27
Coryn acostó temprano a los niños. Estaban tan exhaustos por haberse quedado despiertos hasta las tantas las últimas noches y por el cambio radical que se había producido en sus vidas que no se resistieron. La joven volvió a la cocina para ayudar a recogerla y, cuando las demás mujeres se fueron a descansar, regresó a su cuarto sin echar un vistazo a la biblioteca.
La bolsa de plástico seguía encima de su cama. Junto al paquete de fotos. Las miró una a una. Reflejaban la mirada del músico sobre ella. Una mirada y todo cambia. Una mirada y ya nada es igual… Un encuentro. Átomos que se aferran y dejan huellas indelebles. Una vida que sale de su órbita. «¿Será cierto que existe la libertad?»
Cuando sacó la caja de la bolsa, un sobre de papel de estraza cayó pesadamente al suelo. No vio nada escrito en él. Lo abrió y descubrió con estupor e incredulidad una cantidad sorprendente de billetes. Había una hoja cuidadosamente plegada en cuatro. La cogió temblando. Era la letra de una canción, y Coryn supo al instante a qué melodía estaba destinada. Kyle había añadido a pie de página:
Esta canción es tuya. Toda tuya.
Te quiero, Coryn, y no puedo vivir contigo.
La vida…
Coryn tocó con la punta de los dedos cada una de las palabras y tuvo que levantarse para volver en sí. «La vida…» Contó los billetes. Volvió a contarlos. La suma era tan descabellada que no pudo impedir que su mente desarrollase planes irrealizables, irracionales y peligrosamente tentadores.
Se prohibió preguntarse cómo lo había hecho Kyle. Lo que Patsi y él se decían. Abrió la puerta del cuarto y miró a sus hijos —y, por desgracia, también los de Jack—, que dormían como angelitos. ¿Qué les diría más adelante si alguna vez le planteaban si habían sido concebidos por amor? «Ojalá no lo hagan nunca», pensó, sabiendo no obstante que la hora de esa pregunta llegaría tarde o temprano. «Debo tener una respuesta. La respuesta.»
Guardó el sobre en el fondo del armario. Lo cerró con llave y se la metió en el bolsillo de los vaqueros. Al día siguiente tenía cita con su abogado, que le aconsejaría cómo enfrentarse a Jack. «No quiero ir», pensó al acostarse.
Pero se despertó con una idea positiva.
«Un día menos hasta que termine el juicio. Un día menos para ser libre.»