eso significaba que los servicios de limpieza lo habrían recogido. ¿O no? Pudo llevárselo alguien…

La cabeza echaba humo…

Traté de relajarme.

Volví a la ducha e intenté pensar.

No fue posible.

No logré recordar qué había sucedido con el dichoso cuaderno de campo.

Y me resigné.

«Se ha perdido —me dije—. Alguna vez tenía que ocurrir…».

Blanca no tardó en atacar la difícil empresa. Era sábado. Todo estaba cerrado. Nadie respondía a las llamadas. Y Blanca se puso en contacto con Rosa Paraíso, para que le ayudara a localizar el cuaderno.

Yo tenía que acudir a la misa, con los viejos compañeros de Santa María la Real.

Me sentí atado de pies y manos.

Fue en esos momentos, mientras apuraba un café, cuando me fijé en las tarjetas de embarque que Blanca había depositado sobre la mesa de la cocina.

¡Oh, Dios!

Casi derramé el café.

¿Estaba soñando?

En las tarjetas aparecían sendos «18» (!).

¡Nos habíamos acomodado en los asientos 18F y 18E!

No lo recordaba…

Y comprendí.

¡Era lo pactado con los dieciocho!

¡El cuaderno de campo, casi seguro, se había quedado en el asiento 18F!

El «18», en efecto, se convirtió en el protagonista del día…

En eso, justamente, consistía la señal.

Y de la perplejidad pasé a una íntima satisfacción: los dieciocho compañeros seguían vivos…

¡A paseo el cuaderno de campo!

A las 13 horas, terminada la misa, el grupo de supervivientes se reunió en las escaleras de acceso a la entrada principal del colegio. Y nos hicimos la obligada foto.

En esos momentos sonó el teléfono.

Blanca me dio la noticia: el cuaderno había aparecido. Se hallaba en la oficina de objetos perdidos, en el aeropuerto de Bilbao.

Tarjetas de embarque del vuelo Sevilla-Bilbao (4 de mayo de 2012).

Blanca, al unir las tarjetas de embarque, se llevó otra sorpresa. Las letras de los asientos formaban la palabra «FE». Los minutos del embarque: 101.

J. J. Benítez, con el cuaderno de campo que fue «olvidado» en el asiento 18F. (Foto: Moli).

Colegio Santa María la Real, de los Hermanos Maristas (Pamplona). Los dieciocho fallecidos cumplieron el pacto.

Pero la aventura no había terminado…

Al día siguiente, domingo, 6 de mayo (2012), lo preparamos todo para un viaje a las Bardenas Reales, a cosa de una hora, aproximadamente, de la ciudad de Pamplona.

Quería visitar el escenario de un caso ovni.

Y a las 10.30, poco antes de salir de la casa de Iván, me di cuenta: carecía, obviamente, de cuaderno de campo. Tampoco disponía del rotulador que utilizo habitualmente: un Pilot V5, de punta fina. En algún momento de aquel viaje había fallecido…

Me consolé.

Ya encontraría algo donde anotar las características del paisaje, y también algún bolígrafo.

Por cierto: me llamó la atención la coincidencia (?). El caso de Bardenas tuvo lugar en agosto de 1947; al mes del «accidente ovni» de Roswell. Como se recordará, en esos momentos andaba enredado en la lectura de los papeles proporcionados por un militar USA, testigo del suceso de Nuevo México.

Pues bien, habíamos quedado con el testigo, y un amigo común —Nacho Aldaia—, en la gasolinera de Valtierra. Desde allí marcharíamos al desierto de Bardenas.

Montamos en el coche e Iván me pidió un favor: ¿podía acompañarnos uno de sus amigos?

Ningún problema.

Y desde Berriozar nos desviamos hacia la calle Monasterio Viejo de San Pedro.

Moisés Pérez, el amigo, estaba esperando.

Nos saludamos y ocupó el asiento de atrás.

Parecía un hombre encantador.

Y lo era…

Nada más sentarse me entregó un regalo: ¡un cuaderno y un Pilot V5, de punta fina!

Sonreí para mis adentros.

El Padre Azul está en todo…

El coche se dirigió entonces hacia Errotazar y, desde allí, terminó entrando en la calle Río Arga.

Y, probablemente influenciado por el oportuno regalo de Moisés, comenté lo ocurrido el día anterior con los dieciocho compañeros fallecidos.

Iván y Moisés escucharon atentamente.

Y concluí: «Para mí están vivos…».

En ese instante (11.20 horas), el vehículo de mi hijo se situó detrás de otro automóvil.

Iván trató de adelantarlo, pero tuvo que esperar a que un tercer coche lo rebasara.

Quedé perplejo.

Y rogué a Iván que no adelantara, al tiempo que señalaba el vehículo que nos precedía.

Un coche fúnebre apareció ante nosotros. (Foto: Iván Benítez).

—¿Te has fijado?

Iván inspeccionó el automóvil que tenía delante.

Marchaba despacio. Quizá a veinte o treinta kilómetros por hora.

