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«¿Cuánto tiempo tengo hasta que vuelva Jack?», se planteó la joven mujer rubia mirando el reloj. Era factible… Acaso incluso posible. «¿Y si hoy fuera mi única oportunidad?»

Fue a la planta de arriba a toda prisa, comprobó que sus hijos dormían plácidamente y se puso la chaqueta negra sobre el pantalón negro. Se subió la cremallera mirándose en el espejo de la entrada. Cogió la gorra negra que Jack se ponía para salir a correr los fines de semana. Se remetió en ella la larga y rubia cabellera. Sacó dos cuartos de dólar del monedero. Abrió la puerta de la entrada y observó la calle. Ni un solo coche circulaba por Elm Street. Cerró con llave, bajó el camino de la entrada, dejó la basura en el sitio donde Jack solía hacerlo, miró a la izquierda y luego a la derecha. Luego una vez más a la izquierda y salió a paso de carrera. El viento, a esas horas glacial, le quemaba los pulmones. Los músculos de sus muslos parecían desplegarse, y desde el colegio nunca había corrido tan rápido. Recorrió su calle y giró a la izquierda por Dickson Road.

La cabina telefónica estaba a unos cuatrocientos o quinientos metros de su casa. Coryn apenas podía respirar. Descolgó el teléfono antes de reflexionar sobre lo que estaba haciendo. Introdujo una moneda, que rodó con un ruido infernal que pareció resonar hasta la luna. Lanzó una mirada alrededor y marcó el «(415) 501 7206». Al primer timbrazo, una voz femenina respondió:

—La Casa.

—…

La joven mujer abrió la boca, pero no pudo articular sonido alguno. La respiración, el valor, la voz le fallaron de pronto. Estaba a punto de colgar cuando la voz dijo:

—1918 de Boyden Street. Coja un taxi. Pagaremos la carrera.

Colgó el teléfono. Tenía las manos húmedas. Sintió vértigo y apoyó la espalda en la pared. Los músculos de sus muslos estaban desgarrados. Fue consciente de que había cruzado la puerta dibujada por Kyle unos meses antes. Acababa de entrar en un mundo donde comprendían lo que ella estaba viviendo. Un mundo donde le tendían la mano.

Un coche pasó a lo lejos y le recordó la fragilidad de las cosas. Coryn se recobró de inmediato. Salió de la cabina, miró a su alrededor, subió por Dickson hasta su calle. Nadie. Corrió lo más rápido que le fue posible hasta su casa.

No se habría ausentado más de cuatro o cinco minutos. No era mucho pero… sí el tiempo suficiente para que Jack hubiese vuelto por el otro lado. Aminoró el paso al ver el Jaguar blanco aparcado en la entrada con los faros apagados.

La puerta de la entrada debía de estar cerrada con llave. Como la del garaje… Solo le quedaba una solución. Llamar a la puerta. Mentir. Y esperar los golpes.

El instante preciso en que los destinos se cruzan
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