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—Lloré —confesó Coryn—. Por no caerme de espaldas. Zihuatanejo sonaba como un sueño. Le pregunté si era bruja, maga o diosa. Me respondió «no sé» con una risa increíble. Hizo exactamente lo que me había prometido. Ignoro cómo lo hizo, pero me consiguió permisos de residencia permanentes. Tomamos el tren hasta San Diego, donde embarcamos en un barco cuyo propietario era un conocido suyo. El viaje por mar duró cuatro días y cuatro noches, durante los cuales vomité de miedo. Todo el tiempo que habíamos pasado en los caminos había tenido la extraña sensación de sentirme protegida. Inaprensible e intocable. Pero cuanto más nos acercábamos a nuestro destino, más…
Kyle le tomó la mano y la besó.
—Entonces desembarcamos en Zihuatanejo. Era la mañana del quinto día. Estaba amaneciendo. La playa estaba desierta y uno de los marineros me trajo hasta esta casa, de la que de alguna manera… soy la guardiana legal a la espera de que la mexicana vuelva un día.
—¿Y si compro una casa aquí?
La joven mujer se levantó, asustada.
—¿Por qué? ¿No quieres volver a subir a un escenario?
Kyle se levantó también.
—Quiero estar seguro de poder encontrarte.
Coryn no preguntó si pensaba marcharse. Ni cuándo. Cogió al cantante de la mano y lo condujo a su cama. La cama de ambos.
Kyle estuvo a punto de pedirle que se casara con él, pero en ese caso… tendría que confesárselo todo. Hacerse analíticas. Decir las cosas era… Kyle no terminaba de decidirse, así que se limitó a preguntar cuál era el nombre de la mexicana.
—Anunciación de la Vega. Pero ahora se llama Anunciación Willburg, y con mucho orgullo.