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Kyle, Steve y Jet habían hecho el juramento de que serían estrellas del rock. Todos sus sueños se multiplicaban por tres. Siendo tres, se tiene más fuerza, más motivación, más seguridad en uno mismo. No había lugar para la duda en la vida del grupo. Sencillamente, no tenían tiempo para desesperarse. Cada cual tenía un trabajillo para poder subsistir y que serviría —pues sí, cómo no— ¡para grabar el primer álbum! Algunos sonreían con educación ante el anuncio del proyecto. Otros se mofaban abiertamente. Pero ellos, los F…, solo prestaban atención a su deseo y querían hacerlo realidad.

A la Suerte le gustó oír eso, lo mismo que le gustaba su energía y su convicción. Por esa razón un buen día decidió que había llegado la hora. Iba a hacer su entrada. Una entrada curiosa. Espectacular y llamada Patsi.

 

 

La puerta del armario que hacía las veces de lamentable camerino empotrado detrás de los retretes de la sala Bellevue voló con un golpe seco. De una patada. Los tres chicos se volvieron a una y miraron con la misma expresión de «pero ¡qué demonios…!» a la chica que, en jarras, estaba plantada en el vano de la puerta. Llevaba unos pantalones violetas excesivamente ceñidos y unas botas Rangers de color rosa pintadas a mano, y tenía una melena pelirroja y rizada. Se acercó a ellos sin apartar las manos de las caderas. Los chicos centraron su atención en los dos obuses que los apuntaban bajo su camiseta de pantera. Se detuvo y escupió el chicle que masticaba en la papelera.

—¡Canasta! Ya podéis cerrar la boca, tíos.

—¿Quién… tú… eres? —balbució Jet, sin estar seguro del orden correcto de sus palabras ni de sus pensamientos.

La chica explosiva les hizo un guiño que los remató.

—Me llamo Patsi Gregor.

—Hola, Patsi —respondieron los tres con una sonrisa tan radiante como voraz.

—¿Qué quieres? —preguntó Jet.

—Si me dejáis tocar en vuestro grupo, os daré buena suerte.

—¿Ah, sí? ¿Y eso? —dijo Kyle apartándose el mechón—. ¿Tocas? ¿Cantas? ¿O es que tienes otro truco oculto en los bolsillos de tus fabulosas mallas?

Patsi no dijo nada, pero cogió el bajo de Steve. Se colocó, y al primer acorde los tres chicos estaban boquiabiertos de nuevo. Patsi era el sonido que les faltaba. Trabajaron toda la noche, y la chica terminó insinuando entre dos temas que su tío tenía un colega en una discográfica de Los Ángeles y que a lo mejor aceptaba conocerlos.

El tío de la chica llamó a su amigo, quien mostró ciertas reservas, pero finalmente le enviaron una maqueta. Dos días después llamaron a su puerta. Actuaron como si estuvieran en un escenario, dándolo todo… y más.

¿Qué fue lo que cambió? Nunca lo supieron. Patsi dijo a la vuelta, mientras admiraban su contrato, que ella les había dado suerte, y los chicos asintieron.

Los F… grabaron un disco y constituyeron la primera parte de un grupo mítico que acaba de reformarse. El público se enganchó a su sonido, a la voz de Kyle y a los arrebatos de Patsi. Hay mujeres que saben llevar una casa; Patsi, en cambio, sabía llevar un escenario, a pesar de ser el único miembro de la banda que no cantaba. Se ponía unos trapitos como para enloquecer a cualquiera. Causaba fascinación, y a los hombres les gusta la fascinación, porque puede llevarlos al límite, muy cerca del peligro. Un paso más y… A Patsi todo esto le resbalaba. Lo que ella quería era tocar el bajo mejor que cualquier chico y blasfemar como diez. Se mofaba de las convenciones y las costumbres, le gustaba lo imprevisible. Seguía sus intuiciones. Justas e impactantes. Hacía reír, era guapa, era libre. Patsi elegía.

Kyle esperó a que se acercara a él. Sabía que todo se andaría. Entraba en el orden de las cosas. Se acostaría con una pila de tíos —entre ellos, dos de sus mejores amigos— y, luego, una noche, iría a buscarlo a su cama. Por eso se mostró paciente y se dedicó a componer. No paraba de escribir y escribir. Su sinceridad en bruto y la emoción de su voz hacían lo demás. Se impuso con naturalidad como el autor, la voz, el pianista y el guitarrista. El que estaba en primera línea para hacer vibrar las salas. El que se aferraba a su micrófono como a una rama.

Por su parte, Jet hacía maravillas con la batería y Steve nunca se sintió desposeído de su papel de bajista porque, además de ocuparse del sintetizador, de varios instrumentos complementarios y de hacer los coros, se encargaba de las tareas administrativas, siempre autoritario, paternal y decidido.

Progresaron con extrema rapidez. Se hicieron un hueco. Como si el espacio que venían a llenar en el mundo de la música los estuviese esperando solo a ellos. Respondieron a decenas y decenas de preguntas idiotas o sutiles. Posaron para miles de fotos y siempre admiraron a su público. El mismo día que se cumplían dos años desde la firma del contrato, su segundo disco arrasó. Realizaron una larga gira mundial.

Los F… estaban lanzados.

Les llovían galardones y premios. Las chicas iban y venían. Unas se quedaban más tiempo que otras. Y entonces Patsi decidió que había llegado la hora. Se coló en la cama de Kyle. Porque quería estar en ella. Kyle se emocionó y se enamoró, pero Patsi juró que no prometía nada cuando los periódicos los sacaron en portada.

El instante preciso en que los destinos se cruzan
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