12

 

 

 

 

La Suerte decidió tomarse su tiempo. Kyle iba a clase con la guitarra a la espalda. Comía con la guitarra a la espalda, escribía con la guitarra a la espalda, caminaba con la guitarra a la espalda. Jane le preguntó si dormía con ella.

—¿Con qué?

—Con eso que llevas ahí.

—¿La guitarra? Pues sí.

—¿Y te lavas con ella?

—Pues no…

—Es verdad, si tú no te lavas.

—¡Pues sí!

—¿Cuándo?

—Pues en la playa.

—¿Te estás quedando conmigo?

—Pues sí. Oye, el sábado tocamos en Billard’s. ¿Lo conoces?

Pues sí.

—¿Vendrás?

Pues el sábado no podré.

—¡Ah, ya! Que has quedado con Dan…

Jane se volvió hacia Kyle.

—¿Cómo lo sabes?

Pues, Jane, porque vivo contigo.

—Pensé que había sido discreta.

Pues es imposible serlo cuando se está enamorado como tú lo estás de Dan.

Jane había conocido a ese hombre —un poli— durante unas prácticas. No había sido amor a primera vista. Dan estaba casado y tenía familia, pero poseía una bondad y una sensibilidad enternecedoras. Habían colaborado entre ellos. Hablaron de esto y de lo otro. Y de ellos. Cada cual por su parte, ambos pensaron que congeniaban. Que podrían congeniar. Que podría haber más. Solo que Dan estaba casado… Punto de ruptura de cualquier sueño.

Años después, cuando Jane se postuló para la dirección de La Casa, un centro para mujeres víctimas de la violencia conyugal, volvió a encontrarlo en su camino. Con más frecuencia. Dan seguía siendo policía, seguía casado y ya era padre de cuatro críos.

Sin que lo planearan, Jane se convirtió en su amante, porque entonces no había otra solución para su amor. Kyle nunca había puesto en duda los sentimientos de su hermana.

—¿No te molesta vivir en secreto?

Jane removió un buen rato la bolsita de la infusión en la taza.

—No tienes por qué responderme, Jane.

—Amar a Dan —repuso cabeceando— y que él me ame implica… secretismo. De hecho, mi vida entera gira en torno al secretismo. Gestiono una casa donde cada residente guarda una parte de sus secretos, bien porque son muy dolorosos, muy horribles, muy difíciles de verbalizar, bien porque lo necesitan. Abrirse es… —Suspiró—. Algunas de esas mujeres no pueden. Es así. Pero en verdad estoy convencida de que el secretismo tiene sus cosas buenas.

—No has contestado a mi pregunta, Jane.

—Yo reprimo con firmeza mis deseos mientras que tú despliegas tus alas con facilidad. Te admiro. Sabes ser libre, Kyle.

—Quiero ser libre.

—Pronto el mundo será tu terreno de juego y yo solo seré para ti esa hermana mayor a la que debes visitar por Navidad.

—Vendré siempre por Navidad. Eres mi única familia.

 

 

Mientras la señora Suerte se tomaba su tiempo, el grupo de músicos escogió un nombre. Los F… Como no lograban decidirse entre los FREE, los FIRE y los FUCK, terminaron por preferir los puntos suspensivos. «¡Cada cual es libre de inventarse el resto a su gusto!»

Los F… tocaron en todas las salas minúsculas de San Francisco. Después en algunas salas pequeñas. A veces alguna estrella los invitaba para que le hicieran de teloneros, a fin de estimular su apetito. Cuanto mayor era la sala, mayores eran sus ganas, más importante el trabajo y más debían esforzarse. Esto es lo que Kyle dijo exactamente a Jane, y concluyó:

—Ya ves, tengo que dejar los estudios.

—¿Del todo?

—Pues sí. Las salas se llenan. No puedo hacer otra cosa. Es, como quien dice… necesario.

—Creo que deberías tomarte un tiempo para reflexionar un…

—No. Lo que te digo es lo que voy a hacer.

Era tal su convicción que Jane comprendió que sería inútil contradecirlo. A veces es imposible llevar dos cosas bien al mismo tiempo, sobre todo cuando una de ellas es tu pasión, no la discutes, te embarga y te hace vivir.

—¿Cuántas sillas? —preguntó Jane por curiosidad.

—No las cuento, Jane. Pero… bastante gente.

—El hijo de Dan os ha visto dos veces —dijo medio sonriendo.

—¿Y…?

—Le gustó.

—Mola. Dan mola. Su hijo tiene que molar.

La voz de Kyle retumbó vertiginosamente. Sintió que se le había escapado algo que suscitaría preguntas. Miradas interrogantes.

—No te pareces a él —dijo Jane asiéndole la mano—. No te preocupes.

—Físicamente sí. He visto fotos y habría preferido parecerme a mamá.

—¿A una buena mujer menudita y morenita?

—No digas tonterías.

Después no dijeron nada más. Jane no intentó averiguar dónde había encontrado las fotos. ¿Qué más podía decirse, sino que es simplemente insoportable parecerse a la persona que más odias del mundo? Le apartó el mechón de los ojos.

—Pues tampoco te pareces tanto a él.

—Tienes razón. Tenía pinta de saber peinarse.

—¿Te drogas?

—¿A qué viene esa pregunta de mierda?

—¡Contesta!

—Como tú. Un canuto de vez en cuando.

—Hace tiempo que no fumo.

—¿Y qué más te da eso a ti?

—¡Kyle! Para, por favor. A mamá no le habría gustado.

Kyle la miró fijamente.

—Nunca habías dicho eso.

—¿Qué?

—Ese «mamá» con esa voz.

Jane guardó silencio. Kyle también.

—¿Sigues echándola de menos? —continuó Kyle.

—Siempre la echaré de menos.

—Recuerdo su pelo negro y cómo olía.

—Sí, es verdad. Su champú tenía un aroma peculiar.

—No era el champú, era la laca —la corrigió Kyle.

Jane no volvió a hacer ningún comentario sobre el aspecto de su hermano. Sobre su mechón demasiado largo. Sobre sus zapatillas de deporte sin cordones. Kyle nunca reveló dónde había encontrado las fotos. Se concentró en todos los acordes que una guitarra podía dar en todas las posiciones posibles. El artilugio mágico le hacía compañía y conseguía que se sintiera bien.

El instante preciso en que los destinos se cruzan
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