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El músico dejó el teléfono y se quedó clavado en el sofá. Cogió la guitarra desenchufada y la abrazó. Tocó para las paredes. Tocó lo que había compuesto en el avión. El tema «tres». Había creado algo bueno, lo sabía. Estaba en lo cierto, y sabía por qué no le gustaba a Patsi. Eso a Kyle le daba igual esa mañana. Un solo y único pensamiento le impedía tener dolor de cabeza: «Coryn está bien».
Si en el universo existiera un contable encargado de llevar la cuenta del número de veces que Coryn y Kyle habían «sentido» al otro a miles de kilómetros de distancia, se habría mareado haciendo la suma final.
Los dos soñaban con el otro como si estuvieran juntos, pero los dos se lo negaban. A su manera. Con sus propias mentiras.
No veían sino un mundo de «imposibles» entre sus vidas y, sin embargo, habían tendido un puente. De una forma u otra, su encuentro había dado lugar a poderosos vínculos. Desestabilizantes. Terribles. Muy… tentadores. Esa mujer había puesto a prueba los límites de Kyle y este había abierto una brecha en la muralla de ella.