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Ochenta y seis. Ochenta y dos. Setenta y nueve. Setenta y tres… Y nada nuevo.

Kyle vivió dos días de extremo cansancio que le recordaron que estaba enfermo. En fase terminal. Se vio obligado a tumbarse durante toda una tarde y no tuvo fuerzas para levantarse por la noche. Por suerte, el calor lo anestesió profundamente sin provocarle pesadillas inquietantes. Se despertó al día siguiente a las tres de la tarde, igual de agotado. Las piernas lo torturaban. «Ahora no. Estoy tan cerca del objetivo… Ahora no, Dios mío, por favor», se sorprendió rezando, cuando Jane lo llamó por teléfono.

—¿Cómo estás?

—Bien —mintió.

—El clima de tu lugar de veraneo parece sentarte de maravilla.

—No intentes que te diga dónde estoy, Jane.

—Dan acabará descubriéndolo.

—¿Se lo has pedido?

—No —mintió a su vez.

—De hecho, me importa un bledo.

—Kyle, si en algún momento te encuentras…

—¡Por favor! Déjame hacer lo que tengo que hacer.

Jane dio un largo suspiro, pero añadió que no le gustaría que estuviese solo y lejos de un hospital.

—Gracias por recordármelo.

—¡Oh! ¡Kyle! Te…

Jane se serenó. Seguramente tenía razón. La opinión de los médicos no daba lugar a equívocos. ¿Qué habría hecho ella de encontrarse en su situación? ¿Perdería un tiempo precioso exasperándose? ¿Quién no se jugaría el todo por el todo para vivir el último amor de su vida? Acaso el único que era tan deseado.

—A propósito, cuando encuentres a Coryn, dile que tengo noticias para ella.

—¿Buenas o malas?

—Más bien buenas.

—¿Jack ha muerto?

—Aún no.

Kyle se incorporó sobre un codo. Miles de receptores se activaron en su cerebro, infundiéndole una energía renovada.

—Cuenta —exigió.

—El día que te largaste iban a trasladar a Brannigan a Inglaterra, pero el viaje no salió como estaba previsto.

—¡Ah! Así que todo el jaleo en el aeropuerto era por eso…

—Brannigan consiguió burlar la vigilancia del único policía que lo escoltaba y se bajó del avión antes del despegue.

—Te lo ruego, dime que hizo el capullo y que el poli le disparó.

—Hizo, en efecto, el capullo. No sé muy bien cómo sucedió todo, pero, en cualquier caso, consiguió tirar al poli al suelo y salir corriendo. Y… a ver si adivinas.

—¡Jane! Ahórramelo.

—Lo atropelló un taxi que llegaba en ese momento a toda velocidad.

Kyle se quedó mudo, pensando que la historia se repetía extrañamente. Y que unos minutos más tarde su taxi lo habría atropellado… Su hermana concluyó:

—Brannigan está en coma.

—¿Cómo te has enterado?

—Me llamó su abogado para que comunicara la noticia a Coryn en caso de que…

—¿Qué le dijiste?

—¿Qué podía decirle? ¿Que mi hermano sabe dónde se esconde?

—¡No lo sé!

—Kyle, no he dicho nada.

—¿Cuál es el pronóstico?

—El abogado no me ha contado nada más, lo cual no significa que no lo sepa.

—De todas formas, no existen diez mil posibilidades.

—No, en eso tienes razón. 1) Jack despierta y vuelve a la cárcel por un chorro de años. 2) La palma él solito y ¡yupi! 3) En el supuesto de que se quede como un vegetal y en el supuesto de que encuentres a Coryn, ella tendrá que contárselo a sus hijos y…

—¿La prensa habla del asunto? —la interrumpió Kyle.

—No, no. No hay ningún artículo. Pero según el abogado de Jack, es una posibilidad. Está considerando seriamente la idea de que publiquen una foto de Coryn y de sus hijos en todo el país.

—Mierda.

—Entonces estás en Estados Unidos.

—¡Mierda, Jane!

—Ya he hablado con Seskin, el abogado de Coryn, para ver si puede hacer algo para impedirlo. Pero igual sería mejor que reapareciese. La necesitaremos, de una forma u otra.

—Coryn no quiere que Jack la encuentre.

—¿Hasta cuándo podrá esconderse?

Kyle entendió lo que insinuaba.

—Sé muy bien que no soy eterno —murmuró pensando que ni siquiera era capaz de protegerla.

Jane dijo que lo sentía en el alma, y el músico permaneció en silencio.

—¿En qué piensas?

—En la hipótesis que no has mencionado.

—¿Cuál?

—Podría cargármelo.

—¡Kyle!

—Insisto. Si debo hacerlo, lo haré. Reza, pues, para que ese cabronazo la palme por voluntad propia.

—¡Me das miedo!

—A mí también.

—¿En serio que harías algo así?

—No, porque no tendré la oportunidad.

Jane repuso que prefería hacer como que no había oído nada, mientras que su hermano pensaba horrorizado que, desgraciadamente, sería capaz de hacerlo.

—Si ves a Coryn…

Kyle suspiró.

—Por favor, Kyle, cuídate.

—¿Por qué?

—Por vosotros dos.

Kyle recibió esa última réplica como la promesa de un futuro. Le hizo feliz que Jane los imaginara juntos. Era una especie de reconocimiento. Ya eran uno para alguien y «forzosamente»… eso contaría en la balanza de la Suerte cuando hiciese sus cuentas. Su hermana era el testigo de lo que los uniría. Siempre hace falta un testigo. Como una prueba. Para los días en que el miedo se parece a un viento siberiano que deja un desierto glacial a su paso. Un desierto que apesta a muerte.

El instante preciso en que los destinos se cruzan
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