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Cada vez que podía, y contrariamente a lo que hacía «en libertad», Jack leía y releía todos los periódicos y todas las revistas de la biblioteca de la cárcel. A quienes se burlaban de él les decía que le gustaba mantenerse «informado». En realidad, buscaba una foto en una revista sobre famosos. Desde que la Perra se había largado, todos los días se preparaba para descubrir una foto de la Zorra paseando a orillas del Támesis con su nuevo amor, que llevaría a «mis críos en brazos».

Ese día Jack descubrió una foto grande del Pirado en una camilla. Lo invadió simultáneamente el agradable calor que acompaña siempre a una buena noticia y el sudor que certifica la mala. Vio a Coryn, «mi Coryn», sujetándole la mano mientras que «mis hijos le dibujan corazones y golondrinas».

«Voy a matarlo. Voy a matarlo.»

Brannigan pasó días reflexionando y siguió el restablecimiento del Capullo-agotado en los artículos de prensa. Leyó que Patsi deseaba a su ex toda la felicidad del mundo en los brazos «de una chica mucho más buena que yo». Jack se enjugó la frente y controló su respiración. Preguntó a su abogado si era posible contratar a un detective. El tipo le salió muy caro y más o menos eficiente. Enseguida dio con el rastro del coche que Coryn había abandonado, con algunas bolsas, en el sótano del aparcamiento de un casino de Las Vegas y luego descubrió que había comprado billetes a Londres para ella y sus hijos, pero a partir de ahí las cosas se complicaban. Jack preguntó si una prima para el detective sería suficiente. El abogado negó con la cabeza. Quedaba el recurso a las autoridades inglesas y la buena y fiel prensa.

Durante días Brannigan leyó todos los periódicos, rogó y deseó la muerte del Pirado.

«Tarde o temprano, el viento cambia.»

Sin embargo, el preso olvidaba que el tiempo es ante todo imprevisible, caprichoso y desconcertante. Así, después de todas las emociones y todos los acaloramientos, una tarde recibió la visita de su querido abogado, así como una ducha fría. Por no decir escocesa.

—Las autoridades inglesas acaban de confirmarme que su mujer no compró solo los billetes a Londres, sino también un enlace a Glasgow para el día siguiente de su llegada, con otra compañía, por supuesto.

Marcó un tiempo de silencio que Jack odió.

—¿Acaso va a decirme que nunca pusieron un pie en su destino final? —preguntó con ironía.

—Efectivamente, nunca embarcaron para Escocia porque, como usted dice, nunca pusieron un pie en Inglaterra.

—¿Lo que implica…?

—Lo que implica, Jack, que, de un modo u otro, su exmujer y sus hijos se desvanecieron en el aeropuerto. O, lo que parece más lógico, que salieron de allí después de facturar.

—¿Cómo se explica que no supieran nada de esto hasta ahora? —preguntó el preso con una frialdad y una mirada muy mal dominadas.

—¡Señor Brannigan! —El abogado torció el gesto—. ¿Debo recordarle que su mujer no es la persona que está en la cárcel?

—Le ruego que me disculpe, letrado.

—Tengo que vérmelas y deseármelas para conseguir información de una persona libre que, además, no es estadounidense.

—¿Cree que Coryn sigue en Estados Unidos?

—Es una posibilidad. Comprenderá, Jack, que es demasiado tarde para modificar su petición de traslado a Inglaterra.

—Claro, claro…

—Cabe esperar, y en ello confío, que le reduzcan la pena en su país y que…

¡Oh! A Jack le traía sin cuidado la perorata de su abogado y se centró en sus propias ideas. «El Pirado está ilocalizable para la prensa. Coryn no se ha marchado.» Vio en ello una confirmación de sus suposiciones. ¿Por qué iba a ir a Inglaterra?

Esa misma tarde el detenido Brannigan se subió a su camastro. Klaus retomó la continuación del relato de sus aventuras oficiales —y oficiosas— cuando una araña descerebrada se aventuró a recorrer el armazón de la cama. Jack observó al insecto y lo aplastó con regocijo cuando lo tuvo a su alcance. Una de las largas patitas del bicho se agitó convulsivamente durante unos segundos. Después Jack hizo lo que su compañero de celda le había enseñado. Con un gesto seco atajó sus sufrimientos inútiles y borró mentalmente un día del calendario que culminaba con su libertad.

El instante preciso en que los destinos se cruzan
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