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Durante toda la noche Kyle rogó a Migraña que lo noquease. Que absorbiera sus tormentos. Sus deseos de violencia. Vio las manos frágiles y ligeras de su madre rozando las teclas blancas y negras del piano. Recordó haberle preguntado cuáles prefería. Ella se había echado a reír, respondiendo que hay días buenos y otros menos buenos. A veces estás triste…
—… y a veces una mariposa se posa en la ventana y entonces puedes tocar una música ligera. Es por esos días por lo que hay que vivir, Kyle.
Al niño que era entonces le parecía que su mamá le hablaba de cosas muy raras. Habría preferido que dijera que era maga y que tenía poderes para hacer brotar las notas. Le habría gustado lo que fuera con tal de que ella no estuviera triste.
Esa noche le habría gustado tenerla junto a él para preguntarle qué debía hacer. Sin embargo, en el fondo, sabía de sobra que siempre había estado solo. Incluso cuando su madre aún vivía.
«La vida…», pensó cuando las primeras luces de la mañana se colaron entre las cortinas de la habitación. El despertador marcaba las ocho. Fue incapaz de salir de la cama. El cansancio, las emociones y el desfase horario terminaron por arrastrarlo a un sueño fallido.
«La vida…», se dijo de nuevo, y se despertó con un sobresalto. Su teléfono móvil estaba sonando. No fue lo bastante rápido para sacarlo del bolsillo de sus vaqueros tirados por el suelo. Pero a Patsi le sobró tiempo para dejarle no un mensaje, sino dos. Pasaría a recogerlo al día siguiente sobre las cinco de la tarde para la…
—… reunión con Mike Beals en casa de Steve, en Los Ángeles. Avión a las siete de la tarde. Regreso a Londres el 29. Concierto el 31. Nuevas fechas europeas. Fin de las vacaciones.
Fin del primer mensaje. «Qué increíble abismo entre Coryn y yo y qué insoportable similitud.» La voz de Patsi siguió anunciando que el futbolista Carlos Merina, el ídolo de su juventud, almorzaría con ellos dos días después.
—No sé qué ponerme… Pero imagino que eso a ti te da lo mismo.
Luego concluía:
—Aún sin una respuesta precisa y exacta sobre nuestro «caso». Si voy a buscarte es porque no queremos que nos hagas perder el tiempo no estando presente. No tienes elección, Kyle. Pase lo que pase, otra vez en casa de Jane.
«Pase lo que pase, otra vez en casa de Jane.» No, Kyle no era el único que tenía inspiración. Respondió «OK» con un SMS. Envió el mensaje olvidando añadir: «Feliz Navidad». Se afeitó, se duchó, se puso una camisa blanca y fue a la gran sala con el pelo húmedo.