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El postre se sirvió al mismo tiempo que ellos ocupaban sus asientos respectivos a la mesa y se sumaban a la conversación.
—¿Helado de chocolate o pastel de crema?
Ambos eligieron el helado de chocolate, cuya visión estimuló el apetito de una pequeña araña curiosa alojada en el gran candelabro del techo. La araña asomó la cabeza para ver cómo se vaciaban los platos y se pedía más por «pura gula». Vio cómo las cucharillas hacían rápidas idas y venidas hacia las grandes bocas sonrientes y manchadas. Se deslizó por su hilo y se balanceó a izquierda y derecha para oír los adjetivos que pronunciaban las bocas, ante la mirada divertida de un niño. Las conversaciones giraban en torno al tiempo y las previsiones meteorológicas, y, como es natural, derivaron hacia el calentamiento global y el cambio climático. Todo el mundo tenía una opinión, y Kyle dijo que había visto retroceder los glaciares en Argentina en apenas dos años. Habló de los mares y de los residuos que formaban grandes islotes oscuros… Y cuando alguien le preguntó si pensaba involucrarse en alguna campaña ecológica, la araña suspiró: «¿Y por qué no presidente de la República?». El animalito se desternilló de risa ante su propia ocurrencia y cayó en el plato de un niño, quien, en lugar de gritar espantado, observó cómo pataleaba en la crema inglesa y luego escalaba la montaña de pastel.
Tiró del brazo de su madre, que no tenía demasiadas ganas de escucharlo, cuando el hermano mayor levantó su cucharilla en vertical para aplastar al insecto. El niño le retuvo el brazo y, al segundo siguiente, el bichito había desaparecido como por arte de magia. Sí. Ese día era un día de tregua. Las arañas no serían aplastadas de un cucharazo, las mujeres hablarían sin temor a recibir un guantazo, los niños se comerían la nata con los dedos, Jane se decía que nadie había llamado a la puerta aún, que Dan iría esa noche…
Pronto llegó la hora en que las madres debían acostar a los niños pequeños. El músico encontró el medio de susurrar a la joven mujer rubia que salía a hacer dos o tres recados.
—¿Ahora? —se extrañó ella.
—Estamos en Estados Unidos, Coryn… Y te dejo esto —añadió. Le puso en la mano un objeto cuyo nombre ella ni siquiera conocía—. Me gustaría que escucharas mi última maqueta y saber tu opinión.
—¿Mi opinión?
—Sí. Tengo ganas de saber tu opinión.
Cuando los niños estuvieron profundamente dormidos Coryn permaneció unos minutos delante del sofá donde la víspera… Miró la colcha que había colocado por la mañana. Nada había cambiado. La huella de ambos seguía presente. Cogió el intercomunicador y se paseó por La Casa hasta que sus pasos la dirigieron a la biblioteca desierta. No cerró la puerta a su espalda. Se apostó delante de la ventana, al fondo. Hacía un buen rato que había dejado de nevar. Su dedo apretó el «play» y se dejó transportar por la música.