—¡Es el coche fúnebre en el que trasladaron los restos de tu abuelo!

No tuve duda. La matrícula —NA-1946-AY— era la que yo recordaba.

Mi padre murió el 2 de julio de 1999. Nunca más volví a ver aquel furgón.

La mencionada matrícula, como publiqué en Al fin libre, contiene un «mensaje»: «Desfalleció. Destinado a la altura».

Comprendí la señal.

Los dieciocho también estaban destinados a la altura…

¡Fue asombroso!

¿Por qué el coche fúnebre circulaba tan lentamente?

Obviamente, para que me fijara en él y, sobre todo, en la matrícula. Y se presentó, justamente, cuando me refería a los dieciocho…

NA-1946-AY: «Destinado a la altura».

Mensaje recibido.

El lunes, 7 de mayo, recogí el cuaderno de campo en el aeropuerto de Bilbao. Se hallaba, feliz, sobre la mesa del empleado. Eso fue lo que vi en el flash.

Y me pregunto: ¿qué cúmulo de circunstancias tuvo que darse para que me sentara en el asiento 18, para que olvidara el cuaderno de campo en el avión, para que las tarjetas de embarque formaran la palabra «fe» y «101» y para que, en la mañana del domingo, apareciera ante mí el furgón que trasladó los restos mortales de mi padre?

Prefiero no indagar más…

Pactos y señales
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
citas.xhtml
cuaderno_ps.xhtml
cap_001.xhtml
cap_002.xhtml
cap_003.xhtml
cap_004.xhtml
cap_005.xhtml
cap_006.xhtml
cap_007.xhtml
cap_008.xhtml
cap_009.xhtml
cap_010.xhtml
cap_011.xhtml
cap_012.xhtml
cap_013.xhtml
cap_014.xhtml
cap_015.xhtml
cap_016.xhtml
cap_017.xhtml
cap_018.xhtml
cap_019.xhtml
cap_020.xhtml
cap_021.xhtml
cap_022.xhtml
cap_023.xhtml
cap_024.xhtml
cap_025.xhtml
cap_026.xhtml
cap_027.xhtml
cap_028.xhtml
cap_029.xhtml
cap_030.xhtml
cap_031.xhtml
cap_032.xhtml
cap_033.xhtml
cap_034.xhtml
cap_035.xhtml
cap_036.xhtml
cap_037.xhtml
cap_038.xhtml
cap_039.xhtml
cap_040.xhtml
cap_041.xhtml
cap_042.xhtml
cap_043.xhtml
cap_044.xhtml
cap_045.xhtml
cap_046.xhtml
cap_047.xhtml
cap_048.xhtml
cap_049.xhtml
cap_050.xhtml
cap_051.xhtml
cap_052.xhtml
cap_053.xhtml
cap_054.xhtml
cap_055.xhtml
cap_056.xhtml
cap_057.xhtml
cap_058.xhtml
cap_059.xhtml
cap_060.xhtml
cap_061.xhtml
cap_062.xhtml
cap_063.xhtml
cap_064.xhtml
cap_065.xhtml
cap_066.xhtml
cap_067.xhtml
cap_068.xhtml
cap_069.xhtml
cap_070.xhtml
cap_071.xhtml
cap_072.xhtml
cap_073.xhtml
cap_074.xhtml
cap_075.xhtml
cap_076.xhtml
cap_077.xhtml
cap_078.xhtml
cap_079.xhtml
cap_080.xhtml
cap_081.xhtml
cap_082.xhtml
cap_083.xhtml
cap_084.xhtml
cap_085.xhtml
cap_086.xhtml
cap_087.xhtml
cap_088.xhtml
cap_089.xhtml
cap_090.xhtml
cap_091.xhtml
cap_091_1.xhtml
cap_091_2.xhtml
cap_091_3.xhtml
cap_091_4.xhtml
cap_091_5.xhtml
cap_091_6.xhtml
cap_091_7.xhtml
cap_091_8.xhtml
cap_091_9.xhtml
cap_091_10.xhtml
cap_091_11.xhtml
cap_091_12.xhtml
cap_092.xhtml
cap_092_1.xhtml
cap_092_2.xhtml
cap_092_3.xhtml
cap_092_4.xhtml
cap_092_5.xhtml
cap_092_6.xhtml
cap_092_7.xhtml
cap_092_8.xhtml
cap_092_9.xhtml
cap_092_10.xhtml
cap_092_11.xhtml
cap_092_12.xhtml
cap_093.xhtml
cap_093_1.xhtml
cap_093_2.xhtml
cap_093_3.xhtml
cap_093_4.xhtml
cap_093_5.xhtml
cap_093_6.xhtml
cap_093_7.xhtml
cap_093_8.xhtml
cap_093_9.xhtml
cap_094.xhtml
cap_095.xhtml
cap_096.xhtml
cap_097.xhtml
cap_098.xhtml
cap_099.xhtml
cap_100.xhtml
cap_101.xhtml
101ConInev.xhtml
librosJJB.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml