21
Hubo días en que el agotamiento impidió al músico practicar ese ejercicio de memoria. Días en que solo veía el cuadrado de la ventana, que pasaba del negro al azul más o menos mate, y de nuevo a la más profunda negrura. Largos días en que la voz de Coryn no era sino un murmullo lejano y él estaba atrozmente aterrorizado. Días abominables en que se despertaba sudando, y otros en que creía que sería el último.
Hubo tantos días en que Kyle estuvo solo en su cama… Sin música. Sin notas. Sin imágenes. Solo.
Y hubo un día en que no durmió ni un segundo, y se dijo que el final estaba cerca. Lo aplastarían y exterminarían como a un vulgar bicho del que había que deshacerse. Fue un día lluvioso y sin fin, en el que no logras distinguir la mañana de la tarde. Uno de esos días en que el tiempo hace huelga y entristece hasta el llanto a todos los payasos de la tierra, un día en el que olvidas hasta la existencia del sol.
Sol que, sin razón aparente, disipó las nubes como si les hubiera propinado un guantazo para mandarlas a paseo. El astro desplegó sus largos rayos lo más lejos posible e incluso un poco más… hasta San Francisco, cuyas casas y calles atravesó para ir a dar en la habitación de Kyle. Podría haber optado por incidir en la almohada, pero dibujó en la pared sombras y formas que el joven encontró «patéticas».
Sin perder la calma, el sol prosiguió su camino. El músico siguió con la mirada sus estiramientos sobre la silla, cuyo metal hizo resplandecer hasta el punto de deslumbrarle, sobre el polvo de aquel televisor que el enfermo miraba a veces anulándole el sonido, y lo vio posarse sobre el calendario triangular de Jet.
Cuando el batería se lo había regalado, Kyle le había dado las gracias sin mirar una sola de las fotos y sin rezar jamás a nadie. Sospechaba que debían de ser maravillosas, pues todos los que lo visitaban se extasiaban al contemplarlas. Había mentido diciendo que reflejaban el Paraíso, «bueno, el terrenal». A veces tenía la sensación de que esas fotografías se burlaban de él, pero estaba demasiado débil para alargar el brazo y lanzar aquel chisme al retrete.
Entonces, cuando ese día el sol se posó sobre el calendario con insolente insistencia, Kyle comprendió que hacía demasiado tiempo que se había encerrado en su habitación, a la espera de pinchazos, transfusiones, pastillas, pero también aguardando las visitas de Jane, Steve, Jet y Patsi. Y del resto… Lo había soportado todo sin rechistar y había observado a las enfermeras cuando pasaban las páginas del maldito objeto un tanto incómodas pero con amabilidad. Sintió que una ira sorda lo recorría por dentro y se incorporó a duras penas, convencido de que ya no podría soportarlo un segundo más: ni la compasión de los otros ni las medicinas. Ni su rabia por saberse condenado, por verse abatido en pleno vuelo… y por «la ausencia de Coryn».
¡Oh! Kyle aborrecía a Jet por haberle dado ese estúpido calendario mortalmente triste. Alargó la mano para asirlo y estamparlo contra la pared a falta de poder enviarlo más lejos. Sin embargo, en el momento en que lo tuvo entre sus dedos descubrió una pequeña araña calentándose al sol y pavoneándose en la blanca arena. Sin saber por qué, el músico contuvo su impulso. Y detuvo la mirada. Que se derramó inevitablemente hacia el pie de foto. Hacia el nombre del fotógrafo y el de la playa.