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—Su camisa está empapada —dijo ella finalmente.
—¿De qué sirven las camisas si no es para enjugar las lágrimas de las chicas?
Ella sabía por qué fingía desenvoltura. Le llegó a lo más hondo del alma. Kyle la encontró radiante. Serena. Terriblemente hermosa.
La puerta del pasillo se abrió con un ruido, recordándoles que el presente era la realidad que tocaba vivir. Apareció Jane y se detuvo, comprendiendo en el acto que no podía ser más inoportuna.
—Kyle, cuando estés listo… Quiero decir que te estamos esperando. Les había prometido…
—Ya vamos.
Jane desapareció con la misma rapidez con la había aparecido, y Coryn pensó en las palabras que Kyle acababa de pronunciar. «Ya vamos» y no «ya voy». La miró con expresión interrogante. Ella le indicó que estaba preparada.
Sin una palabra, sin ningún malestar, sin romper el vínculo que los había retenido uno al lado del otro, avanzaron por el pasillo con una conciencia precisa de la intensidad del instante que acababan de compartir. Felices. Conmovidos. Abrumados y perplejos por estar allí, juntos.
Antes de abrir la puerta del salón, el músico dijo que volvería junto a ella después de tocar. Coryn sonrió, pero no lo siguió con la mirada cuando él se abrió camino entre las sillas. Los gritos lo engulleron. «Necesariamente.» Una estrella… ¡de carne y hueso! Y que esa noche, a menos de cinco metros de las primeras filas, se convertía en regalo.
Todos los asientos estaban ocupados. Coryn tuvo que sentarse encima de una de las mesas que habían arrimado a la pared del fondo. Kyle subió al escenario improvisado y lo iluminó. «El escenario es su vida», pensó la joven. Era tan evidente como natural. Kyle se sentó al piano, colocando el taburete en el sitio preciso que debía ocupar. Porque el lugar de las cosas siempre debe ser preciso, ¿o no? Un dedo que resbala es una nota equivocada. Una presión demasiado fuerte y la emoción se esfuma… Huye y desaparece. La sutileza muere y la banalidad sustituye lo excepcional. Lo mágico. «No hace falta mucho para cambiarlo todo…»
Kyle arrancó dos o tres notas al piano. Sus dedos se deslizaron sobre las teclas como si le pertenecieran y entonó canciones para la ocasión.
—Parece ser que Papá Noel las oye —dijo con un guiño a los niños—. Si pensamos en él con fuerza…
La música inundó la sala y su voz envolvió a todo el mundo. Coryn dejó su mente en blanco —como las otras personas allí presentes— y no dejó espacio para nada más. Estaba segura de que todos se preguntaban si el artista era consciente de sus dones. Cantar y tocar tan maravillosamente bien y con tanta precisión emocional era… mágico. ¿Qué otra palabra podía expresarlo? Sí, Kyle debía de ser un poco mago. De hecho, ¿no había captado lo que le pasaba a ella? Algo de magia tenía por fuerza ese hombre para poder percibir lo que nadie había sospechado jamás.
Kyle se separó del piano y dijo sonriendo que se había calentado… y que ya era hora de pasar a la guitarra. Tocó y cantó de nuevo. Estaba en otro universo. «Me gustaría ir a donde él va…»
Dos o tres veces —en verdad, muchas más— Coryn supo que el músico la miraba. A ella. «A mí.» Faltaban unos minutos para que ya fuera Navidad. Coryn no pudo evitar pensar en sus hijos… En el juicio venidero. En el siguiente y aterrador enfrentamiento. En el divorcio, que la arrastró a otro mundo. El suyo. Coryn no volvió a la realidad hasta que una de las mujeres de la primera fila pidió una canción en particular… Kyle respondió que no podía tocarla solo, sin los otros miembros del grupo. Otra persona del público preguntó si Patsi y él habían hablado de matrimonio. Él sonrió y dijo que su gira actual era muy exigente.
—Tienes razón —soltó una de las espectadoras—. ¡Hay que pensarse mucho lo de casarse! ¿A que sí, chicas?
Cayeron otras preguntas extremadamente personales, y Coryn se sintió más incómoda que él. Bajó de la mesa y se fue a su cuarto.
«Mi concierto ha terminado.»